Capítulo 18.

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Hareyn tuvo una visión sobre su sobrino Mehmet. Fue tan sorprendente lo que vio, que el ya adulto salvajes no pudo conciliar el sueño esa noche debido a los pensamientos que le consumían por dentro.

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Había un campo de batalla.

Cuerpos yacían inmóviles a cada lado del campo. Enemigo y aliado eran iguales en ese momento, meros cadáveres que creaban una montaña en el horizonte. Muchos vestían armaduras desérticos o salvajes, pero el rojo de su sangre hacía del metal un aspecto irrelevante. No había banderas, no había líderes, no había nada que no fuera cuerpos sin vida o personas al borde de la muerte. Entre todo el caos, Hareyn apenas podía ver más allá de su propia sangre, que le cubría el rostro y empezaba a entrar en sus ojos.

Muchos de los muertos eran personas conocidas, personas que pertenecían a su familia y que ahora no eran más que un desastre sangriento y mutilado al igual que todos los demás. Cuerpos, cuerpos, cuerpos. Solo eso podía ver.

Con mucho esfuerzo Hareyn se puso de pie, intentando encontrar a algún miembro de su familia que no hubiera perecido ante los enemigos. Todos estaban muertos o se habían retirado al campamento con heridas. Incluso buscó a Lukkaz, pero no lo encontró. No encontrarlo fue tan estresante como haberlo encontrado, pues no tenía idea de si seguía vivo o no. En ese momento Lukkaz cargaba a su primer hijo y la incertidumbre de su destino era un peso demasiado grande sobre los hombros de Hareyn. Sobre ese hijo no estaba seguro; era distinto al que moriría por una flecha, mas sus visiones no le decían mucho.

En esa visión, Hareyn sintió que estaba allí, en medio de ese campo sangriento. Observando tanta muerte.

De repente Hareyn sintió una alteración en todo su ser, que inició en el suelo bajo sus pies y llegó hasta si cabeza en cuestión de segundos. Sus ojos se abrieron al máximo y de golpe una sensación extraña atravesó todo su cuerpo. Sentía más fuerza, más energía de la que alguna vez creyó posible. Todo su cuerpo tembló, lleno de ese flujo desconocido.

Hareyn buscó con la mirada. Ahí fue cuando lo vio.

Hareyn no necesitaba prestar atención para reconocer a su sobrino. Ese sobrino que siempre le pareció inútil en cuanto al físico, era el mismo cuyo cuerpo ahora brillaba cuál reflejo. Su piel blanca como la leche lucía plateada como la plata, y resplandecía a pesar de que el sol se estaba ocultando. Todo en Mehmet, su sobrino, parecía brillar. Su cabello blanco estaba oscureciendose poco a poco, yendo desde las puntas hasta la raíz. Su cabello se balanceaba con el viento, pero también emitía un brillo antinatural. Mehmet estaba brillando.

Todo el brillo se concentró tanto que verlo era difícil. Luego hubo una explosión de ese mismo fulgor que salió de Mehmet y se extendió hacía todo el campo de batalla.

Los heridos gritaron. Los muertos abrieron sus ojos. Y el fino hilo del destino que Hareyn veía, se rompió en dos. Uno guiaba a la familia de Hareyn a la victoria. El otro a la derrota. Pero cuándo Mehmet detuvo la explosión, uno de los dos hilos desapareció. Hareyn no supo cuál

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Esa fue su visión.

El destino, de algún modo, estaba ligado a Mehmet. Él podía cambiarlo. Solo había un problema.

El Mehmet de su visión no se parecía en nada al Mehmet que ahora veía corriendo por la tribu de Agrim.

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A Mehmet no le afectó mucho la visita de su tío Hareyn.

De todos sus tíos, el que menos veía y con quién menos convivía era Hareyn. Su madre siempre le decía que Hareyn tenía una vida muy ocupada, yendo de un lado al otro detrás de su amor no correspondido Lukkaz. Quizás Alev le explicó qué sucedía en la tormentosa relación de esos dos, pero Mehmet casi nunca oía con atención a su madre. Su madre decía muchas cosas que no tenían sentido a veces.

El Príncipe Que No Es Un Doncel. (Tercera parte de la saga Donceles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora