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No sabía a dónde ir cuando cruzó la puerta principal.

La casa está completamente apagada, significa que todos duermen. ¿Debía irse directamente a su habitación, dormir y olvidarse de todo?

Franco no le había dicho nada, suspiró subiendo las escaleras evitando hacer ruido alguno, no quería levantar al resto de las personas que duermen.

Aún podía saborear la boca del ojiazul sobre la suya. Tal vez Franco la beso por el momento. Lo escuchó detrás de ella, pero ni se inmutó a decirle algo, así que decidió irse a dormir.

Abrió la puerta de su habitación, pero Franco la detuvo apenas cuando dio un paso.

— ¿qué hace, señorita Sara? — preguntó él confundido.

Sara se giró para mirarlo, — no lo sé, señor Reyes, ¿qué estamos haciendo?

Franco asintió agarrando la delgada cintura de Sara para subirla a su cadera.

— vamos a ir a mi habitación, pero eso sí, mi habitación, mis reglas.

Sara no sabía cómo reaccionar a eso, pero quería investigarlo, enredó sus piernas en la cadera de Franco, sujetándose de su cuello mientras miraba su rostro de cerca.

Es un hombre muy guapo. Sus ojos azules la hipnotizan, su sonrisa la enloquece, su cuerpo le encanta.

Franco la llevó hasta el interior de su habitación, es la última del pasillo. Pero miró la reacción de Sara al entrar, prendió la única luz que tenía. La habitación es oscura, las paredes negras y blancas, cuadros en las paredes, alfombra oscura en el piso, una ventana que muestra el patio y gran parte el cielo. Es una habitación demasiado grande para solo una persona.

Sarita miró cada rincón. Y pensó en las miles de remodelaciones que podía hacer. Había un espejo frente a la gran cama de sábanas blancas, toda la habitación se nota que está limpia y ordenada.

Franco la dejó en el suelo. Preocupado por saber si Sarita se sentía cómoda o no.

— ¿señorita Sara?

Sarita estiró sus pequeñas manos hasta el rostro de Franco, acercándose más a él, se paró de puntillas dejando unos cuantos besos sobre su boca.

— tranquilo, me siento cómoda, ¿de acuerdo?

Franco asintió deslizando sus manos en la cintura de Sara, pegando su cuerpo al suyo.

No sabía por dónde empezar. Se sentía primerizo, como si nunca hubiera hecho. La mirada de Sara lo cautiva, lo hace sentir como un adolescente otra vez.
Dejó un beso en la mejilla de Sara antes de besarla nuevamente, sus bocas reconociéndose de inmediato y pidiendo más. Sus lenguas jugando una pequeña batalla por el dominio que Franco no tardó en ganar.
Con duda, deslizó sus grandes manos hasta las nalgas redondas de Sarita, esas nalgas que moría por tocar y apretarla entre sus dedos.

Cristo, y ni siquiera la miró completamente desnuda.

Sara jadeó contra su boca, pero no se quedó atrás. Con torpeza, empezó a quitarle la chaqueta a Franco, y quitó con éxito el nudo de la corbata de franjas de él.

La habitación se puso caliente y la ropa empezó a estorbar. Moría por quitarle las prendas con rapidez, pero tenía que tomarse su tiempo para descubrirla y saborearla; no quería asustarla.

Dejó que ella empiece primero. Puede notar su nerviosismo en sus movimientos, sus manos tiemblan en cada cosa que hace. Y se enfocó en brindarle confianza.
Quería que ella lo disfrute tanto como él lo hará.

Sarita desabrochó botón por botón con torpeza la camisa, mordió su mejilla inferior concentrándose en quitarle esa molestosa camisa blanca que Franco tiene puesta; nunca pensó que quitarle la camisa a alguien seria tan complicado.

𝐎𝐝𝐢𝐨 𝐀𝐦𝐚𝐫𝐭𝐞 | 𝐒𝐀𝐅𝐑𝐀𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora