Capítulo 23

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Capítulo 23

Poco a poco se fueron reuniendo todos en el fondo a la entrada de la cueva. Un espeleólogo y Aida que fueron los primeros en entrar, tuvieron que adentrarse un poco por la primera cavidad para ir dejando hueco.
El descenso no resultó nada complicado para toda la parafernalia que montaron en el exterior. A parte de la cuerda en la pared, alguien había abierto en la piedra huecos para introducir los pies facilitando el descenso. Aunque se notaba que por allí no había pasado nadie en mucho tiempo.
El propio agua que se colaba con las fuertes lluvias, dejaron esas cavidades curvadas por el desgaste del roce del líquido en la piedra facilitando el descenso. 

La luz del exterior, moría en la primera de las entradas en forma de agujero de gusano. Ya de primeras debían arrastrarse un poco. Pero un poco de aventura y suciedad no le vendría mal a ninguno de los seis policías sin contar con Aida, David y los dos espeleólogos.

En el exterior, con un perímetro de seguridad hasta la propia ermita, se apostaron otros seis agentes expectantes ante aquel operativo inusual.
Muchos se preguntaban que buscaban exactamente en un cueva debajo de toneladas de tierra y piedra del monte Arno en un camino subterráneo, que para nada tenía relación con los crímenes de los día pasados. Menos aún con el de la plaza del pueblo.

En concreto ese, fue cerrado sin pruebas y olvidado como una de esas noticias que impactan al espectador. Para no acordarse de ella nadie pasadas unas semanas por el olvido informativo.

Exactamente como el cadáver de la plaza de Txurruca. Al parecer ya nadie prestaba atención a la muerte brutal de aquel hombre. Ni la propia policía, ni los ciudadanos de Mutriku.
También ayudaba la poca o nula popularidad del individuo. Era odiado por la gran mayoría del pueblo. Incluidos niños y ancianos. Fue un ser despreciable en vida, como en muerte.

Aida seguía la marcha detrás del científico que enviaron desde la agencia. Se arrastraban por un túnel demasiado estrecho utilizando los brazos.
La inspectora, con dificultad, notando el techo excesivamente bajo acariciando su espalda, comenzaba a sentirse fatigada. El esfuerzo de los primeros metros, pasaría factura por la noche a todos menos a los dos espeleólogos acostumbrados a estas situaciones.

El final del largo túnel de gusano concluía en una primera habitación húmeda. No lo suficientemente grande como para caber todos.
Poco a poco comenzaban los primeros aventureros en aparecer detrás de una inspectora fatigada por el esfuerzo.
En un lateral de la cavidad, el camino continuaba a mano derecha por otro pasillo estrecho. Pero al menos esta vez continuarían de pie hasta donde la cueva lo permitiese.

El pasillo se estrechaba a mitad de recorrido lo suficiente como para sentir una ligera opresión en el pecho. Si alguno de los presentes en la expedición sufriese de claustrofobia, no superaría esta parte del recorrido. Aunque bien pensado, no superaría ni tan siquiera el entrar en la cavidad.

— ¿Se encuentra bien inspectora?. — Preguntó el espeleólogo, deteniéndose, casi besando la pared ante la proximidad de esta a su rostro sin casi margen de maniobra.
— Si. No se preocupe. No tengo tanto pecho como para quedarme encallada.

La respuesta de la inspectora ruborizó al científico.

— No era mi intención... — Contestó dubitativo el espeleólogo.
— No se preocupe. Era una broma. — Relajó la tensión Aida.

El tramo continuaba retorciéndose de izquierda a derecha estrechándose unos centímetros según avanzaban.

Al menos, ganaban en altura lo que perdían en anchura. Pasaron de los escasos 1.69 metros a los casi dos metros y medio de altura.

Aida aunque sometida por la proximidad de las paredes a ambos lados de su cuerpo, sintió alivio cuando elevó su cabeza iluminando la altura con el techo.
La inspectora se imaginó la cueva con miles de insectos, murciélagos y otros bichos que le producían asco antes de entrar. Pero no fue el caso. Aparte de lo poco agradable del terreno, allí no había nada que contuviese vida.

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