Capítulo 1

148 9 14
                                    

Capítulo 1

                                                                                                                                               1998

El sonido de los cohetes marcaban el comienzo de los festejos en el pueblo costero de Mutriku. Uno detrás de otro, retumbaban dentro de la casa de Alicia.
Miró el reloj de pulsera digital que le regaló su padre el mes anterior por su cumpleaños. Se incorporó del sofá mientras en la lejanía sonaba una nueva explosión de otro cohete.

Eran más de las cinco de la tarde. La mayoría de los ciudadanos ya estarían cogiendo posiciones, para ver como un toro delante de una cuerda corría por la calles del pueblo, mientras adolescentes y no tan adolescentes corrían calle abajo y calle arriba.
Alicia, bajó por las escaleras de su portal en el número 29 de la calle José María Alcibar, mirando al exterior, si aún quedaba algún rezagado, para completar los 400 metros que separaban los cuatro edificios del pueblo.

Al llegar al portal, volvió a cerciorarse que no hubiese alguien a izquierda y derecha, saliendo con paso firme en dirección contraría al pueblo.

No tardó más que unos segundos en dejar los edificios atrás. Comenzando la ascensión al monte calvario.

Su intención no era completar los 3 kilómetros hasta la ermita del calvario. No. Ella pasaría el caserío Entzus, para escabullirse por las escaleras empinadas del atajo, entre la central eléctrica y la segunda de las curvas partiendo desde la salida del pueblo.

Al llegar a los arcos bajo la carretera, dejó atrás las escaleras, adentrándose en el verde rodeada de manzanos pequeñitos hasta llegar a lo que ella llamaba su fortín.

El tercer ojo que descubría los arcos de la carretera, era para Alicia su lugar de paz. Lejos de todo. Lejos del dolor.

Dejó atrás las dos primeras entradas curvadas bajo la carretera, llenas de paja para el ganado y alguna que otra máquina para trabajar la tierra.

— ¡Por fin!. — Cantó victoria para si misma al llegar al pilar que daba acceso a su lugar preferido.

Pero algo no iba como esperaba. Algo fuera de lo común llamó su atención haciéndola pararse en seco, apoyando una mano sobre la fría piedra, a pesar del calor de Julio.

Del interior de su lugar de paz, alguien canturreaba una melodía que nunca había oído. Alguien había mancillado su lugar sagrado. Y no solo eso, lo celebraba con una canción.

Alicia no se movió, siguió atentamente el canto medio alegre, medio melancólico de aquella persona que estuviese debajo de la carretera.

Alicia cambio de postura los pies, tratando de apoyar el peso de su fino cuerpo en la pierna contraria, con la mala fortuna de hacer ruido sobre las hierbas que crecían alrededor.

El canturreo, suave, dejó paso al silencio.

Alicia pensó en no respirar nunca más. En convertirse en una estatua de la misma piedra dónde aún permanecía apoyada.

El silencio entre ambos, como si se tratase de un duelo al atardecer en el Oeste, duró un minuto que para Alicia, fue algo más que una eternidad.

Una voz suave, y a la vez grave, salió desde el interior del hueco debajo de la carretera, sobresaltando a la pequeña.

— ¡Hola Alicia!. Te estaba esperando. ¡Pasa!. — La voz sonó con una amabilidad asombrosa en los oídos de la pequeña.

Alicia notó como le fallaban las piernas. Un sudor frío recorrió su espalda. Sintió que le faltaba aire en los pulmones. ¿Pero que podía hacer?. Esa situación era algo que no se lo hubiese esperado jamás.

La cajaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora