Capítulo 16

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Regina volvió a casa y se metió en su dormitorio de donde no salió ni siquiera para cenar, su madre le llevó algo para que comiese y ella se quedó allí dentro con su hijo acostado a su lado. No deseaba ver a nadie más y no deseaba ver la compasión en los ojos de sus familiares.

A la mañana siguiente, la morena se despertó cuando notó un golpe en su cara. Al abrir los ojos se encontró con su hijo que se había girado en la cama y le estaba dando patadas alegremente. Regina sonrió y lo giró para que dejase de golpearla. Henry tenía los ojos de su madre, cada vez que lo miraba la veía en él.

Regina dejó de pensar en eso y se levantó un poco para darle el pecho, una vez que había comido lo dejó en el carro y ella aprovechó para darse una ducha rápida y cambiarse de ropa.

-Cariño.- Dijo Henry tocando a la puerta.

-Pasa, papa.- Contestó Regina que estaba ya vestida y estaba abriendo las persianas para que entrase la luz del sol.

-¿Te ha dicho tu madre que el domingo me marchare por unos días?- Le preguntó mirando a su nieto que jugaba con el chupete.

-Sí, sé que tienes que cerrar los últimos pendientes. No te preocupes, estaremos bien.- Dijo Regina que intentaba no mostrar su malestar.

-Mi vida, siéntate conmigo.- Pidió el hombre que se había sentado en la cama.- Dime cómo te sientes, habla conmigo.- Añadió él que sentía a su hija sufrir sin él poder hacer nada para evitarlo.

-Estoy bien.- Dijo aunque ni ella misma se lo creyó.

-Gina...- Murmuró Henry abriendo sus brazos para que la morena se recostase en él como cuando era una niña.

Regina no lo pudo evitar y se dejó acunar por su padre, siempre habían tenido una relación muy especial y él había sabido apoyarla y ayudarla siempre que lo había necesitado.

-Llora, mi vida. Sólo así podrás aliviar todo ese dolor que estas sintiendo.- Le decía al oído mientras que hacía círculos sobre su cabeza pues sabía cómo esa la relajaba.- Nadie quiere ver morir a alguien que quiere y mucho menos de la forma en que lo ha hecho Kat pero tú no podías estar sobre ella las veinticuatro horas del día, hiciste todo lo que pudiste pero, mi amor, no siempre el amor es suficiente para sanar las heridas que uno tiene.- Henry hablaba mientras que Regina solo se abrazaba a él y seguía llorando sin parar.- Tú amor por ella siempre estará en ti, y siempre formara parte de tu vida, sobre todo porque te ha dejado algo tan maravilloso como es un hijo. Tú tienes que luchar por salir adelante y por ser feliz. Estoy totalmente seguro de que ella quiere que así sea.- Añadió besando la cabeza de la morena que ahora parecía algo más calmada.

-Yo era feliz con ella.- Dijo con la voz entrecortada.

-Y ella contigo pero ese accidente fue más de lo que ella puedo superar.- Contestó él apretándola más.

Regina no dijo nada más, simplemente se dejó cuidar por su padre como cuando era una niña. Antes de darse cuenta Cora se había unido a ellos y también la abrazaba como cuando era pequeña y se disgustaba por algo.

-Te amamos, cariño. No dejaremos que nada te pase, tú tienes que luchar por Henry Junior y por ti.- Dijo Cora besando a su hija con cariño.

-Gracias.- Contestó ella que ya se había separado de ambos.

Henry y Cora abandonaron la habitación de la morena y se llevaron al niño. Regina quería estar sola durante un rato.

Después de coger una fuerte bocanada de aire abrió el armario y comenzó a sacar toda la ropa de su mujer, sabía que era pronto pero necesitaba empezar a sacar algunas de esas cosas que tanto daño le hacía verlas.

Cuando llevaba más de media hora sacando ropa y metiéndolas en unas cajas que tenía guardas en su armario vio caer una hoja de papel de uno de los bolsillos de su abrigo favorito. Lo cogió y se sentó en la cama para leerlo.

Mi amor, jamás dudes de lo que siento por ti. Nunca dudes de que has sido la mujer de mi vida, mi único y verdadero amor.

¿Te acuerdas cuando nos conocimos? Sí, me refiero a cuando te tiré el café encima porque no encontré otra forma de acercarme a una diosa como tú. Ese día no me podía creer que a pesar de haber arruinado una de tus blusas favoritas tú me lanzases la sonrisa más increíble que he visto en mi vida. Fue ese día cuando supe que quería todo contigo, que deseaba que esa sonrisa sólo fuese para mí y que nadie pudiese verla.

¿Recuerdas nuestra primera cita? Dios, que preciosa ibas con ese vestido corto, casi se me cae la mandíbula al verte aparecer así. Aún creó ver el brillo en tus ojos cuando te pedí matrimonio, o cuando supimos que por fin seriamos madres.

Esta carta no tiene el objetivo de que llores o de que te sientas culpable, todo lo contrario, mi amor, con ella quiero que recuerdes todo lo bueno que vivimos. Todo lo maravilloso que nos hicimos sentir la una a la otra.

Sé que lo que voy a hacer te va a hacer daño, sé que te hará sufrir pero no veo otra salida. Sé que lo has hecho todo para hacerme feliz y solo te lo puedo agradecer eternamente.

Creó que nunca he estado más cuerda que ahora mismo, escribiendo esta carta, quiero que sepas que te amo, que te amé desde que te vi pero que hoy soy la causa de que sufras. No puedo vivir con esto, no puedo seguir viviendo así.

Deseo profundamente que seas feliz, que encuentres a esa mujer que sepa darte todo lo que yo no te di. Que sea más fuerte que yo, porque sí, sé que estoy siendo una cobarde pero hay veces que la cobardía es más fuerte que nada.

Quiero que le digas a mi hermana que la quiero y que ella no tiene la culpa, todo lo que he dicho ha sido fruto del rencor y el dolor que sentía en el momento.

Quiero, en primer lugar, que seas completamente feliz y que solo te quedes con los buenos momentos que hemos vivido, en segundo lugar, que Henry sepa que lo amo, que a pesar de lo que voy a hacer lo amo profundamente, y por último, quiero que no te sientas culpable porque tú has hecho más de lo que te correspondía.

Siempre tuya, Kat.

Regina lloraba desconsoladamente mientras arrugaba las hojas con sus manos, las carta tenía manchas de lágrimas por todo todos lados y había letras que casi ni se podían leer. Esa carta solo había conseguido hacerla sentir más culpable. El amor de su vida se había quitado la vida pero aun así había tenido el raciocinio de dejarle una carta de despedida.

La morena se acostó con un jersey de Kat entre sus manos. El olor de su mujer la relajaba y se acabó quedándose dormida desde de tantas lágrimas.

-¿Regina?- La llamó Cora preocupada porque no había bajado a almorzar.- ¿Regina?- Volvió a decir esta vez entrando en la habitación y encontrándose a la morena completamente dormida sobre la cama.

Cora se acercó a ella para asegurarse de que estaba bien, en el camino se encontró con las hojas de papel dobladas y arrugadas en el suelo. Tras cogerlas y darse cuenta de lo que era las dejó sobre la mesita de noche. No deseaba leer nada de lo que ponía allí pues imaginaba que solo Regina tenía ese derecho.

-Regina, el almuerzo está listo.- Le dijo Cora que se había acercado a ella para despertarla.

-Ya bajo.- Contestó Regina perezosamente.

-Está bien, te esperamos allí.- Dijo la mujer mayor saliendo del dormitorio.

Regina se levantó y después de lavarse la cara salió para almorzar con sus padres, no quería preocuparlos aún más. 

Simplemente amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora