Mehmet estaba acostado junto a Agrim, sus cuerpos entrelazados bajo las sábanas de su cama. El calor de la tribu había sido reemplazado por el propio de sus cuerpos. La calidez de Mehmet envolvía a Agrim y la de Agrim a Mehmet. Sus cuerpos era uno solo incluso si no estaban unidos directamente. La vida de uno ahora estaba y por siempre estaría enlazada con la del otro, pues la corriente del destino había sido alterada solo para mantenerlos juntos. Aquel que debía morir ahora vivía, con su alma y su cuerpo devotos a aquel que le había dado vida a cambio de la suya. Nadie jamás podría entender la unión entre esos dos. Cada uno estaba dispuesto a dar su vida por el otro.
Mehmet descansó sobre el pecho de Agrim, mas no cerró los ojos ni tampoco durmió durante toda la noche. Su mente viajaba muy lejos, hacia un reino que jamás había visto pero que de cierto se le hacía familiar. Mientras más se dejaba llevar por esa sensación de ausencia, más se adentraba en ese mundo extraño del que nunca había sido testigo. Para cuándo le medianoche cubrió el campamento de la tribu, Mehmet ya no se encontraba del todo acostado junto a Agrim. Una parte inconsciente de él estaba muy lejos, más lejos de donde cualquier otro humano había llegado alguna vez.
El Reino de los dioses.
Mehmet abrió los ojos con suavidad, encontrándose con una versión de sí mismo que no reconocía. Su cabello era azul y su piel tan blanca como la leche, cubierta únicamente por algunos pedazos de tela que parecían colgar de su cuerpo y al mismo tiempo deshacerse en jirones. No estaba dormido pero tampoco podía moverse y vagamente sentía su cuerpo todavía entre los brazos de Agrim. Ésto era distinto a cualquier otra cosa, ya que estaba en más de un lugar a la vez. Sentía que moverse era extraño, pues sus extremidades realmente no tenían ninguna fuerza y lo único que sentía era algo de ligereza en el cuerpo. Se movió de todos modos, confundido por las sensaciones que recorrían su anatomía.
Mehmet tuvo que sostenerse la cabeza al sentir un fuerte dolor en su nuca que se extendió por toda su cabeza hasta cubrirle los ojos de una neblina azulada. No podía ver bien. Todo lo que veía estaba cubierto por esa neblina, que transformaba todo a su alrededor en una figura azul. Mehmet se enderezó aunque en realidad no estaba seguro de cómo era su cuerpo en aquel lugar. Solo hizo lo que creyó era más parecido a enderezarse y luego empezó a caminar, recorriendo el lugar en busca de algo que le explicara qué sucedía allí. Tras un rato pudo ver qué se hallaba en un lugar hermoso.
No había un cielo o un suelo. Todo era un espacio lleno de vibrantes colores que se adaptaba a su cuerpo a medida que avanzaba. No iba a ningún lado pero tampoco estaba inmóvil. Era realmente magnífico e inexplicable el espacio donde vivían los dioses. Mehmet observó sorprendido.
Una voz que ya conocía resonó en su cabeza.
—Hijo mío, estás aquí.
Estoy aquí, Diosa.
Mehmet miró a los lados para buscar a la diosa. No la había visto antes, cuando le permitió regresar a la vida, por lo que ahora tenía muchas intenciones de conocerla finalmente.
—Ven, hijo mío. Te enseñaré el mundo de los dioses.
La Diosa no se mostró, pero Mehmet sintió su presencia cerca de él tan pronto como su voz se filtró dentro de él. Mehmet dejó que ella lo guiara y tomó su mano, quizás de manera espiritual, pero cálida de igual modo. Mehmet se vio envuelto por el cálido abrazo de la Diosa. Ella era tan amorosa, tan amable como él siempre creyó que sería.
Mehmet tuvo que cerrar sus ojos durante un breve instante para luego abrirlos en un lugar muy distinto. Ahora era una habitación grande, como una sala, de paredes rojas y cuadros gigantescos colgando de las paredes. En cada cuadro se veía un rostro, cada uno más perfecto que el anterior, con unas placas bajo ellos que estaban escritos con letras totalmente desconocidas para él. Mehmet trató de leer, mas fue inútil hacerlo. La mano de la Diosa lo llevó a sentarse en una silla que apareció de la nada. Mehmet, sorprendido, se dejó hacer y esperó pacientemente a ver qué sucedería después.
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El Príncipe Que No Es Un Doncel. (Tercera parte de la saga Donceles)
De TodoEl líder de tribu Agrim siempre ha amado a una persona. Alev, quien era conocido como la esposa del Rey desértico. Desde que puede amar, su amor ha ido dirigido únicamente a ese pequeño Doncel, que jamás podría tener. Aunque lo ha intentado muchas v...