Aprieto la mezcla en mi bolsillo.
La noche es oscura y las intensas luces del campo de juego deslumbrantes.
—¿A dónde vas, Yoon?—pregunta Hoseok al vacío, porque cuando llega al final de la oración, ya no estoy.
Camino hasta su lugar en las gradas. Tiene puesta una gorra que jamás le ví, con el logotipo de la preparatoria.
—Jungkook.
Cuando levanta la vista, pienso que luce irreal.
—¿Qué?
Sus ojos apenas se ven debajo de la viscera... y su ropa es tan oscura y grande como sus ojos.
No está sorprendido de verme. Sus amigos tienen la mirada puesta en mí y en mi ridícula boina que nadie usa hoy en día. Olvidé quitármela cuando el sol se escondió, debo verme estúpido usándola de noche. Pero me mantengo firme.
—Sígueme—le digo.
Él se me queda viendo, igual que sus amigos, pero no duda en hacerlo y decirles «ya vuelvo.»
No tengo idea de adonde lo estoy llevando. Es un sitio despejado al costado del aula de atletismo. El aire huele a polvo, debo hacer esto rápido.
Saco la mezcla y la sostengo entre mis dedos.
Él no dice nada.
Y creo que me aborrece.
No debí haber venido. Ahora mismo, en medio de este polvoriento lugar, deseo estar en la cama, con los audífonos puestos, y pretender que sigo teniendo un mejor amigo. Uno al que no besé y del que estoy completamente enamorado.
—¿Una mezcla?—la toma.
—Sí. Escúchala cuando tengas tiempo, ¿vale?—sumerjo las manos en los bolsillos de mis pantalones—. Nos vemos.
Estoy alejándome por los pastos altos cuando lo que más quiero es quedarme besándole la boca.
Pero Jungkook no volverá a correr detrás de mí como lo hizo en su cumpleaños. No volverá a gritar mi nombre y si se lo dijera, no podría creer cuanto lo he echado de menos estas semanas, que han sido como años sin él.
Porque tal vez ya dio por concluído este asunto complejo de la amistad y los besos y los problemas que implica.
Tal vez ya me dio por terminado y yo aún no puedo asimilarlo del todo.
Llego a la intersección Blossom y comprendo que no llamara mi nombre.
No hay un llamado, como tampoco ninguna de las estrellas que solíamos contar en el cielo, y para mi desgracia, la poca calidez de su fría amabilidad es mi único consuelo.