Capítulo 9

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Capítulo 9

Una ola se tragó el pesquero, cogiendo por sorpresa a los marineros, entrando desde la popa con furia. El padre de Alicia, que la vio en el último momento, cerró la puerta del puente observando junto a Iban como la ola les sobrepasaba cubriendo la totalidad de la embarcación.
Seguido, tras el primer impacto, ráfagas de viento surcaban la estructura del pesquero como surfistas en un ola casi perfecta.

Iban, curtido en mil batallas contra el fiero cantábrico, hizo girar el barco en el sentido de lo que se avecinaba esperando el impacto de una galerna que según lo que podían observar desde el puente iba a ser épica.

Los primeros relámpagos cruzaban el cielo más allá del azul que se veía cerca de costa. Las nubes oscuras, viajaban con una velocidad endiablada sobre sus cabezas, bajando la intensidad de la luz y la distancia de visión a unos escasos cinco metros.
Desde la costa, se podía observar a lejos, sobre la línea del horizonte, como la borrasca descargaba con furia una manta de lluvia de lado a lado, mientras los bañistas seguían disfrutando de un día precioso de playa.

Arkaitz salió del puente agarrándose con fuerza a la barandilla de la escalera de metal. Estiró como pudo el cuello, entre el bamboleo salvaje del pesquero, recibiendo sin parar los impactos de unas olas furiosas arrastradas por un viento huracanado, intentando comprobar que alguno de los marineros hubiese cerrado la puerta de los camarotes.
Una nueva ola, golpeó con furia la proa, saltando unos cinco metros por encima del barco, provocando que este se moviese como un corcho por los rápidos de un río.

— Voy a cerrar los viveros, o se los puede arrancar de cuajo una de esas olas. — Dijo Arkaitz abriendo una rendija en la puerta del puente.

— Ve con cuidado. — Le contestó Iban sin llegar a ser audible sus palabras para el padre de la pequeña.

Descendió a cubierta mirando si quedaba algo por atar. Parecía que el resto de la tripulación llevó ese cometido con celeridad tras el primer impacto.
Caminó como pudo en dirección a la proa, consiguiendo aferrarse a diferentes puntos estratégicos llegando junto a la hilera de los primeros cuatro viveros.

Bajó las tapas, sin mucho problema, mientras el agua de los tanques salía despedida con cada embestida del mar.
Continuó al otro extremo, con la mirada firme en las tapas levantadas de los últimos cuatro viveros chorreando agua por su rostro dificultándole la visión.

El sonido de la bocina atronadora desde la parte superior del puente, obligó a alzar la mirada al padre de la niña.

En la ventana del puente, un alterado Iban, hacia señales con ambas manos llamando la atención de Arkaitz.

Pasándose la mano por la cara, intentando sin lograr que el agua dejase de resbalar por sus ojos, alzó la mirada comprendiendo lo que se avecinaba.
Asió con fuerza la esquina del cuadrado de metal que llevaba al interior del vivero, sin comprender como saldría de aquella situación, sin ser un marinero más fallecido en alta mar y muy probablemente, sin que llegasen nunca a celebrar un entierro con cadáver.
La ola pasó como si nada hubiese en su camino que pudiese entorpecerle. El barco se sumergió desapareciendo del mar como un espejismo.

Cuando volvió a salir a flote, el patrón, dentro de la cabina, se incorporó del suelo de la sala de mandos, dolorido por el impacto después de ir de un lado al otro de la cabina hasta estrellarse contra la puerta de metal.
Se asomó a su lugar privilegiado, llevando la mirada de una lado a otro de la parte delantera del barco. No veía a Arkaitz por ningún lado.
— ¡Joder!. ¡ Joder!. Se lo ha tragado. ¡Joder!. — Repetía sin parar con la mirada nerviosa intentado localizarlo en algún punto de la cubierta.

El paso de aquella ola gigantesca, dio paso al comienzo de la calma. Rayos de sol volvían a atravesar las nubes grisáceas, comenzando a disolverlas con una celeridad asombrosa.

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