Capítulo 6.

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Los ojos de la princesa.

La princesa Mahriham era bastante inteligente. Ya que a ella poco le interesaba, se entretenía pasajeramente observando a quienes lo rodeaban. Mahriham suponía que tal hábito venía de toda una infancia siendo dejada al cuidado de las sirvientas mientras sus padres cuidaban del siempre enfermo Mehmet. No era importante porque ya conocía a sus padres y sabía que éstos se esforzaban lo más que podían. Simplemente no sabían que darle tanta atención a Mehmet era lo mismo que desdeñar a su hija.

En fin, Mahriham era muy astuta. Por lo tanto era el orgullo de su padre, aunque éste no se lo decía directamente para evitarle la arrogancia. Aún así, Mahriham era bastante arrogante por naturaleza. No lo hacía por maldad o deseos de despreciar a los demás, pero es que ella sabía que era superior a los demás. Era inteligente, hermosa y bastante despiadada si se trataba de su familia o de quiénes quería.

Desde que su hermano balbuceaba palabras incompletas, Mahriham lo había cuidado para que evitara el peligro. Su hermano era tonto de la manera más adorable posible. Tenía cero instintos de supervivencia, siempre se metía en situaciones peligrosas y hasta hace algunos años no parecía entender el concepto de que los huesos podían romperse si se golpeaba muy fuerte. De hecho Mahriham había tenido que cuidarlo demasiadas veces, evitando que el joven Mehmet saliera lastimado en circunstancias muy extrañas. No entendía cómo Mehmet era incapaz de ver el peligro que podría causar lanzarse desde las escaleras.

Mahriham amaba mucho a Mehmet porque era el único hermano que alguna vez tendría. Además era un buen niño, una persona gentil y la criatura más amorosa que conociera. Pero era mejor mantenerse alejada. A pesar de ellos, Mahriham siempre estaba atenta a su hermano.

Es por ésto que le fue imposible no notar la palpable tensión entre Mehmet y Agrim. No era lo de siempre, porque Mehmet se veía triste. Y hacer que Mehmet se sintiera realmente triste era una tarea casi imposible, a menos que fuera algo demasiado serio.

Mahriham no tenía ni la paciencia ni la delicadeza de su madre. No preguntó nada y ordenó que buscaran al líder Agrim. Mas bien ordenó que se lo llevaran a medianoche con una indiferencia que dejó claro exactamente cómo debían tratarlo sus soldados leales. Así, le arrastraron al líder Agrim en la noche, mientras ella bebía su té con calma. Tomó un sorbo, suspirando por el sabor dulce que tenía, antes de depositar su taza sobre la mesilla. Cruzó las piernas y observó al líder Agrim, amarrado de espaldas y con una mordaza en la boca.

—Es una noche hermosa ¿No lo crees?

Agrim la miró con el ceño fruncido. Parecía estar molesto, aunque en realidad a Mahriham no le importaba mucho lo que sintiera aquel hombre. Eso, claro, a excepción de los dolorosamente obvios sentimientos que tenía éste hacia el pequeño e ingenuo Mehmet. Todos podían verlo, excepto por el mismo Agrim. Era algo estúpido.

Ahora, Mahriham dejó salir un suspiro. Luego hizo una seña para que retiraran la mordaza de sus labios. Agrim suspiró con fastidio, dirigiéndole una dura mirada a la princesa. La relación de ambos había sido siempre tormentosa, así que a Agrim no le sorprendía que la princesita estuviera actuando como una tirana. Secuestrandolo a medianoche solo para tener una conversación.

—Quiero hacerte una pregunta.

—Eso es obvio— dijo Agrim. —¿Por qué otra razón estaría aquí?

—Mi pregunta es simple— continuó Mahriham ignorando completamente las palabras del líder. —¿Qué le hiciste a mi hermanito?

Curioso, cómo un rostro puede contener todas las pistas necesarias para averiguar si alguien era culpable de algo o no. Bueno, Mahriham era excelente en ésta área después de todo.

El Príncipe Que No Es Un Doncel. (Tercera parte de la saga Donceles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora