18 | Ganas incandescentes

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18| Ganas incandescentes

HALLEY:

—No quiero.

Suspiró tras la línea mientras mis manos se deslizaban nerviosas por el aterciopelado telón del teatro. Estaba atándolo con unas cuerdas doradas que Hans solía usar para amarrarlas y permitir una visión completa de las butacas.

—No quieres —me dio la razón—, pero lo necesitas.

Solté un bufido con el teléfono aprisionado entre el hombro y mi oreja.

—No vengas.

—Halley, tenemos una cita. ¿Cómo no voy a ir?

—Si mis padres están no es una cita —le rebatí—. Lo es cuando estamos solos. Tú y yo. Haciendo cosas sin que nadie nos moleste —aclaré.

—¿Estás insinuando que quieres hacer cosas no aptas para todo público conmigo? Porque si es así voy a buscarte, lo hacemos y después vamos a casa de tus padres. —Reí con las mejillas a punto de estallarme—. Puedes decirle a Xander que te encuentras mal. O dejarlo tirado y venir a casa. Si dejo las llaves puestas en la cerradura no hay forma de que pueda entrar.

Reí, negando con la cabeza mientras intentaba no dejar caer el teléfono y mis manos se peleaban con la cuerda dorada para hacer un lazo en condiciones.

—Eres un pervertido. No puedo hacerle eso a Xander, además, que mi pierna mejore depende básicamente de él. Y no puedes venir a buscarme porque voy a estar toda sudada y en ropa de deporte.

—¿Y? Yo te quiero igual.

Intenté evitar que mi cuerpo reaccionase ante aquellas palabras, pero fue imposible. Daba gracias porque él no se encontrase aquí para ver cómo sus palabras seguían teniendo ese tipo de efecto en mí a pesar de todo lo que habíamos vivido juntos.

—Pues que mi madre jamás permitiría que fuese a comer así estando tú en casa.

Le escuché bufar y musitar algo que no llegué a comprender.

—Está bien, pero dijiste que podía llevarte a tu casa. No veo cómo puede entrar eso en tus planes de no aparecer toda sudada delante de tus padres.

—No te dije que vinieras a buscarme —le corregí—. Te pregunté si podía ducharme en el apartamento. Me dijiste que sí y traigo una muda. Así vamos a llegar los dos juntos y voy a evitar que se abalancen encima de ti para disculparse.

—Ah, ¿sí? ¿De verdad dije eso? —preguntó con cierta socarronería.

—Sí. Y no voy a ducharme contigo.

—No te he pedido que hagas eso.

—Tu tono te ha delatado.

—Admite que estaría bien.

—No voy a responderte a eso.

Hizo un ruidito con la boca y yo me limité a poner los ojos en blanco sabiendo que no me vería.

—Bueno, ¿y cuándo va a llegar Xander? ¿No se suponía que debía estar ahí hace media hora?

Así era, el bailarín había salido hace cuarenta minutos de su piso y aún no había llegado, lo cual me parecía bastante raro.

—Puede que haya tráfico, es la hora punta —respondí cruzándome de brazos—. ¿Cómo tienes la espalda?

—Deja de preguntármelo como si me hubiera atacado un tiburón. Estoy bien, están cicatrizadas todas, en unos días apenas tendré nada. Si quieres te dejo que las veas cuando llegues, monstruito.

Al compás de las estrellas ✔ [#HR2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora