Érase una vez un príncipe.
Mehmet era el primogénito y único hijo del Rey y Rey'ne del Reino desértico, quincuagésima dinastía. Por su sangre corrían los genes de miles de antepasados que habían sido o magníficos o extraordinarios en cada aspecto. Fuerza, destreza, agilidad. Eran características que debió tener al nacer de una semilla Real, pero que el destino había decidido negarle tan cruelmente. El veneno que corría por sus venas junto a la sangre le hacía débil, enfermizo e inadecuado para la responsabilidad del Reino que sólo él podía gobernar.
Con el cabello y la piel más blancas que alguna vez existieron, Mehmet poseía una belleza incomparable que a muchos les parecía extraño, pero a más les parecía cautivante. Tenía ojos tan azules como las más preciosas de las gemas, labios que harían temblar de envidia a un rubí y unos pómulos que estaban marcados solo lo suficiente para darle a su rostro una apariencia exquisita. Por mucho que Mehmet fuera una belleza impresionante, casi se volvía invisible junto a las personalidades llamativas del resto de su familia. Casi, puso su silenciosa y observante actitud resultaban atrayentes para todos.
Todos menos uno.
Aquel príncipe de facciones bellas solo tenía ojos para una persona. Esa persona era también la única que jamás, ni en ninguna circunstancia, lograría fijarse en él. Estaba enamorado de un hombre para el que nunca sería más que un niño pequeño, obligado a sentir cosas que jamás llegarían a ser reales. Pero estaba bendecido con una mente lenta e incapaz que le hacía ignorar la mayoría de los aspectos negativos de su enamoramiento. Y dado que al príncipe nunca se le había dicho directamente que el líder Agrim nunca le querría, él era ignorante de ello. Con Mehmet, uno debía decirle las cosas de manera directa si quería lograr que él lo entendiera.
El príncipe prefería admirar al objeto de sus deseos desde lejos. Mehmet tampoco sabía que las personas enamoradas podían besarse, abrazarse e incluso hacer otras cosas. Solo sabía que le gustaba mucho el líder Agrim. Quería verlo, estar cerca de él. Quería hacer muchas cosas, ninguna de las cuales era más que una idea infantil. Tomarse de las manos era suficiente para hacerle sonrojar.
Mehmet esbozó una sonrisa al ver que las flores en su jardín habían florecido, explotando en hermosos colores violetas y naranjas. Eran una variedad especial que solo crecía en los alrededores del palacio, cubriendo las paredes y el suelo de tal modo que hacía lucir muy hermosa la pequeña sección que le pertenecía a Mehmet. Era una ley bastante peculiar que cada príncipe poseyera una pequeña sección, sea un ala o una torre entera que era de su absoluto dominio, estando exento del gobierno del Rey. A Mehmet le dieron el único espacio que tenía jardín, pues su madre sabía cuánto le gustaba cultivar flores.
Siguió riendo hasta que una sombra se posó sobre él, apagando los coloridos tonos de las flores frente a él. Hizo un puchero, derramando lágrimas amargas. No le gustaban las sombras.
—Alteza, debemos irnos— fue Naikari, su sirvienta asignada. Ella velaba por él para que no ocurriera ningún accidente.
Durante toda su infancia, Mehmet sufrió de una mente retardada. No era estúpido, por decirlo, pero en realidad tampoco era muy consciente de su entorno. Varias veces se había lastimado involuntariamente, inclinándose demasiado cerca del agua. Cayó en su interior, lo que empeoró la delicada situación de sus pulmones. Debía tomar medicina cada día antes de irse a dormir, pero aquella vez tuvo una recaída tan grande que sintió que se asfixiaba durante toda una semana. En otra ocasión se rompió dos brazos por poner las manos debajo de un carruaje, curioso por saber cómo se sentía.
Naikari era una esclava, aunque nadie la trataba como tal. Para ellos era una criada común, con pagos mensuales y un hogar en el que vivir. Cuidaba de Mehmet, además lo veía como un hijo. Naikari era mayor.
Mehmet supuso que era hora de comer. Bueno, las flores no se moverían. A menos que le crecieran pies y…
—¿Crees que les saldrán piernas a las flores si les echo más agua?— preguntó, mirando a Naikari con total seriedad.
