Capítulo 34.

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El ambiente en la tienda de ambos hombres era cálido.

Mehmet estaba sentado con las piernas cruzadas, sus manos mojando un pequeño pañuelo que luego utilizó para lavar la espalda del hombre frente a él. Agrim tenía tierra y sangre pegada al cuerpo, en costras que se habían secado tanto que parecían parte de su piel. El príncipe no tuvo problemas en tocar al hombre con confianza, seguro de sí mismo mientras sus manos recorrían el cuerpo ajeno. Trazó la espalda de Agrim, sintiendo cada curva y cada cicatriz en su piel. Cicatrices que le hacían sentirse orgulloso de tener una pareja tan valiente.

A medida que oscurecia, los toques de Mehmet perdían su inocencia y se iban convirtiendo en toques tentativos que tenían la sola intención de provocar al líder Agrim. Sus dedos, delgados y ágiles, tocaron la piel de Agrim con tal suavidad que el líder no sintió más que una ligera caricia sobre su cuerpo. Sin embargo él sabía muy bien qué Mehmet no era en absoluto inocente y que todo contacto entre sus pieles tendría un motivo. Esa noche, el joven intentaba tener sexo. Y lo lograría.

Agrim observó el anochecer. Cuándo se hizo de noche los sonidos del exterior se redujeron hasta que no se oía nada en la cercanía. Solo había dos respiraciones poco sincronizadas que hacían eco en la quietud de esa tienda. Sin necesidad de hablar podían entenderse a la perfección. Ambos estaban deseando al otro con tanta intensidad que sus cuerpos ardían simplemente con la certeza de que sus cuerpos estaban cerca. Agrim sentía que su cuerpo estaba caliente, y Mehmet no estaba distinto. Ambos tenían una necesidad carnal y salvaje que iban a satisfacer en poco. Cuando sus cuerpos fueran uno solo, ambos estarían contentos.

No había necesidad de palabras. Aún así Mehmet no pudo resistir la tentación de hablar.

—¿No deseas hacerme tuyo?— preguntó el muchacho, pasando sus brazos por los hombres de Agrim hasta su pecho, deslizándose lentamente a través de sus grandes pectorales.

—No tienes idea cuánto lo deseo, Mehmet— susurró Agrim, sujetando las manos del muchacho con los ojos cerrados.

—Dime.

—He soñado con tenerte desde el día en que me fui. Me tocaba a mí mismo pensando en ti, en lo dulce que es tu piel y en lo cálido que se vuelve tu cuerpo cuando te tomo una y otra vez. Tus gemidos, que me vuelven loco. 

Mehmet se apoyó sobre el hombre, pegando su pecho contra la espalda contraria. Estaba respirando con pesadez.

—Yo también quiero hacerlo, Agrim. Te deseo mucho.

Ya habían llegado al límite de lo que podían soportar. Agrim retiró las manos de Mehmet de golpe y se dio la vuelta, atrapando esos delicados labios con los suyos. Puso una mano en la nuca del joven mientras que la otra envolvía su cintura, acercándolo apresuradamente. Sus labios se apoderaron de Mehmet, reemplazando la lógica y razón como nada más que una lujuria insoportable.

Agrim empujó hasta que Mehmet estaba sobre su espalda. Se colocó sobre él sin apartar sus labios, ambos salivando y mordiéndose mutuamente debido a la intensa necesidad que surgía en su interior. Mehmet jaló el cabello de Agrim y jadeó en medio del beso, permitiéndole la entrada a una lengua húmeda y caliente que invadió toda su boca. Agrim estaba siendo brusco, violento incluso. A Mehmet le encantó.

La poca ropa que tenían desapareció en instantes. Desnudos, sus cuerpos se frotaban entre sí causando la más deliciosa fricción. Sus miembros estaba duros y goteando mientras ambos hombres movían sus caderas para sentir más de esa increíble sensación que llegaba al frotarse. Mehmet casi no podía aguantar, siendo tocado de manera tan directa luego de todo ese tiempo. Se estremecía demasiado. Tenía los pezones erguidos por el placer.

El Príncipe Que No Es Un Doncel. (Tercera parte de la saga Donceles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora