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¿cómo era posible qué una persona olvide cosas?

¿memoria de corto plazo?

no, imposible.

Sarita había terminado muy bien su noche. Había dejado dormido a Franco en el sillón, él no quería despegarse de ella, pero Sarita logró convencerlo.

Le gusto ese Franco amable, tierno, todo lo contrario a lo que aparenta.

Pero ahora no lograba entender qué había hecho mal.

Su día transcurrió normal. Estaba ansiosa por verlo, por mirar esos ojos azules que cada día le gustaban más. Pero su emoción se desplomó cuando notó la actitud de siempre.

Franco la ignoró apenas la vio cruzar por el pasillo, lastimando a Sara de una manera u otra.

Ella quiso saludarlo, preguntarle si había amanecido bien, pero sólo recibió la actitud estúpida de Franco Reyes.

bájate de esa nube, Sara.

Llegó temprano a casa, no tenía ganas de nada. Ayer él la abrazaba y ahora ni un saludo le dio.

Claro, pero, ¿qué podía esperar? Franco estaba ebrio, ni siquiera debe recordar lo que pasó ayer.

— mijita, te hice cafecito — Martín dijo entrando a la habitación de su nieta mayor.

Sara secó sus lágrimas con rapidez con la manga de su suéter de algodón.

— ay, abuelito, no te hubieras molestado.

Sara se sentó dándole una cálida sonrisa a su abuelo, él cual la miraba con cariño.

— cuando eras niña y llorabas cuando Jimena rompía tus cometas, siempre te preparaba leche con galletas, te sentaba en mis piernas, te contaba una fantástica historia y me hablabas de tus sueños, siempre te cuidé y siempre lo haré, mi Sarita, sé que no estás bien, lo noté apenas entraste a casa, mi vida, y ahora te preparé tu café favorito, para que te sientas mejor.

Sarita sintió una emoción, calidez y amor hacia su viejito adorado, se paró para abrazar a Martín, él es su persona favorita, podría estar con él todo el tiempo, lo ama demasiado.

Sara organizó su sala, se acomodó en el sillón, al lado de su abuelo y miraron una gran maratón de películas, la mayoría de comedias, mientras comían dulces que había guardado en su cajón de ropa, escondiéndolos de Jimena.

Ama pasar ratitos así con él.

Jimena no iba a tardar en llegar, Norma también. Preparó una soda de fideos, rápido y rico.

— ¿por qué te fuiste rápido? — Jimena dijo apenas entró a la casa.

Sara se giró para mirarla con confusión.

— ¿qué?

Jimena tiró su bolso a un lado respirando hondo para controlar su respiración agitada.

— el señor...el señor Reyes estuvo preguntando por ti, y cuándo le dije que no estabas, se volvió un ogro.

Sara se sentó en la silla del comedor.

— ¿de qué hablas?

— dijo que necesitaba limpieza en su oficina, pero no era lógico, estaba limpio, y te estuvo buscando, pero no estabas, entonces empezó a estar irritado, es un hombre muy raro.

Sarita sonrió apenas, ¿sería qué él si quería verla y hablar con ella? ¿o de verdad necesitaba limpieza en su oficina?

Jimena y Martín ya se habían acostado para dormir, había sido un día agotador. Norma había llegado aproximadamente a la media noche con Juan, Sara los atendió, no había problema que Juan se quede a dormir con su hermana, no era la primera vez que lo hacían.

— ¿cómo te fue en el trabajo hoy, cuñadita? — Juan ayudó a Sara a secar los últimos platos que utilizaron en la cena.

— bien, como siempre — sonrió. — ¿cómo está tu papá? Ya no lo veo muy seguido.

Juan colocó los platos en la repisa donde iban.

— si te contara, desde que llegó Franco, todo se volvió complicado — suspiró apoyándose en el mesón. — papá y él no dejan de discutir.

Sarita suspiró mirando a su cuñado.

— ¿Franco siempre fue así?

Juan negó mirando un punto fijo, un cuadro de Norma que estaba colgado, sonrió mirando la sonrisa de ella.

— no, todo cambió cuando mi mamá falleció, y él se siente culpable, hasta ahora se siente así.

Sara frunció su ceño poniendo una de sus manos sobre el brazo de Juan, dándole ánimos para continuar.

— habíamos ido de vacaciones a la playa, Franco estaba listo con sus flotadores, tan chiquito y emocionado por meterse al mar, pero su pelota, por alguna razón estaba cerca a la orilla, pero fue recorriendo poco a poco, mamá fue a traerla, no supimos en que momento desapareció, ella sólo había ido por la pelota de Franco.

Sara lo comprendió. Franco se sentía culpable por lo que le pasó a su mamá, por eso se esconde en ese personaje que ni siquiera es él, pero que aparenta a la perfección.

Ni siquiera podía explicar lo que sentía. Era cierto que le atraía Franco, le atraía desde su forma de pararse hasta cuando cruzaba sus brazos. Pero quisiera explorar más a ese Franco vulnerable, a ese Franco que no tiene que fingir para volver a ser lastimado.

Se cubre de las personas.

Pero, ¿por qué con Sara se abrió de esa manera? ¿o eso ocurría cuándo Franco estaba ebrio?

— mañana es el cumpleaños de papá, a él no le gusta celebrarlo pero estoy segura que si ustedes van, le alegrará bastante.

Sarita sonrió mirando a Juan.

— ¿tengo que llevar algo?

Juan negó despeinando a su cuñada, es como una hermana menor para él, como si fuera una de sus mejores amigas.

— sólo tu presencia y, ¡ah! esas galletas ricas que haces, le encantan a papá.

Sara rió golpeando el brazo de Juan.

Pero se puso manos a la obra.

Sacó todos los ingredientes que iba a usar para hacer el preparado. La primera vez que los hizo fue hace un par de años, y le salieron deliciosos.

Una de las fuertes de Sarita es la cocina.

Preparó la masa, sus manos llenas de harina, pero con un olor rico. La resistencia es sólida y no se le pega a las manos, está lista.

Lo dejó reposar por aproximadamente media hora, y sacó sus diversos moldes de distintas formas, son cortadores de galletas.

Nubes. Animales. Figuras geométricas.

Lo hizo con cuidado sin que ningún trozo de masa de quiebre o tenga alguna ruptura.

Mordió su mejilla inferior mirando su último molde, era algo absurdo pero se encogió de hombros sonriendo.

Un corta galletas de corazón.

Lo hizo con delicadeza, alineandolo en la bandeja para meterlo al horno, suspiró negando, parecía una boba haciéndole un postre a su novio del colegio.

Esperó pacientemente a que las galletas se enfríen cuando salieron del horno para empezar a glasearlas.

Lo hizo con distintos tonos. Celeste, morado, azul, amarillo. Con detalles chiquitos.

Y un glaseado rojo para la única galleta de corazón que había.

La galleta para Franco.

Los distribuyó en una cajita, con orden, ya estaban listas para mañana.

Moría de ganas por ver a Franco, de ver sus ojos azules.

Decoro con más atención la galleta especial para Franco, echándole brillitos comestible.

Sonrió al ver la galleta, estaba bonita y sólo esperaba que a Franco le guste.

𝐎𝐝𝐢𝐨 𝐀𝐦𝐚𝐫𝐭𝐞 | 𝐒𝐀𝐅𝐑𝐀𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora