XXXII. ¡LÁRGATE!

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Los cuatro corremos hacia la sala, encontrándonos con Gong, su cita todavía bastante desorbitada en el suelo y Frank recién llegando a la escena

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Los cuatro corremos hacia la sala, encontrándonos con Gong, su cita todavía bastante desorbitada en el suelo y Frank recién llegando a la escena.

Jiyoung empieza a echarle la culpa de todo a gritos, mientras mi madre y yo la sujetamos.

—¡Dios, cómo puedes ser tan idiota, te dije que pusieras la bolsa con los cosas del bebé en el baúl del auto mil veces, y ahora...!

Frank se quedó de pie, observándola y al rastro de líquido que dejaba desde mi habitación. Allí mismo, se desplomó contra el suelo.

La sala entera exclamó un oh bastante gracioso.
Gong se le acercó para asistirlo, Yeon también.

—¡Cómo puedes desmayarte en este momento, Frank, voy a...!—la interrumpió una contracción que dejó salir a través de un apretón a mi muñeca.

A lo largo de mis diecisiete años, en los que me he metido en un número inmaginable de peleas, de las que no he estoy orgulloso pero sí consciente, de pie junto a Jiyoung, jamás había pensado que quién me haría más daño fuera ella. Y es que tiene una fuerza inhumana en sus manos, sumando que tenía sus uñas tan afiladas como las de un felino.

—¿Qué te hiciste la manícura o qué?—expreso en un hilo de voz.

Gong logra que Frank vuelva a abrir los ojos y logra ponerse de pie con dificultad.

—Ve por la bolsa, Frank, ¡ve!

—Cariño, cálmate, deja que maneje él y después nos encargaremos del bolso—le aconseja mi madre.

—¡La doctora dijo que todo podía hacer falta, excepto el bolso!

—No te preocupes, pasaré por él. Preócupate por el bebé— trato de tranquilizarla. Ella le grita adolorida a Frank que me dé las llaves de su casa y él obedece.

La ayudamos a colocarse en la parte trasera de la camioneta. Yeon se coloca junto a ella y mi madre los acompaña adelante. Ahora me lanza las llaves de su camioneta, advirtiéndome que la cuide.

Los observo alejarse, junto a Gong, sobre la entrada.
—Espero que ese bebé nunca olvide nada— dice él.

—Sí, espero que...—comenzamos a caminar hacia el porsche y noto por el rabillo del ojo, cómo una camioneta Ford oscura atraviesa velozmente la entrada, y sin detenerse, una persona se asoma por la ventanilla con algo que no logro divisar bien en la mano.

Es allí que sin pensarlo mucho, arrojo a Gong al suelo conmigo, por detrás de la varandilla de metal y escucho el estruendo de una ventana, convirtiéndose en añicos.

Nos mantenemos abajo, atónitos por unos segundos. Nos vemos a los ojos, sin saber qué hacer, con miedo, trayéndome recuerdos de cuando jugábamos a las escondidas de pequeños y escuchábamos al niño que nos buscaba cerca de nosotros, en tiempos tan lejanos que en una situación como esta parece haber ocurrido el día de ayer.

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