Espero a Yoongi en un parque abandonado, al anochecer. Taehyung eligió este sitio hace una semana. Cuando le pregunté por qué tenía que ser este lugar, él simplemente respondió: «Mientras menos gente nos vea, más seguros estaremos». Eso simplemente me dio escalofríos, así que le insistí a Yoongi en que se disfrazase y viniéramos por caminos separados.
Tomo asiento en una hamaca oxidada y me balanceo con ayuda de mis pies. El chillido que hace me inquieta, sin embargo, no me bajo. Es mejor que el silencio mortal que inunda el al rededor, de todos modos.
Una brisa de viento mueve las hamacas, sin cesar.
Mis pies se entumecen en el momento que recuerdo que aquí tuve una pelea con unos niños, hace un largo tiempo atrás.
Yoongi aparece por la entrada del parque, debajo de la única columna que alumbra este sitio. En cuanto me ve, se acerca.
—No te disfrazaste—le señalo. Él levanta una ceja y niega.
—Claro que sí. Llevo una camiseta de rugby y yo detesto los deportes.
Me parto en carcajadas.
—Dime que trajiste algo más que eso.Revuelve su bolsillo izquierdo y saca un libro con una masa en su portada.
—Es de recetas de cocina. ¿Por qué trajiste a John?—pregunta, apuntando a mi bicicleta.«No le llamo así hace años», reflexiono.
—Pensé que llegaríamos más rápido en bicicleta.
Yoongi la examina, con un terrible horror escrito en los ojos.
—No me subiré—aclara.—¿Irás trotando a mi lado?—antes de que se negara, agrego: —No llegaríamos a tiempo a encontrarnos con Taehyung.
Se humedece los labios, mascullando en voz baja.
—Si nos caemos...
—No pasará, confía en mí—revuelvo en el bolsillo de mi saco y consigo gafas de sol. Yoongi me observa con atención. Se las coloco e intento contener las carcajadas.
—¿Qué?—pregunta, intrigado. Las gafas le quedan gigantescas, pero no planeo decírselo.
—Nada, nada—niego—. Sube con cuidado, mosquita.
Él sisea. Pasa las piernas por los costados del asiento de atrás y se aferra fuertemente a mi cintura.
—Vale, andando.