Capítulo 28

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Capítulo 28



A la mañana siguiente tendrían los resultados y las conclusiones a las que llegase el forense sobre la mesa. Pero los dos inspectores no pretendían quedarse ahí. Está vez si que acudirían a recibir los informes a viva voz.
La jueza que acudió a la cantera, ordenó levantar el cadáver pasadas las ocho de la tarde, con las sombras de la montaña recorriendo irremediablemente toda la ladera comenzando el baile de oscuridad antes del ocaso.
Los dos inspectores tenían ahora el reto más desagradable por delante. Y todo porque Aida se obcecó en ser ella misma la que diese la noticia a los padres de la pequeña. David no lo entendió, pero aceptó acompañar a la inspectora para pasar el trago juntos.

Después de dejar el coche en doble fila, accedieron al portal número 5. En el exterior las personas que paseaban o se sentaban fuera en los portales a recibir el aire freso del atardecer, murmuraban al paso de los dos inspectores.

— ¿Estás segura?. Aún estas a tiempo de dejar que sea otro quien de la noticia.

Aida asintió sin pronunciar palabra. La situación no iba a ser agradable. Este tipo de notificaciones nunca lo eran. Pero se lo debía a la pequeña que les acompañaba sin que David lo supiese.

Aida pulsó el timbre de la vivienda. La pequeña no esperó a que se abriese la puerta, colándose a la vivienda atravesándola.

La inspectora tragó saliva cuando la puerta comenzó a abrirse.

La señora que asomó primero con curiosidad la cabeza sin llegar a abrirla completamente, observó a los dos individuos con curiosidad.

— ¿Es usted Adela Sánchez?. — Preguntó Aida.
— Si. ¿Quienes son ustedes?. — Se interesó la mujer abriendo un poco más la puerta.
— El es David y yo Aida. Somos inspectores de homicidios de la Ertzaintza. ¿Podemos pasar?.

En los ojos de la señora comenzaron a brotar finas lágrimas adelantándose a la noticia que le iban a dar.

*************

Un sol anaranjado frenó la marcha que completaron aquella tarde la pareja de montañeros.
— ¡Mira que preciosidad!. — Señaló a la línea de un anaranjado contorno en los montes que se abrían ante ellos por el sendero que transitaban entre Arrate y Eibar.
Estaban en pleno descenso a la localidad armera pero aquella estampa impresionó a los dos excursionistas.

— ¡Es precioso!. — Dijo Alaitz pasando el brazo por la cintura de su novio.
— Sigamos o se nos hará de noche y no tenemos linterna. — Dijo Ander abrazándola mientras acercaba sus labios a los de ella.

— Que quede sellado este beso con el sol y la luna a la vez de testigos.

Alaitz alzó la mirada a su novio con una sonrisa volviéndole a besar.

— ¿Sabes que a veces eres muy cursi?. — Ander sonrió sintiendo la suavidad de los labios de Alaitz acariciando los suyos. — Pero esa faceta imprevista tuya la adoro.

Siguieron camino dejando atrás los primeros caseríos junto a la carretera. La iglesia del alto de Arrate se ocultaba detrás de ellos entre los árboles.

Alaitz seguía fascinada observando la variedad de luz anaranjada deslizándose por los montes, mientras las primeras sombras anunciando la noche se alargaban en las zonas más bajas.

Junto con ellas, en los pueblos a las faldas de los montes, las farolas comenzaban a encenderse por secciones. Las luces anaranjadas, comenzaban a iluminar una detrás de otras, sin pausa, las calles.
El contraste con la luz solar que aún se reflejaba en las zonas más elevadas se presentaba ante los ojos de Alaitz llenándola de hermosura.
Al dejar la zona más elevada de la montaña tras una de las curvas, el terreno deforestado ampliaba aún más las vistas, aunque las sombras de la noche aceleraban su paso. No iban a llegar abajo antes de la noche cerrada.
Una nueva curva los posicionó frente a la torre de televisión y comunicaciones en lo alto de Karakate en Soraluze.

La estructura, imponente, comenzaba a recibir a la vez que la casi totalidad de la montaña la oscuridad ya reinante.

Alaitz se fascinó con la imagen casi en penumbra que le transmitía la antena descomunal en el monte más cercano.

— ¿Como han permitido semejante monstruo en ese monte?. — Preguntó sin detener la marcha.
— Se llama progreso. — Contestó Ander.
— Pues el progreso es una mierda. — Sentenció ella.
— Lo es. Pero todos queremos que nos llegue la señal del móvil a todos los rincones. ¿A que si?. Y la de la televisión sin cortes. ¿A que también?.
— ¡Vale!. ¡Vale!. Lo he entendido a la primera. Pero a pesar de todo me parece horrible eso ahí. — Dijo volviendo a mirar el contorno de la antena siendo una sombra devorada por la noche casi cerrada.
Un aullido, grito, sonido del más allá, no supieron definirlo, resonó por todos los montes cercanos. Los dos montañeros se alarmaron dirigiendo sus miradas a la profundidad de la noche.

Solo sonó una vez. El sonido amplificado por la noche entre las montañas, sonó junto a ellos. Alaitz se abrazó a Ander pendiente de cada ruido que saliese de la montaña. El silencio lo absorbió todo.

*************

Alicia trató de explicar a Nerea lo ocurrió en el hall de urgencias. Nerea siguió atentamente todo el relato buscando un resquicio para descubrir la fantasía de su amiga. No lo encontró, comenzando a creer lo que le describía su amiga. Aunque le resultase una locura.
— Ali. Si es una broma no tiene gracia. — Nerea se sentía molesta.
— Que no lo es. Yo me quedé igual que tú. Pero cuando vi salir a aquel señor desnudo atravesando la puerta me dio ganas de salir corriendo.
— ¿Como era?. — Quiso saber Nerea.
— Era como tú y como yo. Pero diferente. — La niña no supo describirlo a pesar que lo pensó esforzándose. Además, no andaba como tu y como yo. Se deslizaba como Goku en su nube.
— ¿No te daba miedo?. — Se interesó la pequeña.
— No. — Alicia pensó la siguiente frase llegando a una conclusión. — Es que es como nosotras, pero un poco más transparente. Pero en esencia... como el hablar contigo ahora. — Nerea lo comprendía pero no lo asimilaba.
— ¿Puede ser por los golpes en la cabeza?. Algo se te ha roto o activado y tu ahora los ves. — Nerea hizo una pausa mirando fijamente a Alicia. — ¿Hay alguno aquí ahora?. — La niña preguntó mirando a derecha y izquierda.
— Que yo sepa solo estamos tú y yo. Pero si veo otro, te lo diré.

Las palabras de Alicia tranquilizaron a Nerea resoplando ante la tensión que acababa de vivir.

— ¡Menos mal!. — Dijo aliviada.

Lo que nunca le diría Alicia de aquella noche era que Agurtzane se encontraba allí junto a ellas. Estaba muerta. La segunda amiga en dos días.

Agur no callaba dificultando la concentración de Alicia según preguntaba Nerea. Agurtzane insistía una y otra vez en lo mismo. Pedía que tuviesen cuidado con...

— ¡ALICIA!. — Llamó Garbiñe desde la terraza del restaurante. — ¡Vamos niñas!. ¡Nos vamos!. — La voz sonaba contundente. Al segundo aviso caería una reprimenda. Las dos niñas se levantaron acercándose al parking.
— Hora de descansar y tomaros lo que os mandó el médico. Mañana volveréis a veros.

El descenso de los dos kilómetros y medio al pueblo, fueron los más cortos que recordaban las dos pequeñas. Al llegar a la altura de la vivienda de Alicia, Nerea se cambio de coche despidiéndose con un abrazo de su amiga.

— No te olvides. — Fue lo último que dijo Nerea en voz alta antes de entrar en el vehículo de su padre.
— No me olvido. Dijo Alicia despidiéndola con un saludo.

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