Capítulo 3

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Capítulo 3

La giró una vez llegando hasta ella el sonido de un mecanismo crujiendo en su interior ante la atenta mirada del anciano.

Sin soltarla volvió a girarla. El mismo sonido de unos engranajes girando en su interior salían despedidos en todas direcciones desde la caja. Hizo girar la palanca dorada una tercera vez hasta oír un clic que indicaba el final del recorrido del mecanismo.

Soltó suavemente la palanca, esperando que sucediese algo mágico que no ocurrió.
Oyó un segundo clic al desplegarse la tapa superior de madera abriéndose como un libro.

En su interior no había una bailarina, ni nada que alegrase la vista de la pequeña. Tan solo una especie de motorcito pequeño con una tira de metal agujereada en diferentes partes para que sonasen las notas de la canción que no tardó a resonar desde el interior.

Era la misma canción que canturreaba el anciano cuando lo descubrió dentro de su zona de paz.
La maquinaría de la caja de música siguió sonando sin parar comiéndose la cinta de metal al pasar por ella.

Cuando llegó al final del recorrido, se frenó y comenzó a deslizarse en sentido contrario sin emitir sonido alguno.

Una vez finalizado el recorrido de vuelta, volvió a sonar un nuevo clic y la voz de una niña comenzó a recitar una serie de números con pausas deliberadas entre ellos.


12-1 ; 26-15-18-18-1 ; 8-1 ;15-2-18-1-4-15 ; 2-9-5-14.
25-1 ; 3-1-5-18-1 ; 3-15-13-15 ; 20-15-4-15-19

Al concluir la serie de números y sus pausas entre las cadenas de los mismos, se oyó un nuevo clic y la tapa de la caja de música volvió a cerrarse suavemente ante la atenta mirada de la niña.

— ¿Y ya está?. — Preguntó sin desviar la mirada de como se iba cerrando con suavidad.
— ¡Ya está!. — Dijo Otsifem.
— ¿Mi deseo se ha cumplido?. — Volvió a preguntar la pequeña.
— Eso lo tendrás que descubrir tú a su tiempo. — Contestó el anciano sin borrar su sonrisa. — Cuídala y haz un buen uso de ella —volvió a insistir — ahora te pertenece hasta que la vuelva a reclamar. Cuida que nadie te la quite y pueda hacer un uso indebido de ella. Como te dije, es muy poderosa. Para bien o para mal. Y ya sabes que cada acción conlleva una reacción.

— ¿Cual es la función del pequeño botón negro que hay junto a la tira de música?.

La pregunta hizo sonreír al anciano mostrando una dentadura perfectamente blanca.

— Te sugiero que ese botón no lo pulses a no ser que sea completamente necesario.
— ¿Necesario como qué?. — Quiso saber la pequeña.
— Lo sabrás cuando llegue el momento, si es que algún día llegase a ocurrir.

La niña, pensativa, se quedó mirando la caja con un mar inmenso de preguntas que revoloteaban por su cabeza sin parar.
El anciano, se incorporó mirando al exterior del arco bajo la carretera y sin mirar a la pequeña, se despidió de ella.

— Hasta pronto jovencita. Recuerda que el poder de esa caja ahora está en tus manos. Y como la utilices, depende únicamente de tu voluntad de obrar bien o...

— ¿Que significan esos números?. — Cortó la niña por lo sano.
El anciano giró su cuerpo, volviendo a encontrarse con la cara expectante de la pequeña.
— Eso también algún día lo descubrirás.

Todo sonaba muy enigmático. Incluso para la pequeña Alicia sonaba como a película de aventuras. No esperaba que de todo lo que le contó el anciano se hiciese realidad ni una mínima parte. Así que decidió no prestarle mas atención al asunto. Ella se quedaría con aquella caja, siendo un nuevo juguete para ella, hasta que con el tiempo y aburrida de aquella canción, seguramente la dejaría en el olvido dentro de algún armario.

— ¡ALICIA!.

El grito de su madre desde el balcón de la casa, sacó del trance que le producía mirar la caja que sostenía en las manos alzando la mirada.
Se sorprendió al no ver al anciano con el sombrero en la entrada de la cavidad y ignorando la llamada de su madre salió con la caja bien cogida de la mano derecha al prado que se abría delante.

Miró en ambas direcciones sin ver al extraño anciano. Era improbable que hubiese recorrido todo el sendero hasta las escaleras del atajo. Pero no estaba completamente segura de cuanto tiempo se quedó mirando la caja desde que Otsifem contestó a su última pregunta y el grito de su madre sonó en la lejanía.

— ¡ALICIA!. — Volvió a llamar su madre desde el balcón.

La pequeña miró a su madre en el balcón detrás del tendido eléctrico de la central de electricidad, esperando que dijese algo más que no tardó en llegar al cruzar las miradas. La pequeña saludó con la mano ostentosamente.

— ¡Ven a casa!. — Escueto pero contundente, pensó Alicia.

Tal vez su madre vio salir al anciano de su lugar de paz. Y ahora le caería una buena al llegar a casa.
No dio pie a que se lo dijese una tercera vez, comenzó a caminar en dirección al atajo.

Le seguía pareciendo increíble que el anciano hubiese sido tan hábil de desaparecer sin que ella se diese cuenta.
La verdad, le había fascinado la caja desde el momento que se la mostró y luego con aquella historia tan misteriosa, la acabó por cautivar.
Dejó el atajo atrás caminado por el lateral de la carretera de ascenso al calvario. Pasó el caserío Entzus hasta llegar al primero de los dos bloques de casas, mientras en su cabeza únicamente buscaba las excusas, que aunque no sirvieran para nada frente a su madre, tendría que dar en un interrogatorio que se esperaba tedioso.
Aminoró la marcha antes de llegar a las escaleras que descendían desde la carretera hasta el portal. Miró con un disimulo, mal disimulado, a las tres ventanas del cuarto piso esperando ver a su madre con el rostro amenazante.
En su cabeza oyó lo que se le venía encima. "Te tengo dicho que no vayas con extraños... y bla bla bla". Alicia sonrió al darse cuenta que imitaba en su cabeza perfectamente a su madre.

Abrió el portal comenzando a ascender por las escaleras. Quería retrasar lo máximo posible aquel encuentro.

Ascendió con mucha parsimonia, no quería llegar, pero cuando se dio cuenta ya estaba enfilando el último descansillo.

— ¿Cuando he llegado tan rápido?. — Se sorprendió a si misma.

Llegó a la puerta de la casa. Sacó las llaves pensando lo raro que resultaba que su madre no estuviese ya en la puerta esperándole con los brazos cruzados y el semblante serio, preparada para el primer asalto.
Introdujo la llave en la cerradura, la giró y se dio cuenta que aún llevaba la caja de música en la mano izquierda.
La puerta se abrió un poco al girar la llave por completo.

Nerviosa, en un movimiento hábil, introdujo la cajita de musica en el bolsillo de los pantalones cortos antes de pasar al interior y a lo que le esperaba en los próximos minutos.

Se miró el bolsillo, descubriendo que sería imposible que su madre no se fijase en aquel bulto que salía de un costado de los pantalones. Alicia no entró en pánico. Ya se inventaría algo en su momento.
Abrió la puerta, en el pasillo no le esperaba nadie. La pequeña comenzó a intrigarse sin poder controlar los nervios.
Al fondo del pasillo en la puerta a la derecha, salía luz de la cocina que daba al balcón, desde donde su madre la había llamado.

Se oían voces. Pero no eran las típicas voces antes de una de aquellas charlas. Eran voces animadas.
Alicia cerró la puerta tras de si, comenzando a caminar por el pasillo a oscuras, intrigada con la luz que se filtraba desde la cocina iluminando parte del pasillo .
Dejó atrás la puerta de su habitación y la del baño que tantas veces le dio miedo cuando era pequeña. La de la sala, sin nadie en su interior, completamente a oscuras, llegando a la cristalera de cocina.

Desde la oscuridad que le brindaba el pasillo sin luz, oía a su madre decir — "¿Donde se habrá metido esta niña?" — obviamente, te estoy mirando — Sonrió nuevamente la pequeña sintiéndose ganadora.

Decidió moverse un poco a la derecha para tener una amplitud mayor de la cocina y ver con quien hablaba su madre. La luz de los fluorescentes, aunque lo intentaban, no llegaban hasta sus piernas.

Se sentía segura antes de cruzar la puerta.

Pasó de uno de los cristales al siguiente y se quedó petrificada al ver a la persona que su madre ofrecía algo para merendar con la sonrisa más amplia que recordaba desde hace dos años.

No lo podía creer.

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