Capítulo 25: En peligro (part.II)

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MATÍAS

Apreté el botón azul para enviar una alerta a mi seguridad más cercana, incluyendo a García. En estos casos, las reglas eran claras: debían proteger a cualquier persona que estuviera a mi lado, como era el caso de Eva. Así que solicité que la recogieran y la pusieran a salvo.

En estas situaciones, las prioridades eran las mismas: primero, poner a salvo a mi padre y a cualquier otra persona en peligro. Además, si había otras personas en la misma ciudad, las trasladarían a una casa, una mansión privada en las afueras de Barcelona, diseñada exclusivamente para nuestra seguridad. Propiedad que estaba protegida por un equipo de seguridad altamente capacitado.

«Idiotas», pensé mientras salía del coche sin mayores contratiempos.

Miré a mi alrededor y confirmé que estábamos en una carretera, tal como había sospechado. No obstante, estaba en peligro, ya que se suponía que debía quedarme en el coche, atado e inconsciente. Si permanecía allí más tiempo, el vehículo sería llevado a un desguace y destruido.

«Pérez», pensé mientras buscaba señales de alguien al otro lado de la valla de hierro que rodeaba el desguace.
Entonces, Pérez hizo señas con las manos.

Pérez: — ¡Señor! ¡Corra! — gritó mientras yo me giraba.

— ¡Maldición! — exclamé al ver a un Dóberman mirándome con ferocidad.
— Tranquilo, amigo

Hice un gesto con las manos para calmar al perro y empecé a retroceder.
A pesar de ello, el perro dio unos pasos hacia adelante y me ladró.
Rápidamente, me subí a una vieja camioneta que se encontraba cerca, y el perro continuó persiguiéndome.
Seguí saltando a otras estructuras que encontré, pero el perro no dejaba de perseguirme.
Mis opciones eran limitadas y el peligro persistía.

Finalmente, vi una plataforma de ladrillo a cierta distancia.
Decidí arriesgarme a saltar, a pesar de la amenaza del perro.
Hice un esfuerzo por alcanzar la plataforma y, a pesar de una caída incómoda, logré llegar.
Luego, pude alcanzar la cerca y subirme a ella.

Pérez: — Señor, espere, le ayudo — se acercó y me ofreció ayuda para bajar.
— ¡Vaya salto! — exclamó mientras observábamos al perro, que continuaba ladrando detrás de la cerca.

— Andando — dije mientras me levantaba del suelo y me dirigía a la camioneta.

Pérez: — Al parecer, no hay nadie aquí. Quienes lo trajeron se han ido, y no sabemos quiénes eran. Sin embargo, hemos capturado a uno. Peña y Miquel lo están custodiando, es el único que sobrevivió en la persecución

— ¿Persecución? — pregunté, asimilando lentamente la situación.

Pérez: — Sí, señor. García y Martínez llevaban a la señorita a la mansión, y fueron seguidos

— ¿Eva está a salvo? — pregunté mirándolo directamente.

Pérez: — Sí, señor. Ya está a salvo en la mansión

No podía evitar pensar en Eva, y la idea de que le hubiera sucedido algo me resultaba insoportable.

Un tiempo después, llegamos a una calle desierta donde vi a Miquel y a Peña sosteniendo a un hombre de rodillas, apuntándole con un arma para evitar que se moviera.

Me acerqué y reconocí al hombre al que apuntaban, le di un puñetazo.

— ¿Qué pensabas, Ivánov, que estaba muerto? — pregunté mientras seguía sangrando, no solo de las heridas en la cara, sino también de la boca.
— ¿Quién te envió? ¡Responde! — grité mientras lo sujetaba de la camisa.
No obstante, él solo rio, mostrando sus dientes manchados de sangre y amarillentos.
— Bien, si no vas a responder…
— empecé a decir y le quité el arma a Martínez. La cargué y apunté a su frente.

Ivánov: — Ella…

— ¿Ella quién? ¡Contesta, carajo! ¿Para quién trabajas?

Ivánov: — Ella… Domínguez

— ¿Domínguez, qué? — pregunté, y él no respondió, volvió a sonreír, así que disparé al suelo a su lado.

Ivánov: — Mar… Mar Domínguez

— ¡Maldita perra! ¿Qué te dijo? ¿Cuál era el plan? — pregunté, y él escupió sangre al suelo.

Ivánov: — Matar a la chica

— ¿Cuál chica? — pregunté, y mi corazón se detuvo con su respuesta.

Ivánov: — Eva… Eva Ladislau

Con su respuesta, me dispuse a darle otro puñetazo, pero Peña me detuvo.

Peña: — Señor, basta. Nosotros nos encargaremos

— ¿Cuál era el plan? — inquirí nuevamente, pero no obtuve respuesta, así que le di un puñetazo.

Ivánov: — Secuestrar al señor, tomar pruebas de su ADN y llevárselas a la jefa

— ¿Cuánto te pagó? ¿¡Cuánto!?

Ivánov: — Quinientos mil euros, pero no solo eso — respondió y volvió a lanzar su asquerosa sonrisa mientras me miraba.

— ¿Qué más?

Ivánov: — A la señorita. Si no la matábamos, la íbamos a secuestrar, y ese sería nuestro premio: violarla y venderla al mejor postor — explicó sonriendo, y no aguanté más.

— Acaba con él

Di la vuelta y entregué el arma a Peña.

Peña: — Señor, ¿seguro? ¿No lo llevamos a la policía y que ellos se encarguen?
— preguntó, pero no respondí. No podía pensar en nada y solo fui al coche y lo encendí.

Miquel: — Señor, ¿conduzco?

— Encárgate de esto y ve con los demás a la mansión

No lo miré y puse en marcha el vehículo. Me sentía como en trance, y las palabras de ese hombre volvieron a mi mente mientras conducía.
Estaba enfadado, pero el odio no pudo controlar mis lágrimas al pensar en lo que pudieron haberle hecho a Eva, y todo por mi maldita culpa.
Si no hubiera conocido a Mar y me hubiera evitado lo que estaba sucediendo, sobre todo, evitar hacer sufrir a la mujer que amaba, a Eva.

El Secreto De Mi AbogadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora