Jungkook no me toma de la mano desde los nueve años.
Solía hacerlo todo el tiempo. Cuando caminábamos a nuestras casas, luego en el camino a la escuela y cuando me conducía a su habitación, aunque haya estado miles de veces allí.
Un día cualquiera su madre nos dejó ir al parque Madison, a una manzana de distancia de nuestras casas y cinco minutos a pie. Jungkook me tomó la mano, sonriente, con sus paletas asomándoseles y sus ojitos redondos.
En nuestra caminata, él tenía cuidado de no pisar hormigas, como era agosto había montonales de ellas.Nos subimos al sube y baja que acostumbramos subirnos. Sin embargo, esa vez, apenas a unos metros del arenero, no estábamos solos.
Jungkook fue el primero en notar piedritas rebotar contra su rodilla.
Aquellos chicos eran de nuestro salón. No recuerdo muy bien los nombres pero el grupo lo conformaba un gordo, dos enanos y un chico demasiado alto para tener nueve.
Le dije a Jungkook que nos fuéramos para no preocupar a su madre. Y como todo niño sin control, él no me hizo caso.
Lo ví golpear al más alto en el suelo y moler a patadas al gordo. Mientras, un enano me empujó y caí en el arenero. Creí que iban a golpearme, justo como sus amigos lo eran por Jungkook, pero en cambio sólo me llamaron marica repetidas veces.
Marica. Marica. Marica.
Jungkook se arrojó encima de ellos en cuanto enterró la cara de los otros dos en la tierra del parque. Lo ví golpearlos en la caja de arena. Les terminó rompiendo la nariz a cada uno a un costado mío.
Me quedé en blanco mientras lo observaba impactar sus nudillos contra las mejillas de aquellos niños. Jamás lo había visto pelear. Jungkook era y es demasiado dulce para mí. Sigue siendo el niño que cuida a las hormigas. El tierno, de mejillas rellenas y piernas delgadas. El que yo había cargado a su casa semanas atrás porque raspó su rodilla y comenzó a llorar. Ese mismo estaba golpeando a unos niños que nos llamaron maricas.
—Jungkook, ya basta—recuerdo haberle dicho.
El niño debajo suyo lloraba de la misma manera en que Jungkook lo hizo semanas antes, pero aún así, él no le soltaba el cuello de su camisa.
—Nos vamos—repetí—. Ahora.
A gruñidos, me hizo caso.
Me preguntó si habían llegado a lastimarme, lo que negué. Mi mano se dirigió a la de él en el camino a casa. No sabía desde cuando se había vuelto una costumbre para mí. Sólo sé que sus dedos entre los míos me hacían el niño más feliz de la faz de la Tierra, y que fuera él quién tenía ese detalle conmigo no podía ser mejor.Pero ese día Jungkook la esquivó y entendí que no volveríamos a tomárnoslas más.
Ahora es como si la evadiera a toda costa. Es algo idiota de mi parte darle gran importancia a estas pequeñas cosas, pero son las más dolorosas porque es de Jungkook de quién se trata. El mundo entero podría rechazarme y no me importaría. Pero es él. Lo único que tengo. Lo único que necesito para saber que los días siguientes no son tan malos como parecen.
Podar el césped por las mañanas no es tan malo si pienso en que luego lo veré. Con su suave y liso cabello oscuro cayéndole sobre las cejas y el reflejo del sol creando pequeños destellos en sus enormes ojos avellanados. Y su sonrisa de conejo añoñado.
Sus labios, tan rosas que parecen irreales. Imagino que son esponjosos y muy muy suaves, como su cabello. Puedo imaginarlo. Los mordería sin previo aviso de no ser por todo y exactamente cada cosa que nos rodea. Incluido él. Si ni siquiera desea que roce su mano, ¿cabría imaginar lo que me hará si le robase un beso? Uno pequeño. Inocente. Sin querer.
Me mataría. No lo culpo, a veces yo también quisiera hacerlo por todo lo que pasa por mi cabeza. (Jungkook pasa más tiempo ahí que en su propia casa, estoy seguro.)
Cada parte de su cuerpo es algo que me aterra y a la vez intriga, aunque últimamente su abdomen está grabado en mí como un viejo casete de los Beach Boys que se reproduce y se reproduce. Y yo no tengo intención de hacerlo parar.
Me gusta recordar ese día.
Cómo se va quitando la camiseta, también los pantaloncillos. (Dios, estoy duro y apenas son las seis de la mañana.) Cuando finalmente se zambuye en el agua y mete su cabeza por completo. Cuando la saca y debe sacudirse varias veces, tantas, que me doy tiempo de guardar cada una de sus expresiones mientras simulo leer la página 123 de Orgullo y Prejuicio. La playa estaba repleta según lo que recuerdo. Todo se monta cual escenario en mi memoria, incluso la nalgada que le da después a su novia de ese entonces, Jude. Es entonces cuando vuelvo al párrafo donde me quedé y pretendo no haber visto nada.Ese día me masturbé tres veces cuando la noche cayó y me encontré solo en mi habitación.
Bajé a comer a eso de las once y ví que habían arrojado a otro hombre por el puente Wilson. Era la tercera vez que sucedía en el año y no pasábamos la mitad de marzo.—Campeón, ¿me pasas una cerveza?—oí a Zach decirme. Estaba sentado en el sofá en frente al televisor, casualmente no lo noté. Le alcancé una lata y me quedé de pie, junto a él. El noticiero informaba sobre el fallecido, que caminaba solitario hasta que lo agarraron, o eso decían ellos. Zach removió el líquido de la lata de izquierda a derecha y me dijo algo que ni al día de hoy puedo olvidar:
—¿Tú y Jungkook caminan por ese puente cuando van a la escuela, no? Que no te preocupe. Sólo tiran a los maricas por Wilson—bebió un trago—. Los tienen ubicados, a cada uno. Y cuando acaben con todos esos soplapollas, se detendrán. ¿Ves? Todos salimos ganando.
Miré las imágenes del puente Wilson que mostraban por el televisor y asentí, palideciendo por dentro. Tendí mi cama y me dispuse a dormir sin pensar mucho en ello.
Porque sé que Zach no quería sonar como la bestia que demostró ser esa noche. Y sé que no fue su culpa que tantos hombres, homosexuales o no, murieran a mano de esas terribles personas. Pero sentí tanta rabia. Tanta vergüenza. Habían pasado sólo treinta minutos desde que me masturbé pensando en mi mejor amigo: un hombre. ¿Zach me mataría si se llegara a enterar de las veces que me he dado placer pensando en alguien de mi mismo sexo?
Y Jungkook, ¿me matarías si supieras que estoy enamorado de ti? ¿Me tirarías desde el puente Wilson cómo tantos lo han hecho con otros sujetos como yo?