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Terminó de limpiar el último estante. El hecho que viva en casa de los Reyes, no significa que Sara iba a dejar de trabajar, aunque Franco diga que no era necesario que lo haga, Sarita no sería capaz de estar sin hacer nada en casa.

Se apuró en terminar de limpiar la oficina del señor Jorge, quería ver a Franco, y sabía dónde encontrarlo.

Guardo su balde en la habitación de limpieza y fue directamente al baño. Se lavó las manos y se peinó un poco, que no se note que se muere por verlo.

Incluso se perfumó un poquito.

Fue con la excusa de que se olvidó uno de sus trapos de limpieza en la oficina del señor Reyes.

Quiso reír ante la travesura que estaba haciendo, sólo esperaba que no fuera descubierta.

Dio dos toques a la puerta, y luego escuchó un pase.

Sarita mordió su mejilla inferior entrando a la oficina, cerrando la puerta detrás de ella, con pestillo, solo por si era necesario. No va a negar que vio tutoriales en YouTube para aprender a seducir y dejar de ser tímida.

— ¿señorita Sara?

Sara sonrió encogiendose de hombres, — señor Reyes, olvidé uno de mis trapos de limpieza.

Franco se apoyó en el respaldar de su silla, mirándola de arriba a abajo, no entendía cómo es que Sarita lograba verse tan guapa con ese conjunto de limpieza.

Sólo asintió dándole señal para que continúe, pero los movimientos de Sara lo cautivaron, cada paso, su forma de andar, ni siquiera pudo despegar su mirada del cuerpo de la castaña.

— se me cayó por debajo del escritorio — reprochó fingiendo estar triste. — es uno de mis trapos favoritos.

— puedo comprarte más si es necesario, Sarita.

Sarita resopló negando, se puso nerviosa e incluso se sentía ridícula. Sacudiendo su cabeza, caminó hasta él a paso lento, formando una pequeña sonrisa.

— estoy segura que está debajo de tu escritorio, ayer estuve limpiando aquí.

Franco estuvo apunto de agacharse para buscar el trapo de Sarita, pero ella lo detuvo, apresurandose en sentarse sobre su regazo, dándole la espalda, se agachó en esa posición.

Franco gruñó, sabía que no había ningún trapo debajo del escritorio, pero le gustó que Sarita tenga más confianza en ella misma y que pueda hacer aquello.

— ush, aquí no hay nada.

Franco asintió subiendo sus manos hasta la cadera de Sarita, apretandola entre sus dedos. Sarita empezó a removerse sobre su entrepierna.

— sé lo que estás tramando, Sarita.

Sara soltó una risita apoyando sus manos sobre las firmas rodillas del ojiazul, sintiendo la dureza crecer bajo sus nalgas.

— no sé de lo que hablas, Franco.

Franco gruñó llevando sus labios hasta el hombro de la castaña, mordiendo su piel al sentir su erección chocar contra sus pantalones. Sabe que ella quiere provocarlo, lo supo por los movimientos rotatorios que ella empezó a hacer.

Sarita sonrió burlonamente, atreviéndose a más, se giró sobre él, sentándose para mirarlo frente a frente, besando su boca antes de dejarlo hablar. Sus lenguas se enredaron, y Sarita no tardó en gemir sobre sus labios.

Las grandes manos de Franco se plantaron sobre las nalgas de la castaña, ayudándola con sus movimientos en su cintura sobre su dureza ya notoria debajo de todas las capas de ropa.

𝐎𝐝𝐢𝐨 𝐀𝐦𝐚𝐫𝐭𝐞 | 𝐒𝐀𝐅𝐑𝐀𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora