No debí beber del gabinete de Zach.
Está a punto de ponerse a llover, y por un minuto, quiero que un tornado me lleve con él. La idea se me pasa casi al instante, porque sé que donde sea que termine, allí no estará Jungkook.
Mi estómago cruje y la cabeza me da vueltas.
Me pregunto qué es lo que me hace sentir tan miserable en este día tan especial donde las personas no hacen más que festejar y sonreír, esperando que el 1989 les brinde una bienvenida inolvidable, mucha mejor que la del 1988 y los años anteriores.
Pensar en lo increíble que fue este año para mí me hace querer bailar. Sin embargo, aún me es imposible creérmelo. Me preocupa que no falte mucho para que algo pase y me haga olvidar todo lo bueno, porque es en lo único que pienso. La primera mirada amigable de Hoseok dirigiéndose a la mía, las manos de Jimin golpeando contra la ventana del auto mientras discute sobre el cambio climático, el camino a casa junto a Namjoon y las palabras que aún rebotan de un lado a otro, en mi cabeza... Y para mi pesadumbre, Jungkook.
Me dirijo al teléfono y marco el número de su abuelo. El sonido de las teclas me aturden.
Una voz chillona me saluda.
—¿Yeon?—pregunto.
—¡Oh, Yoongi!—exclama. Me tomo un segundo para rascarme la oreja—. Lo siento, mamá ya fue a buscar a Jungkook a la estación.
Alzo una ceja. Un «¿Eh?», es lo único que me sale.
—Sí—ahora susurra—, perdió el tren.
Me quedo en silencio. Oigo su respiración al otro lado de la línea.
—¿Yoongi?
—¿Cuál tren, Yeon? ¿No se supone que estaban en Omaha?
—¡Mierda, me atraparon!—oigo un forcejeo.
—Espera, ¿puedes decirle a Jungkook que...?
—¡Díselo tú!
Un golpe cuelga la llamada. Permanezco estático.
El sonido vuelve a aturdirme, en cambio, las esperanzas de oír a Jungkook se van, dejándome envuelto una vez más en mi soledad de año nuevo. Ni siquiera cuento con las fuerzas de preguntarme si es que Jungkook está en Omaha o en dónde quién carajos sabe dónde. Solamente quiero divagar, porque creo que me encuentro un poco roto, como fragmentado. Y me doy cuenta de que no hay nada más que pueda repararme ahora mismo que él.Me sirvo otra copa de vino y veo el maratón de Los Años Dorados. Más tarde pasarán Alf, lo que me recuerda a que Eun y Seung deben estar durmiendo y soñando con Superman.
Otro año nuevo por mi cuenta.
Y de no oler el aroma empregnante a flores de Jungkook en días, siento que voy a morir. Adoraría leer un final en el que uno de los personajes fallece por esa causa. Jungkook no se burlaría de mí si se lo contara. Tal vez hasta me besaría. Adoro cuando lo hace, y dudo que llegue a cansarme. Pero no dejo de pensar en que besó a alguien más. Me dedico a odiar el sentimiento, porque no puedo odiarlo a él. Es inútil. Quiero demasiado a Jungkook y no puedo evitar que me duela el pecho.
Jamás podré besarlo en la pista de baile tal como lo hizo con esa chica.
Tampoco podré hacer el intento de bailar con él al ritmo de la música.
Un golpe en el tejado me alarma. Minuto después creo que estoy delirando gracias al alcohol. Me recuesto y suspiro. Bebo lo que resta en la copa, haciéndo a mi garganta arder. Veo la carta de admisión asomarse encima de la mesada. La vuelvo a guardar en su sobre, por enésima vez en el día.