Capítulo 31.

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—¿Estás despierto?

Mehmet abrió los ojos.

Su primer instinto fue atacar con la magia, pero apenas lo intentó fue invadido por un intenso ardor que venía de su pierna. Se retorció con un chillido antes de desplomarse sobre su costado, algunos espasmos recorriendo su anatomía.

Al no sentir aquellos espasmos después de unos minutos, Mehmet pudo estar lo suficientemente consciente como para analizar su entorno y recordar lo que había sucedido antes de despertar. A través de sus ojos se repitieron los sucesos del día anterior, desde su tiempo en el lago hasta el momento en que terminó siendo acorralado por los norteños. Luego había un gran vacío en su memoria. No sabia nada de aquel espacio en blanco, pero ya estaba consciente de sí mismo.

Estaba en su tienda. Maryize a su lado.

No entendía cómo estaba allí si lo último en su memoria era haber terminado inconsciente.

—¿Estas despierto, Mehmet?— volvió a preguntar Maryize.

—Sí…— murmuró Mehmet, sorprendiéndose a sí mismo por lo ronca que sonaba su voz.

Le dolía la garganta.

—¿Qué pasó?

Maryize dudó. Mehmet vio la duda en su rostro y se preguntó a sí mismo qué podría haber sucedido para tener a su hermano así. Maryize siempre decía las cosas de manera directa.

—Habla, Maryize.

—Mataste a alguien, Mehmet. Supongo que iba a matarte porque era uno de los norteños. Te defendiste bien.

Los recuerdos vinieron a su mente como una cascada de imágenes. De repente todo era claro dentro de su cabeza; el hombre acercándose con una mano en el aire, el impulso que sintió al verlo, la fuerza de la magia bajo su piel y el metálico toque de la sangre que aterrizó cerca de sus labios. Podía recordarlo todo. Le aterrorizó saber que había matado a alguien de un modo tan grotesco, pero se calmó al pensar que solo había sido un reflejo. Él no habría hecho eso a propósito jamás.

Un dolor en su costado le alertó de una herida que hasta entonces no había notado. Miró su costado y vio un moretón amplio que cubría la mayor parte de su costado, atravesando sus costillas y cintura. Le dolía, así que prefirió no moverse ni un solo centímetro como modo de evitar más punzadas dolorosas. Con un ceño fruncido muy marcado, Mehmet se acomodó sobre su costado e intentó no hacer ninguna mueca mientras miraba a su hermano.  Maryize seguía sentado a su lado, sus ojos llenos de una preocupación que Mehmet pensó era innecesaria. No iba a derrumbarse o lanzarse a llorar, ya no era tan impulsivo.

Cuando Maryize abrió la boca para decir algo, Mehmet le interrumpió buscando terminar esa incómoda interacción lo antes posible.

—Ya estoy bien, puedes irte. Quiero descansar un poco.

—Bien, Mehmet. Solo avísame si sientes algo extraño.

Mehmet suspiró al ver a su hermano alejarse.

Mehmet se dejó caer sobre la cama otra vez, cerrando los ojos para trasladarse a un lugar muy distinto al que se encontraba en realidad. Quería pensar en algo bueno. No en lo rápido que su calmada tribu había descendido al desastre total. Todo por culpa de los mismos que se habían llevado a sus guerreros.

Los norteños eran despiadados.

Ahora que había visto el alcance de su crueldad, rezó por qué Agrim estuviera bien. Quería que el hombre regresara a la tribu lo antes posible. Quería tenerlo a su lado. Quería ser suyo una vez más y recordar cómo se sentía al estar sus cuerpos unidos como uno solo. El sexo no era solo sexo para Mehmet. Era un modo de conectarse con el líder Agrim, de demostrarle cuanta confianza y amor se tenían. Cada vez que Agrim le hacía suyo, Mehmet solo veía el amor y cuidado en la mirada del hombre, como si tuviera miedo de herirlo o asustarlo. Nunca podría, pues ellos dos estaban destinados a encontrarse. En la infinita corriente del destino, sus almas siempre se encontrarían, en ésta vida o en la otra.

El Príncipe Que No Es Un Doncel. (Tercera parte de la saga Donceles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora