Capítulo 9: Lo prometo

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MATÍAS

13:12 pm.

Estaba sentado en mi escritorio, escribiendo un correo a Guillermo para terminar de acordar algunos asuntos pendientes, cuando de repente, un escalofrío me recorrió sin razón aparente, lo cual me hizo dejar de lo que estaba ocupado. Me levanté de mi silla para tomar un vaso de agua, y al instante me percaté de que Eva aún no había llegado a nuestra cita.

Ella era puntual por naturaleza, lo sabía de nuestras citas previas.
Con cierta preocupación, cogí mi móvil y marqué su número, pero no obtuve respuesta. Volví a intentar y, una vez más, el silencio del otro lado.
¿Por qué no me contestaba? Eva nunca solía ignorar mis mensajes o llamadas y que lo hiciera, me empezaba a inquietar.

Después de varias llamadas sin respuesta, finalmente, a la décima llamada, alguien respondió.

Paula: — ¿Sí?

— ¿Eva?

Paula: — No, soy Paula, una amiga suya

— ¿Por qué no contestó Eva? ¿Está ocupada o algo? Soy su abogado, llamaba porque hoy teníamos una cita y no ha aparecido. No sé si quiere cancelarla o…

Quedó a medias y pude escuchar a lo lejos la voz de Eva que lo dijo “no le digas”

— ¿Decirme qué? — pregunté y hubo un incómodo silencio antes de que Paula finalmente respondiera.

Paula: — Eva tuvo un accidente. Ahora está en el hospital — dijo y me dejó atónito.

— ¿De qué tipo de accidente? ¿Qué ha sucedido?

Paula: — No puedo explicarlo. Si quieres, ven al hospital, te mandaré la dirección por mensaje

Salí de mi oficina y bajé hasta recepción.
¡Mierda! ¿Qué había sucedido?
Esto no podía estar pasando y menos a Eva.

— Me voy, si me necesitan o algo llámame

Mercedes: — Pero señor, el señor y la señora Padilla tienen cita para esta tarde

— Pues la cancelas

Minutos más tarde, cando llegué al hospital, la recepcionista me indicó la ubicación en la que Eva había sido atendida. Afuera de la sala, vi a una joven de cabello negro y corto, piel blanca y ojos cafés.

— ¿Eres Paula? — pregunté, y noté que su mirada reflejaba la sorpresa por mi llegada, pero en ese momento, lo más importante era conocer el estado de Eva, no recibir halagos.

Paula: — Sí, soy yo

— ¿Qué ha pasado? — pregunté con urgencia.

Paula: — Es mejor que la doctora o Eva te lo expliquen. Eva está adentro con la doctora — dijo señalando hacia la puerta de la sala.

Entendí que las respuestas que buscaba debían venir de Eva o de la doctora, así que entré en la sala. Fue entonces cuando vi a Eva, con un moretón alrededor de uno de sus ojos y la mirada abatida. Tenía los ojos hinchados y un labio roto. 
¡Por Dios! Se veía mal.
Yo estaba a punto de romperme por dentro al verla así.

Doctora: — ¿Supongo que os conocéis?
— preguntó viéndonos a ambos y asentí.

— ¿Qué ha pasado?

No puede evitarlo y en mi garganta se formó un nudo.
Lo que estaba viendo en realidad me había afectado y no podía controlarlo.
Lo que sucedía fue tan rápido que no me daba tiempo de asimilarlo porque en la mañana ella estaba bien y ahora se encontraba verdaderamente mal.

Doctora: — ¿Supongo que os conocéis?
— preguntó, observándonos a ambos, y asentí.

— ¿Qué ha sucedido?

No pude evitar sentir un nudo en la garganta. Lo que estaba viendo me había afectado profundamente, y no conseguía asimilarlo. La transformación en la condición de Eva había sido tan rápida que apenas podía creerlo. Por la mañana la había dejado bien, y ahora estaba en un estado lamentable.

Doctora: — La señora Ladislau sufrió algunos cortes y un desgarro vaginal, lo que causó el sangrado

— ¿¡Cómo!? — pregunté asustado y alterado porque por mi parte, en la última vez que habíamos tenido sexo, fui delicado con ella y era imposible que eso pasara.

Doctora: — Esto se debió a una introducción extremadamente vigorosa durante el acto sexual. Parece ser que en ese momento no hubo suficiente excitación para que la vagina se lubricara adecuadamente, lo que provocó una introducción forzada

— Comprendo — interrumpí rápidamente, aunque la realidad ya me resultaba obvia.
Ciertamente, siendo un sádico, estaba informado de los riesgos asociados con el sexo agresivo y brusco.

Eva: — ¿Doctora puede dejarnos un momento a solas? — preguntó con la mirada baja y con una voz débil.

Doctora: — Por supuesto. Con permiso
— respondió amablemente antes de retirarse.

Quedamos solos en la habitación, y el silencio era insoportable. Estaba ansioso por saber la verdad detrás de lo que había ocurrido.

— ¿Fui yo el culpable? ¿Qué sucedió realmente? — pregunté, acercándome a Eva, quien comenzó a llorar.

Eva: — No, no has sido tú — respondió entre sollozos.

Su respuesta me tranquilizó un poco, pero inmediatamente me asaltó el pensamiento de quién más podría ser el responsable si no fui yo.

— ¿Fue Pablo? ¿Qué te hizo? — pregunté, con un nudo en la garganta y Eva asintió con la cabeza.

García: — Señor, lamento la interrupción, pero ¿me necesitaba?
— preguntó mi guardaespaldas que se asomó por la puerta.

— Busca a Pablo Giménez Castillo. Ya te envié algunos de sus datos. A partir de ahora tiene una orden de alejamiento. Dile a González que te ayude a localizarlo

García: — Entendido — respondió antes de cerrar la puerta. Luego, lancé un suspiro y dirigí mi mirada a Eva, quien estaba tan asustada que sus manos aún temblaban.

Eva: — ¿Cómo supiste que había hecho algo?

— Me lo temía, pero nunca pensé que llegaría a hacer algo así.
¿Cuándo ocurrió? ¿Fue al mediodía?

Eva: — Sí, cuando salí de tu casa por la mañana. Él llegó al departamento, dijo que lo habían despedido del trabajo y estaba borracho

— Debería haber insistido más en que te quedaras conmigo. Esto no habría sucedido. Esto ha sido mi culpa

Eva: — Nadie podía preverlo. No es tu culpa. Pero sí, nadie podía anticipar que algo así pasaría

— Maldito desgraciado.
Debes presentar una declaración en la comisaría

Eva: — No puedo, me da vergüenza y no podría explicar que… Que Pablo me violó
— dijo a punto de llorar y tomé sus manos, que estaban frías, y las junté con las mías.

— No sientas vergüenza por esto.
Yo ahí estaré contigo si me necesitas
— dije mirándola y ella por fin me miró también.

Eva: — ¿Lo prometes?

— Lo prometo

Mi respuesta a Eva fue acompañada de un tierno beso en la frente, mientras acariciaba su cabello y la abrazaba de costado.
Esas palabras eran inesperadas para mí, pero Eva se había convertido en alguien de gran importancia en mi vida, lo que me impulsaba a hacer todo lo posible por su bienestar. Estaba dispuesto a enfrentar lo imposible para mantenerla a salvo, incluso si eso significaba dar mi propia vida. Y parecía exagerado, pero era así.
Estaba seguro de que no quería perder a Eva, a pesar de que la conocía solo por poco tiempo.



El Secreto De Mi AbogadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora