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Se quitó el botón de su chaqueta antes de sentarse. Está en la sala de descanso. Mirando una revista que encontró en una de las mesas.

— debes alejarte de Sara Elizondo.

Franco frunció su ceño mirando a su hermano mayor. Juan tiene los brazos cruzados y su rostro serio.

— ¿de Sara Elizondo?

— sabes muy bien a lo que me refiero, Franco, ¿crees qué no se lo que pasó anoche?

Franco se levantó colocando el botón suelto de su chaqueta.

— según tengo entendido, esa mujer ya es lo suficientemente grandecita como para que vengas tú a cuidarla, ¿no?

Juan asintió dando un paso hacía su hermano.

— Sara no es como toda las mujeres con las que estuviste, Franco, ella es mi amiga y si tengo que cuidarla de hombres como tú, pues lo haré.

Franco soltó una carcajada apoyándose en la mesa.

— Juan, sólo es el personal de limpieza, ¿por qué iría yo en fijarme en una mujer insípida cómo ella? Se queda corta en ser una mujer bella.

Juan negó caminando hasta la cafetera.

— papá le tiene mucho aprecio a las hermanas Elizondo, principalmente a Sarita, y estoy más que seguro que si te metes con alguna de ellas, una buena paliza te caerá.

Franco se encogió de hombros caminando hasta la puerta.

— esa mujer es fea, ni mencionar lo torpe que es, Juan, por mi ni se preocupen, que ni un pelo le tocaría.

Franco salió enojado de la sala de descanso, rezando para no encontrarse con esa mujer castaña, no quería ni verla, al menos no por ahora.

Franco no la tuvo fácil desde que falleció su mamá. Él se encerró en su mundo. Sus hermanos salieron adelante pero él no siguió ese camino. Se volvió la oveja negra de la familia.

Empezó a salir a clubes nocturnos. Se tatuó. Se volvió distante con su familia. Salía la mayoría de las noches. Conquistando a chicas, donde algunas salían llorando. Todo un caos. Se volvió frío, su papá solía echarle muchos gritos en el transcurso de los años.

Se iba a ir a su casa a probablemente hacer una fiesta en la piscina y invitar a un par de amigas que tenía.

— don Franco — Jimena Elizondo lo detuvo con miedo.

Franco se giró para mirarla. Ella y su hermana son distintas. Hasta donde escuchó, Jimena es la menor pero la más alocada, es morena, con su cabello negro y muy lindo, es guapa. En el club vio a Norma, que intentaba enseñarle a bailar al pies izquierdo de su hermano Juan, una chica bella para el tonto de su hermano.

Y después estaba Sarita, la mayor de las tres, pero a la vez la más bonita para él. No va a negar que sus ojos se desviaron un par de veces de la cara de la chica torpe, los ojos se crearon para ver, y él no desaprovechó aquello. Sarita es hermosa, con pecas preciosas salpicadas por la parte de su pecho y cuello que lo notó por el vestido corto que uso en el club. Tiene un cuerpo precioso que está cubierto por ese traje de limpieza. Su cabello castaño y largo que fácilmente podría deslizar sus grandes dedos por sus rizos. Ni mencionar su rostro, esas par de cuencas de color avellana, su nariz pequeña y respingada. Sus labios delgados pero se miraban deliciosos.

El carraspeo que escuchó por parte de Jimena lo volvió a la realidad.

— ¿qué desea?

Fue frío y distante, una de las características que definen a Franco Reyes, se podría decir la única.

— su...su papá me encargó en comunicarle que hoy tienen una cena a las ocho de la noche, me dijo que lo esperarán en el mismo restaurante de siempre, que no falte.

Franco bufó en su interior. Odia las cenas y en especial con su familia.

Sin decir nada, sólo asintió y se giró para seguir con su camino.

Se paró frente al ascensor, se acomodó el reloj de su muñeca, tiene aproximadamente 2 horas para asistir a esa cena, a la cuál fácilmente podría faltar.

Las puertas del ascensor se abrieron, no había nadie más, eso le gustó. Siempre prefirió ir sólo que acompañado.

Se subió al ascensor metiendo sus manos a los bolsillos de su pantalón. Presionó el botón del primer piso, pero vio como alguien se metió al ascensor antes de que las puertas se cierren.

Franco sintió el dulce olor a coco y a flores, disimuló mientras rascaba su creciente barba.

Sarita se arrinconó hacía el otro extremo del ascensor sin soltar su balde de color morado intentando regular su respiración.

— buenas tardes — saludó Sara sin mirarlo.

Franco no dijo nada, estaba atrás de Sara, y la miró unos segundos antes de subir su mirada nuevamente.

Sarita mordió su mejilla inferior. Ni siquiera puede soportar estar cerca a él. Hubiera decidido ir por las escaleras, pero ya se sentía cansada como para hacerlo.

¿Por qué un hombre tan refinado cómo él ni siquiera pueda corresponder un simple saludo?

— si fuera tan educado y respetuoso, como usted lo aparenta, debería responder un saludo, señor Reyes.

Franco sonrió de lado. Casi nunca nadie le responde, porque cuando lo hacían, era peor.

Pero se siente distinto con Sarita.

— tiene razón, lo siento— se encogió de hombros. — ¿cómo debería llamarla? ¿señorita de limpieza? ¿señorita Sara? o, ¿prefiere chica torpe?

Sara apretó sus labios respirando hondo. Contó hasta diez, con lentitud.

No puedes golpearlo. Es hijo de tu jefe.

¿por qué no puede ser cómo Juan? ¿caballero, amable y respetuoso?

A Franco le estaba empezando a gustar molestarla. Pudo escuchar un resoplido por parte de ella.

— ¿qué es lo que busca con todo esto, señor Reyes?— Sarita dijo. — ¿no tiene acaso a alguien a quién molestar tranquilamente?

Franco dio un paso más hacía ella.

— busco...diversión...– susurró cerca de ella.

— ¿un hombre serio y frío cómo usted puede divertirse?

Franco soltó una risa bastante gruesa para el gusto de Sarita, la cuál trago saliva ante lo sexy que sonó.

— ¿quiere ver mi forma de diversión?

Sara miró la punta de sus pies, puede escucharlo frente a ella, no se atrevió a subir la mirada, no entiende el por qué sus manos tiemblan. Es algo absurdo, por un momento quiso ver de cerca esos ojos azules que por alguna razón le parecen atractivos.

Franco la tenía cerca, su aroma es exquisito, quiso verla a los ojos, pero puede notar una tela de rubor sobre sus mejillas. Podría molestarla todo el día.

Pero para mala suerte de él. Las puertas del ascensor se abrieron de par de par.

Sarita esquivó el cuerpo del ojiazul, saliendo apresurada del ascensor para poder respirar aire nuevo.

Otra vez huyó de él.

Está vez sin tropezarse de nada, se fue directamente hacia el baño, para mojarse la cara.

Reprimiendo sus gritos.

Empezaba a gustarle la cercanía del estúpido niño rico.

𝐎𝐝𝐢𝐨 𝐀𝐦𝐚𝐫𝐭𝐞 | 𝐒𝐀𝐅𝐑𝐀𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora