Capítulo 21.

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Advertencia: Probablemente odien a Agrim y al Rey en éste capítulo, pero recordemos que ambos son hombres esencialmente egoístas que no piensan mucho en los demás. Aquí solo actúan con tal de cumplir una ceremonia, no con intenciones de hacer sufrir a Dejhani. Sin embargo quizás les desagrade la indiferencia de esos dos.

Posdata: también les caerá muy mal Maryize.

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Dejhani estaba molesto.

Decir que estaba molesto era poco, pues el joven salvaje estaba tan lleno de ira que cada gesto suyo estaba cargado de un sentimiento negativo. Todo el que se atravesara en su camino terminaba siendo golpeado, insultado o humillado de la peor manera posible debido al malhumor que se cernia sobre él. A pesar de lo cruel que se había vuelto, nadie estaba cuestionando sus acciones. Todos entendían, hasta cierto punto, la razón por la que aquel guerrero adolescente estaba tan enojado.

En las tribus no era común que los hombres estuvieran con otros hombres. Era extraño que sucediera e incluso cuando sucedía era visto de mala manera por la tribu debido a lo extraño que parecía unir a dos hombre cuando se sabía muy bien qué no tendrían una descendencia. Para quienes apreciaban la fertilidad por encima de todo lo demás, ese tipo de relación era un desperdicio. Aquellos como los abuelos de Mehmet tenían una mentalidad distinta, pero eran una gran excepción en el mundo de las tribus salvajes.

Dejhani era un guerrero. Un hombre. Se había esforzado por mantener esa imagen durante toda su vida, solo para que viniera un imbécil del Reino Desértico a destrozarle la vida solo por un capricho. Y una suposición estúpida que no podía ser verdad.

No debía ser verdad.

Él no era un Doncel. No podía serlo. Había trabajado cada día de su vida para ser un hombre, un hombre fuerte y seguro como el que alguna vez fue su padre. No un Doncel débil. No quería eso, jamás lo había querido. Y era demasiado aterrador para él enfrentar el hecho de que no podía hacer nada para evitar el horrendo destino que ahora  enfrentaba. El idiota Maryize había conseguido un decreto Negro. Un maldito decreto Negro, que ni siquiera el mismísimo Rey Desertico podía anular tras haber puesto su firma. El decreto Negro era la peor manera de unir a dos personas en matrimonio, volviendo su unión en una obligación más que en una elección. Debía proceder. Sin importar nada.

Dejhani sabía lo suficiente para entender que Maryize había pedido la firma del Rey, validando aquel documento de la única manera que podía ser validado. La firma de un rey. Ahora debía casarse con alguien que apenas conocía. Alguien que se encargaba de presionar sus botones en cada oportunidad que tenía.

Por la Diosa, era un milagro que no hubiera matado a nadie. De no ser porque fue Mehmet quién le dió la noticia, quizás habría estallado en ese momento. Mehmet le dijo todo en la noche, cuando Dejhani apenas estaba terminando sus deberes del día. Tuvo que asimilar todo de golpe, pues en menos de un minuto ya toda la tribu se había enterado y no había nadie que no comentara sobre su terrible destino. Incluso su hermano estaba triste, mirándolo de vez en cuando como si esperara una explosión. Dejhani estaba furioso, iracundo y todo lo que podía relacionarse directamente con la ira.

Ahora tenía que prepararse para la boda, odiando cada minuto en el que era recordado de su situación. Ni siquiera había visto a Maryize porqué los decretos Negros debían cumplirse al día siguiente de ser confirmados. Entre sus tareas y la decisión que tomó de quedarse encerrado durante todo el día, no pudo confrontar al culpable de todos sus problemas. No solo debía casarse sino que también debía asumir el papel de la esposa cuando su identidad era la de un hombre. Le resultaba asqueroso pensar en ello.

El Príncipe Que No Es Un Doncel. (Tercera parte de la saga Donceles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora