Capítulo 20

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Capítulo 20

Por un día, Alex, supo que era eso de ser el blanco de las risas de los demás. Por un día, comprendió que era ser el que recibía el daño. Pero ni por un día, Alex, empatizaría con nadie. Dentro de su ser no cabía un resquicio a ser uno más dentro de un comportamiento ético y moral con una migaja de civismo.

Todo lo contrario. No mostró señal alguna de dolor. No salió una mísera lágrima de sus ojos. Unos ojos que si permanecían inyectados en sangre de la rabia que sentía al perder el poder sobre aquella cerda.
No lo dudó ni un instante. Se acuclilló sin desviar la mirada de odio atenta sobre la pequeña. Pasó la mano sobre la parte superior del dardo clavado en su pie, cerrando la palma sobre la madera.

No lo dudó ni un instante. Tiró del dardo con rabia para arriba sin mostrar un insignificante gesto de dolor.
Se incorporó ante la atenta mirada de los allí reunidos dejando el dardo sobre el mostrador.

Todos, incluso el feriante, permanecían callados y expectantes a la reacción del chico.

La punta de la zapatilla blanca, comenzó a colorearse de un rojo intenso, mientras el cerco iba ensanchándose a un ritmo lento sobre la superficie de la zapatilla.
Alex no se fijó en ese detalle. Su mirada continuaba fija en su objetivo. Su padre le dejó antes morir claro que debía hacer. Y no iba a parar hasta vengar su orgullo y la memoria de su difunto padre.
Avanzó un paso sintiendo un dolor profundo en el dedo gordo del pie. Miró en la dirección de la punzada subiendo la intensidad de su odio por aquella niña.
Cada golpe de dolor, cada gota de sangre escarlata que manchaba la zapatilla ampliaba el odio por Alicia.

Aquel pequeño agujero en el dedo del pie, no iba a impedir propinarle un buen puñetazo a esa mocosa. 
Avanzó con la intención de llegar hasta ella y descargar su furia apretando los dientes con los puños cerrados.
Nerea se puso delante de Alicia, seguido de cada una de las quince amigas. Un muro humano infranqueable. Alex, perplejo no comprendía que ocurría esa noche de mierda.

Alzó la mano con la clara intención de golpear a la que le quedaba más a mano, sintiendo una mano fuerte aferrarse a su brazo todavía en alto.
— Chico. Hoy te estas pasando de la raya. — La mano cerrada con fuerza sobre la muñeca de Alex, provocó en el joven finas lágrimas brotando de sus ojos. Siendo una mezcla entre odio, dolor y ahora ese orangután le estaba apretando el brazo hasta casi desaparecer el ritmo cardiaco desde el codo hasta los dedos de las manos entumeciendo la zona.
Era la tercera vez que quedaba en evidencia. Pero no acababa el show para su desgracia. Con la otra mano, el feriante le pegó una sonora bofetada dejando una marca perfecta con los cinco dedos en el moflete.
— Yo que tu me iría de aquí chico. Y como me entere que te acercas a cualquiera de estas niñas. El próximo en explotar como el cerdo de tu padre vas a ser tú. — Le dijo el feriante al oído a un sorprendido Alex.
El feriante soltó el brazo del chico con un ligero empujón y una sonrisa. El joven salió un par de metros despedido de la barraca al centro de la calle.
Alex se incorporó. Miró al grupo de gente que aún permanecía cerca de la atracción y cojeando se perdió calle abajo.

Las chicas aliviaron la tensión de sus cuerpos con sonoros gritos de alegría dando saltos abrazándose unas con otras.
— Esto se merece un helado y una vuelta extra en la noria. — Las palabras de Laura llegaron a Aida con una sonrisa.

— ¡Eyy!. — ¡Pequeña!. — Los altavoces de la barraca sonaron nuevamente a pleno rendimiento.

— No te vayas sin tu premio.

*************

Aida sentada en la cama aferrada a la almohada como si de un peluche se tratará, estaba completamente perpleja de lo que había experimentado. Pasaron muchos minutos hasta que perdió el miedo a moverse.
Lo primero que hizo fue cerrar la ventana. A pesar del calor en el exterior, Alicia sentía un frío inusual en su cuerpo. Miró su reloj de pulsera. Era aún muy temprano para llamar a David. Estaba completamente segura que su jefe esa noche estaría bajo los efectos de alguna pastilla para conciliar un sueño profundo.
Se vistió nerviosa recordando lo que había presenciado desde la cama.
Se armó de valor cogiendo el teléfono. Quería llorar hasta deshidratarse. Pero algo le impedía hacerlo. Marcó el número de David con dificultad aunque tenía bastante controlado el ataque de ansiedad, aunque el tembleque aún persistía.

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