Capítulo Veintiocho

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Aitana Ocaña

El nudo en mi garganta me estaba matando. Sentí que me estaba asfixiando. No había nadie a mi alrededor, ni Kirill, ni mi padre, ni esa mujer. Estaba en el pasado.

Mi cabeza viajó a esos a tiempos dónde lo único que hacía era llorar hasta quedarme dormida.

De vuelta a esos meses deprimentes, donde yo necesitaba a alguien. Donde mi padre me hacía tanta falta, donde lo necesitaba.

Él se fue. Él hizo una nueva vida, sin mi. Sin Kirill. Sin nosotros.

Lo único que podía sentir por él, era asco.

Me sentía traicionada. Las lágrimas querían salir, pero no, no le iba a mostrar lo débil que era.

Aitana: Ten cuidado. -le dije a aquella mujer y me miró confundida-.
X: ¿De qué, exactamente?

Aitana: Puedes morir y ser reemplazada después. Así suele hacer mi padre. -lo dije fría, ella abrió la boca y Kirill se tensó-

Carlos: Aitana, ¿pero qué dices?

Aitana: La verdad. -sonreí-

Le dí una de esas sonrisas hipócritas, sólo solía usarlas con Marta.

Kirill: Cálmate, Aiti...

Aitana: ¡No, Kirill! ¡No me voy a calmar! Mientras yo necesitaba a mi padre, él estaba entre las sábanas con la primera zorra que se le pasó por enfrente.

La mano de mi padre había hecho contacto con mi mejilla. Él me abofeteó. Las lágrimas que había evitado dejar salir, hicieron presencia.

Me sentía atrapada. Es como si gritara para que alguien me salve y nadie puede escuchar nada. Y sigo gritando y gritando hasta que ya no pueda más.

Sentía un extraño vacío. Como cuando nadas, nadas y nadas y quieres sostenerte en algo sólido, pero el agua es mucho más profunda y no hay nada allí.

Y lo sé. Hay cosas que son mejor no decirlas. Y esas son las cosas que salen primero por mi boca.

Aitana: Felicitaciones, gracias por arruinar esta familia.

Le dije a la mujer de la cual no quiero saber su nombre. Ni absolutamente nada de ella.

Me quite las manos de Kirill de encima, sequé mis lágrimas y subí a mi habitación.

Cerré la puerta de un portazo y me dejé caer sobre esta.

Ojalá las lágrimas ahogaran.

La cara de mi padre no salía de mi cabeza.

Era como si yo fuera una maldita intrusa, como si no significara nada para él. ¿Qué estoy diciendo? ¡No significo nada para él!

Me recosté en mi cama y me escondí debajo de mis sábanas. Pretendiendo que nada había pasado. Tratando de sacar de mi cabeza todo lo que acababa de pasar.

Como si estuviera funcionando.

Tocaron mi puerta. No estoy de humor para hablar con nadie. Con sólo imaginar que el que tocaba mi puerta, era mi padre o la estúpida de su esposa, tomé el reloj y lo lancé contra esta.

Aitana: ¡NO QUIERO VER A NADIE! ¡LÁRGATE!

Habían abierto la puerta. Sabía que era Kirill, tenía una copia de la llave de mi habitación.

Por si hay una emergencia. Es lo que siempre dice.

Aitana: Vete, por favor.

Susurré pero él apartó las sábanas y se recostó a mi lado abrazándome. Me dió un beso en la frente.

Sei Mia, PiccolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora