Capítulo 7

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Capítulo 7

A lo lejos ya se divisaba el primero de los rompeolas de Mutriku. Llegaban con un día de retraso, pero llegaban para las fiestas patronales.
Lo habitual era que las embarcaciones con base en los pueblos que tuviesen su puerto o que el armador fuese de ese pueblo, los marineros tuviesen unas mas que merecidas vacaciones mientras durasen las fiestas.
Si no hubiese fallado el motor en la última travesía, ya de regreso a base, El Salve María, y su tripulación estarían disfrutándolas.
Arkaitz, el padre de la pequeña Alicia, se apoyó sobre la puerta que conducía a los camarotes, viendo la costa de Gipuzkoa emerger con sus montes completamente verdes al fondo.

El cielo completamente azul y las gaviotas, osadas ellas, adentrándose en alta mar, les brindaban una especie de bienvenida agradable con sus cantos estridentes y rotos.

Dejó la cubierta subiendo al puente del pesquero sin quitar la vista de la preciosa línea que recorría de un lado a otro ante su vista.

— Estoy deseando poder ver Arno aparecer ante nosotros. — Le dijo Iban mientras controlaba la dirección correcta de la embarcación.
— ¿Cuanto falta?. — Preguntó Arkaitz.
— ¿Deseando ver a tu hija y a tu mujer eh?. — Dijo sonriente Iban. — Aproximadamente un par de horas. No quiero darle mas caña.
Los dos marineros se quedaron admirando la belleza que iba poco a poco apareciéndose ante ellos.

*************

Alicia y Nerea esperaban a que su madre cerrará la puerta, pero no estaba por la labor.

— ¡Ama!. — ¿Cuando quieras eh?. — Reprochó Alicia.
— Es que me parece tan bonito veros juntas otra vez. Me alegra tanto.
— Ama, ¡ya!. — Volvió a protestar Alicia mientras su amiga sonreía.
La madre hizo un amago de cerrar la puerta, mientras las dos amigas volvían a lo que estaban tratando antes de la interrupción.
— Alicia me tenéis que hacer un favor. — Dijo la madre volviendo a abrir la puerta.

Las dos niñas desviaron las miradas a su madre sin decir nada.
Aunque la mirada de reproche/enfado de Alicia la captó únicamente ella pasando desapercibida para Nerea.

— ¿Podéis ir a recoger la compra dónde Manuel?. — Preguntó recibiendo una mirada mas reprochadora aún por parte de su hija. — No me mires así hija. Sabes que hoy entra tu padre a puerto y me gustaría hacerle un buen marmitako. Y tengo los ingredientes en la compra. Sabes que le encanta. —Dijo a modo de chantaje emocional.
La pequeña no pudo más que asentir, mientras su madre les tendía el dinero sabiendo que la respuesta iba a ser afirmativa.

Al dejar la casa atrás, comenzando a descender por la Avenida José Mª Alcibar, llegaron frente a la iglesia. Los servicios de limpieza habían hecho un gran trabajo limpiando toda la basura del día y sobre todo noche y madrugada.

Pasaron la plaza de Txurraka dejando la calle que llegaba hasta el Barrio de San Nicolas, dónde residía Nerea, para bajar por la Erdiko Kale (Calle de en medio) hasta la carnicería de un siempre amable Manuel.
— Buenos días, dijeron las dos niñas nada más entrar. El veterano carnicero las miró como siempre sonriente, contestándoles en Euskera.
— ¡Egun on!. Ya pueden comenzar la fiesta nuevamente señoras y señores. Las dos reinas más deslumbrantes del pueblo acaban de hacer acto de presencia. — Dijo el carnicero mientras las dos pequeñas se ruborizaban muertas de vergüenza.

Cuando hubo despachado al cliente que estaba atendiendo, se movió hasta las dos pequeñas, dejando con la boca abierta a la anciana que hacía cola escrupulosamente.
— Maritxu, ¿a que no te importa que atienda a estos dos bellezones?.
A la anciana no le hizo ni pizca de gracia, pero asintió con una sonrisa tan forzada que les pareció oír el crujir de sus labios al estirarse.
— ¿Y bien?. ¿Que quieren estos dos Ángeles?. — Dijo Manuel apoyándose contra el cristal curvo del mostrador con la carne en bandejas sanguinolentas.
— Me manda mi madre por la compra que ha dejado aquí a la mañana.
— El carnicero se agachó tras el mostrador sacando dos bolsas. Una con carne, chorizo y algo que no supieron descifrar, pero que manchaba el papel donde iba envuelto y otra con ajos, cebollas y patatas.
— Que tengáis un feliz día preciosas. Y que lo paséis bien en las fiesta.
— ¡Gracias Manuel!.— Contestó Alicia sonriente pero a la vez ruborizada por tanto piropo en tan poco tiempo.

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