Capítulo 12.

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Una noche Agrim ya no pudo aguantar.

Lo ocurrido en el lago debió ser imaginación suya, así que no estaba preocupado por ello. También estaba que Mehmet parecía no tener idea de nada, pues seguía tan alegre e inocente como siempre. Agrim simplemente concluyó que había imaginado ese brillo en las manos de Mehmet y el cierre de sus heridas. No tenía ningún sentido y no iba a pensar más en ello. El niño era demasiado frágil para hacer algo así, de todos modos.

Lentamente Agrim se olvidó de ese incidente. Y antes de notarlo, otro mes había pasado sin que Mehmet abandonara la tribu. Agrim tenía órdenes claras de no dejarlo ir hasta que Alev o el Rey, en su defecto, le enviaran una carta diciendo que ya era seguro para Mehmet estar en el palacio. No había recibido ni un solo mensaje proveniente del palacio, así que la estadía de Mehmet tendría que prolongarse por más tiempo del que pensó al principio.

Cuándo recibió la noticia por primera vez, Agrim realmente no quería llevar al príncipe Mehmet a su tribu. Primero creyó que sería pésimo y que solo empeoraría ese tonto enamoramiento que tenía hacía él. Luego fue incapaz de imaginarse al muchacho frágil y delicado que conocía viviendo en una tribu de salvajes dónde no tendría tratos especiales. Aunque en eso se equivocó, pues todos sus salvajes se habían encargado de mimar al príncipe mucho más de lo que alguna vez habían mimado a alguien. De todos modos no quería a Mehmet en la tribu. Como siempre sucedía con la gente del Reino Desértico, a Agrim no le dejaron más opción que aceptar.

Y ahora estaba tan acostumbrado a la presencia de Mehmet en la tribu que le aterraba pensar en el momento en que tuviera que regresarlo a su verdadero hogar. Lo negaba, pero siempre que recibía una carta sus ojos se movían nerviosamente sobre todos los sobres en busca de aquel que tendría el sello real si es que venía de Alev o del Rey. Cada vez que fallaba en encontrar una carta del palacio, Agrim sentía una inexplicable alegría en todo su interior.

Ahora no quería que se fuera, pero a la vez tampoco quería tenerlo cerca. No sabía cuánto más podría soportar teniendo a Mehmet cerca, como una tentación en la que no debía recaer. Diosa, tenía que decidirse antes de caer en la locura.

Sus días iban con normalidad. Aparte de humos incidentes en los que se había dejado llevar por los traicioneros sentimientos de su cuerpo, Agrim había sido capaz de controlar sus impulsos más de lo que creía posible. Con Mehmet siendo tan dulce e ingenuo, era difícil contener todos los pensamientos inapropiados que surgían frente al pequeño príncipe de cabellos blancos. Su imaginación estaba tan corrompida por tales ideas que apenas podía atravesar el día sin sentirse intensamente acalorado al ver a Mehmet.

En todo momento parecía haber algún aspecto del príncipe que le generaba una tremenda excitación. Que sus túnicas siempre se abrieran o se pegaran en extremo a su cuerpo mientras jugaba era solo una de las muchas ocurrencias que hacían dudar a Agrim de la poca cordura que hasta entonces mantenía. Recientemente era imposible no notar las curvas naturales y la figura femenina que el dulce Mehmet poseía con tanta inocencia. Su ropa se iba haciendo cada vez más corta debido a lo mucho que ésta se ensuciaba, por lo que cada día era mucho más obvio que el pequeño Mehmet ya no era ese chiquillo débil al que debía proteger de absolutamente todo.

Lo peor es que ya no era el único que veía ésto.

Tal vez era porque prestaba demasiada atención a Mehmet y a todo lo que rodeaba a éste, pero inesperadamente se había dado cuenta de lo poco discreta que era su presencia en la tribu. Las mujeres lo trataban como a un niño, pero los hombres tenían un tipo de mirada muy diferente. Una mirada que reconocía porque era consciente de que él mismo la tenía cada vez que sus ojos se quedaban por demasiado tiempo sobre aquel adorable muchacho. En relación no podía soportarlo.

El Príncipe Que No Es Un Doncel. (Tercera parte de la saga Donceles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora