—Muchacho, ¿sabes a dónde se fue? Apenas me vio él...
—Perdone, pero no sé si debería estar hablando con usted en realidad—lo interrumpo, sin alcanzar a escuchar el resto de las palabras que tenía la intención de decirme, y desconozco si alguna vez llegaré a hacerlo. Sin embargo, en este preciso momento en que no tengo a Yoongi en frente en una ciudad completamente desconocida para ambos, ni siquiera me importa.
Atravieso el salón, golpeando a las personas con mis hombros y llego hasta las enormes puertas del frente. Diviso la zona sobre las escaleras, sin llegar a verlo. Siento un sudor frío envolver mis palmas y recorrer cada parte de mi cuerpo, junto con un pequeño escalofrío al final de mi nuca.
Me pregunto qué carajo hacemos en Omaha. Me lo pregunto tantas veces que es como si una avalancha de cachetadas mentales golpearan mi rostro hasta dejarlo morado... por que todo es mi culpa.
Empieza a llover y me refugio en una parada de autobús, en medio de una calle poco transitada. Intento comprender lo que acaba de suceder, mirando cómo el parabrisas de un viejo Toyota comienza a moverse, de un lado de otro, recordándome que el parabrisas de Zach no se mueve desde mil novecientos ochenta y cinco. Y me hace preguntarme por qué mi padre no me llevó a casa aquél viernes del setenta y nueve. Simplemente me miró, desde la ventana de la puerta trasera, como alguien mira a un cachorro que abandona y se largó.
Y pensé que estaba bien con ello, hasta hoy, que siento que ese pequeño vacío en mi pecho está supurando algún líquido con mal olor, que me provoca el peor de los dolores.
Quizás lo supo en ese momento, que jamás iba a volver a ser el mismo niño después de lo que pasó (a veces esas cosas se intuyen por sí solas) y pensó que no tenía otra opción más que dejarme allí sentado, contra la madera del árbol naranjo que tenía mi tía en el patio trasero. Porque quizás pensó que estaba en buenas manos. Pero es probable que solamente quisiera deshacerse de mí.
Y pensé que estaba bien con ello, pero, mientras las gotas golpean el techo de esta bonita parada de autobús de madera, descubro que nunca lo estuve. Y también es probable que nunca lo esté. Porque los cachorros no deberían ser abandonados por alguien que se supone que debe protegerlos y dar la vida por ellos, aún si están defectuosos o no.