Capítulo 12

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Capítulo 12

Los abrazos entre familiares eran más cálidos que la propia temperatura que el protagonista del verano, el sol, podría brindar a cada centímetro de puerto.
Alicia se aferró a la cintura de su padre con fuerza. No le importó el olor a mar que desprendía y que otras veces le reprochaba. Arkaitz le acarició el cabello besándole en la coronilla.
— ¿Me has echado de menos pequeña?. — Preguntó volviendo a besar la parte superior de la cabeza de Alicia.
Nerea a escasos centímetros, miraba la escena como quien ve una película sintiendo la calidez del momento impregnarse en ella.
— ¡Hola Nerea!. — Dijo Arkaitz juntando a las dos pequeñas a su cuerpo. — ¿Que os parece si vamos a casa y comemos algo rico que haya preparado tu madre?.
Alicia separó la cabeza del cuerpo de su padre, cruzando la mirada.
— ¡No me digas que Marmitako!.
— ¿Como lo has sabido?. — Se sorprendió la pequeña.
— Tus ojos me lo han dicho chiquitina. — Dijo sonriendo.

Al llegar a casa, en lo alto del pueblo, el aroma embriagador del marmitako inundaba la casa. Arkaitz sintió crujir su estómago, pero antes debía darse una ducha y quitarse el olor como el salitre que llevaba desde antes de entrar a puerto impregnado la totalidad de su cuerpo.
— He llamado a tu madre y ha accedido. Te quedas a comer aquí si quieres. — Nerea recibió la noticia con alegría de la madre de Alicia.
— Todo queda dicho entonces. Me voy a la ducha y luego comemos en el balcón. ¿Os parece bien?. — Concluyó un sonriente Arkaitz.
— Pero antes. Ordenar la habitación. Que habéis dejado todo... ¡Ah!, y no juguéis con fuego. — Las dos niñas se sorprendieron ante las palabras de la madre.

A la mente de ambas llegaron las imágenes de lo ocurrido con la caja de música por la mañana, con la misma celeridad que se habían esfumado al llegar al puerto y ver al padre de Alicia.

Las dos pequeñas se refugiaron en la habitación cerrando la puerta tras de si. De pie, junto al cabecero de la cama, observaban las dos puertas de roble del armario abiertas de par en par. El cuaderno, con la página quemada sobre la parte baja de la cama y el ordenador y la caja de música sobre la mesa del escritorio.

— ¿Cómo han llegado hasta allí?. — Alicia se hizo la pregunta seguida de la respuesta. — ¡Mi madre!.

En el cuarto de baño, Arkaitz había llenado la bañera hasta casi desbordarla. Se metió dentro del agua templada mientras su mujer abría la puerta del baño.
Se acercó hasta la atenta mirada de su marido, quitándole la esponja que sostenía en la mano.
Comenzó frotándole la nuca, deslizándose el agua templada por la espalda, volviendo a unirse con el resto del agua en la bañera.

— ¿Que tal esta marea?. — Preguntó esperando el informe que siempre le daba.
Arkaitz miró a Garbiñe sin poder disimular lo que ocurrió en la última parte del trayecto a casa.
Antes de llegar a ese punto, le resumió la buena pesca que traían. Le dijo como habían subido por Francia sin detenerse hasta llegar a la altura del Reino Unido. La intención era llegar hasta cerca de escocia, pero la suerte o la agudeza de Iban, fue suficiente para encontrar un buen calado de merluza.
Llenaron las bodegas hasta casi reventar. Fue un trabajo duro de catorce horas sin apenas descanso, pero valió la pena.
Garbiñe no interrumpió en ningún momento la narración de su marido.
Pero ella sabía, con solo verle el rostro, que algo extraordinario ocurrió en algún momento de la travesía. No sabía si en el regreso o al partir.
Pasó la esponja por encima de los hombros, apretándola, dejando que la espuma siguiera la gravedad del planeta por el pecho de Arkaitz.
— Al regreso... — Hizo una pausa deliberada — Al regreso — dijo retomando el relato — a una hora y media mas o menos de tierra nos sorprendió una galerna. Nos cogió desprevenidos, y aún no sé como podemos estar en casa.

Garbiñe detuvo el avance de la esponja. Miró a su marido. Vio en su expresión miedo.
Por primera vez desde que se enroló en el Salve Maria, su marido pasó miedo de verdad.

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