—No lo sé, alteza. No sería bueno tener a las flores corriendo por ahí— respondió Naikari sin inmutarse. —Habría que limpiar mucho porque están cubiertas de tierra. Y sabe que no puede correr mucho. Sería un gran inconveniente.
De repente Mehmet se imaginó a unas flores con piernas corriendo por todo el palacio, asustandolo. Decidió que era mejor no darles piernas.
Mehmet fue a cambiarse y en el camino encontró a su hermana Mahriham conversando animadamente con una de las criadas nuevas. El peliblanco parpadeó, confundido, antes de volver su atención al suelo. No quería perderse como la semana pasada, así que debía contar los pasos desde el jardín hasta su habitación. Eran treinta y dos. Además tambien quería evitar tropezarse, por lo que veía a su alrededor cada cinco segundos para asegurarse de que iba bien. Tan silencioso como siempre, llegó a su habitación en poco tiempo y se quitó la ropa.
Su padre frunció el ceño al ver la facilidad con la que se desvestía en presencia de otros. Amir bufó antes de pararse y poner una bata alrededor de su hijo, mirándolo fijamente para transmitir el mensaje. Era un mensaje al que Mehmet se había acostumbrado después de tantos años.
"Prohibido, prohibido."
—Entiendo, padre.
—Debes entender, Mehmet— replicó su padre con un tono fuerte. —Ya no eres un niño. No puedes exhibirte ante los demás de ese modo. Lo que pasó hace días...
Puede que su padre siguiera hablando después de eso. A decir verdad Mehmet no lo escuchó, porque su padre siempre hablaba mucho y decía poco. Se repetía. Y no era culpa de Mehmet no entender cosas tan simples como el hecho de que no podía quitarse la ropa cuando quisiera. Era estúpido que tuvieran la necesidad de recordárselo, pero hacía varios días el pequeño príncipe se había empezado a desvestir en el patio, solo porque tenía calor. Muchos dignatarios que habían ido a visitar tuvieron la dicha de verlo, cosa que horrorizo a su familia por completo. Ahora, tenía prohibido quitarse la ropa fuera de su habitación.
Simplemente no sabía que tampoco podía hacerlo frente a alguien más, en su habitación. Las reglas eran muy complicadas. Mehmet prefería pensar en las flores. O en el líder Agrim, aunque ésto último le hacía sonrojar.
—…¿Entiendes lo que digo?— culminó su padre.
Con sinceridad, Mehmet negó.
Amir suspiró.
—Bien, no tengo paciencia para ésto… habla con tu madre. Ahora, tienes que ser bueno hoy. Vendrán las tribus salvajes-
—¿Viene el líder Agrim?— preguntó casi en un chillido.
—… para hablar con tu madre sobre algunas disputas que no entiendo. Tú y tu hermana tienen que lucir moderados. Nada de joyas ni pintura… ¿Por qué te digo ésto? Apenas y usas túnicas de seda. Le diré a tu hermana que se controle.
—¿Viene el líder Agrim?— repitió la pregunta porque su padre no había respondido.
—Sí, Mehmet.
Amir parecía exhausto. Él no tenía mucha paciencia al hablar con Mehmet, pero le quería. Igual que todos. Solo no entendían su manera de pensar.
—¿Viene a verme?
Era doloroso ver las muecas de su padre. Mehmet no las entendía.
—Viene a la reunión, Mehmet. Quizás debas buscar algo más que hacer…
—Lo veré.
Mehmet sonrió cuando su padre suspiró. Casi siempre significaba algo bueno. Para Mehmet, al menos.
Después de aquel intercambio, Mehmet terminó de cambiarse y salió en busca de su hermana para que ambos fueran a la reunión.
Encontrarse con el líder Agrim le hacía sentir nervioso y a la vez emocionado. Era extraño para él sentir tantas cosas. Pero no se hacía ilusiones, ya era feliz solo observando al líder Agrim desde lejos.
Y así pensó que se quedaría.
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El Príncipe Que No Es Un Doncel. (Tercera parte de la saga Donceles)
RandomEl líder de tribu Agrim siempre ha amado a una persona. Alev, quien era conocido como la esposa del Rey desértico. Desde que puede amar, su amor ha ido dirigido únicamente a ese pequeño Doncel, que jamás podría tener. Aunque lo ha intentado muchas v...