PRÓLOGO.

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Tenía seis años cuando vi cómo arrojaban a un hombre del puente Wilson.

Al frente del auto, mi tío observaba por el espejo retrovisor.

Conforme avanzábamos, continué mirando por la ventana trasera.

Unos sujetos retenían a otro que gritaba que lo soltaran, mientras que el hombre desaparecía del varándal, cayendo al vacío del mar.

-No valen la pena Kook-me dijo mi tío, acomodando el espejo de en medio-. No son más que un par de maricas obteniendo su merecido.

Él murió dos años después de un ataque al corazón. Mi madre decía que el alcohol lo mataría un día y tuvo razón.

Hoy en día, no tengo idea de si el sujeto que cayó del puente murió, o si después de que cayera dejaron libre al otro hombre. Recuerdo haber esperado que lo mencionaran en el informativo nocturno, pero no fue así.

Se lo conté a Yoongi el día que lo conocí. Fue un año después de que ocurrió.

Él estaba sentado contra un árbol del patio de juegos, con las piernas pegadas, leyendo algún tipo de folleto sobre biología y se lo conté. Ni siquiera habíamos hablado antes de eso. Me dijo que mi tío era estúpido y yo lo golpeé. Yoongi se tocó la mejilla, mirándome. Sentí que devoraba mi alma por segundos. Comencé a llorar.
Continuó viéndome, con las pupilas dilatadas.

Desde ese día sé que Yoongi no es bueno lidiando con las palabras, pero excelente leyéndolas. Su voz me calmó bastante en mi ataque de lagrimas, aunque lo que leyera se tratara de menstruación y a mis ocho años creyera que los hombres tenían tetitas y las mujeres tetotas.

A la hora de la salida, ví a su tía preguntarle qué le había pasado a su mejilla. Los nervios inundaron mi cuerpo, mi mente de niño se imaginó a toda mi familia apuntándome con el dedo. Sin embargo, Yoongi simplemente se encogió de hombros y fingió no recordarlo. Su tía lo regañó con tener más cuidado y los ví alejarse caminando.

No entendí por qué no me había acusado. Si un niño cualquiera se atreviera a golpearme, seguramente yo lo habría hecho con todas las ganas.

En la noche, luego de que mis padres arroparan a mis hermanos y a mí, descubrí que Yoongi no era un niño cualquiera. Comencé a pensar que él era genial. Y si lo era, yo debía estar a su lado por lo que restara de la primaria.

No sé en que punto decidí seguirlo en la secundaria y luego, en la preparatoria.

Me gusta pensar en que me acostumbré a estar siempre cerca de Yoongi, aunque a veces siento que lo abrumo. Pero él no me lo dice. Se queda quieto y lee, y yo lo oigo recitar poesía o cualquier cosa que me sirva para escuchar su voz. (Y es que es tan tranquilizante oírlo y apoyar mi mejilla en su hombro flaco y puntiagudo.) Olvido todo lo demás cuando se aclara la voz y comienza a leer el paratexto. Y yo lo miro y pienso en toda la suerte que tengo por los momentos en que estoy con él, escuchándolo, memorizando cada detalle de su rostro.

Cada año me viene este miedo culminante. Porque, Dios, no quiero alejarme de él. Me aterra no tenerlo a mi lado en el salón de clases, o que consiga nuevos amigos y se olvide de mí.
Sé que no soy la gran cosa, no hay ninguna cualidad especial en mí, por eso si él quisiera podría reemplazarme tan fácil como chasquear los dedos.

Pero no quiero perderlo.

Aún no me he cansado de molestarlo. Necesito más tiempo.

Sólo un poco más.


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