Capítulo 27

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Capítulo 27


Aida tenía la solución a aquellos dos crímenes, pero no la podía cursar. Necesitaba pruebas. Y era lo que el asesino de las dos pequeñas evitaba que consiguieran. Tan solo esperaba que en la autopsia de la pequeña, encontrada en mitad del camino junto a la cantera abandonada, descubriera su rostro que ahora mismo no era más que una interrogación gigante.

El espectro de la pequeña notó en el rostro de Aida ese algo especial de los sensitivos. La inspectora desconocía de que se trataba, pero al final, todos los espíritus acaban por darse cuenta.

Algún día tendría que preguntárselo a uno.

La niña se acercó a la inspectora como lo hacen todos. En eso si que no hay error.

— ¿Me ves?. — Preguntó la niña ante la indiferencia de Aida. — ¡Claro que me ves!. — Quiero ir con mi Amatxo. ¿Como he de hacerlo?. Lo he intentado y no consigo salir de la cantera. ¿Solo quiero ver a mi ama?. — La niña sollozaba.
— No puedes si no se llevan algo tuyo. — Contestó Aida con voz baja.
— Sabía que me veías. ¿Los demás por qué no pueden hacerlo?. — Se interesó la pequeña.
— No lo sé. Ni debería estar diciendo nada. — Dime que puedo coger tuyo, y llevarlo conmigo. Te llevaré junto a tus padres.

La niña saltó de alegría metafóricamente hablando.

Se desplazaba como todos los difuntos como si fuesen por unas escaleras mecánicas pero en horizontal.

— Mi llavero de Minnie Mouse con las llaves de mi casa. Pero, ¿Dónde están?. — Dijo la niña pasando por encima de su propio cadáver.
— ¡Antón!. — Llamó Aida al forense. — ¿Se han encontrado unas llaves o algún objeto que tenga relación con la pequeña?.

El forense alzó la mirada tratando de recordar.

— Ahora que lo dices. ¡Si!. Hemos encontrado unas llaves entre aquellos helechos de allí. — Dijo señalando un montículo dejado atrás por la explotación de la cantera, ahora cubierto de hierbas y helechos.
— ¿Eran de la niña?. — Preguntó Aida ante la atenta mirada del fantasma de la pequeña.
— ¡Lo desconozco!. Pero por si acaso, lo hemos catalogado para analizar. Las últimas palabras del forense torcieron el gesto de Aida.
— ¿Que ocurre?. — Preguntó la pequeña siguiendo a la inspectora.

Aida trataba de alejarse un poco de sus compañeros. Al final la iban a descubrir hablando sola y eso junto con el disparo accidental a la lechuza y la supuesta imagen de aquella anciana de negro, le traería algún que otro quebradero de cabeza junto a los psicólogos del cuerpo. Pero que la dejasen fuera del caso, eso era un hecho.

— ¡Déjame pensar!. — Dijo Aida sin levantar la voz, pero lo suficiente audible para que la niña se callará.

La inspectora se introdujo en una de las torres abandonadas que suministraban electricidad a la explotación de la cantera.
En su interior solo encontró polvo en suspensión tras sus pisadas. En uno de los laterales de las paredes de cemento de la Torre, unas escaleras de metal oxidadas ascendían con muy poca sensación de estabilidad.
La niña seguía muda a la inspectora. Aida recorrió la pequeña ascensión a la parte que fue explotada por las máquinas en la montaña llenándose del terreno comido por el hombre.

Era impresionante como abandonaron todo allí sin importarles lo que dejaban atrás.

Junto a la inspectora un generador diésel oxidado y destartalado descansaba junto a una máquina con unas ruedas inmensas.
Aida se preguntaba que trataba de hacer mirando por aquella zona. La respuesta de su mente no se hizo esperar. ¡Nada!.

En realidad intentaba dar tiempo para sustraer algo que perteneciese a la pequeña. Una fibra de ropa, un pelo, algo. Pero el quisquilloso forense y David seguían junto al cadáver.

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