Capítulo 10
El revuelo en la plaza del pueblo concentraba a miles de curiosos delante del bar. La madre de Alex, alertada por una vecina, se acercó para llevarse a su hijo en un estado lamentable.
Le sorprendió, como siendo una copia de su desgraciado padre, no protestó en todo el trayecto hasta casa. David, más alterado, tuvo que ser atendido por los equipos de emergencia que se personaron en el lugar. Siendo trasladado por orden facultativa al hospital de Mendaro con un trastorno nervioso severo.
Lo que quedaba del cuerpo, una masa de carne y sangre, seguía descansando sobre la entrada del bar, entre miles de fragmentos de cristales.
La joven inspectora de homicidios, salió del coche junto a su compañero, el cual ya estaba curtido en muchas batallas.
— ¿Estas preparada para un nuevo caso?. No sabemos que nos vamos a encontrar, pero según lo han descrito las primeras patrullas al llegar, solo se comenta que jamás han visto nada igual.
La joven e inexperta inspectora, miró a su compañero sin ninguna emoción que delatara el estado de nerviosismo recorriendo cada centímetro de su cuerpo, para deslizarse por sus piernas, firmes, pero gelatinosas.
— ¿Que tenemos aquí?. — Preguntó sin mirar al policía que custodiaba la línea entre el cadáver y la cada vez más amplia multitud de curiosos.
— No me lo explico. Es simplemente algo que no tiene explicación. — El Ertzaintza no quería volver la mirada atrás no fuese a volver a verlo.El inspector de homicidios lo entendió nada mas ver el lenguaje corporal del policía.
— Lleven más lejos este cordón policial. Que al final se nos echaran encima. — Dijo dejándolo atrás sin mirarlo.El joven policía, recién salido de la academia de Arkaute, como la inspectora Aida, se puso a ello sin necesidad que se lo repitiesen. Incluso sintió alivio de separase del amasijo de carne sanguinolento que descansaba aún humeante detrás suyo.
La sabana que lo cubría, posiblemente blanca en el comienzo del día, no dejaba un solo centímetro de tela sin teñir de rojo.
El inspector jefe de homicidios mandó levantar la sabana, impresionándose nada más ver lo que tenía ante sus ojos.
— Pero que le ha pasado a este, esto, o lo que sea. — Preguntó pidiendo una explicación sin recibir respuesta.
Trató de reconstruir visualmente un cadáver que estaba hecho literalmente puré sobre el suelo. Parecía que lo hubiesen pasado por una trituradora, para luego volcarlo al suelo como una masa de carne sin forma reconocible.
No supo, en un principio, donde se encontraban las piernas o la cabeza. Todo ello constituía una gran masa.
Aida, impresionada, dedicaba su mirada a lo que quedaba de aquel hombre o mujer. Trazó unas finas líneas entre los restos mentalmente, completando el rompe cabezas. Pero no dijo nada. Dejó que su jefe lo hiciera.Alzó la mirada y lo vio. Entre toda la multitud, uno de ellos, no era de este plano terrenal. Uno de ellos era lo que allí descansaba en el suelo.
Una mañana, con 7 años, descubrió su don, sin querer que hubiese llegado nunca, en un viaje junto a su madre, a una revisión rutinaria ginecológica al Hospital infantil de San Sebastián.
En la subida por el estadio de Anoeta, un autobús de la línea de hospitales, se llevó por delante a un motorista. Primero lo arrolló, tras saltarse el semáforo en rojo y después lo pasó por encima no dejando más que el casco intacto con la cabeza en su interior.
El tráfico permaneció parado hasta la llegada del juez para levantar el cadáver, después de retirar una de las ruedas del autobús que comprimían la caja torácica completamente destrozada.
Al otro lado, en una esquina del autobús, un chico miraba con asombro sin que nadie le dijese nada por estar tan cerca del lugar del atropello. A Aida esto le resultó intrigante, hasta que el chico se movió, descubriendo que su cuerpo, aunque sobre las dos piernas, presentaba un aplastamiento más que visible de toda la zona pectoral y aquellos ojos grises, tan grises como la niebla observaba con terror la situación.
Aquel chico, miró para Aida, sabiendo al instante que aquella niña le podía ver. Pero el autobús de refuerzo en el que Aida se dirigía a esa revisión pasó sin detenerse.
Le pareció oír como le llamaba, pero fue algo ininteligible.Después de varios casos, y años de experiencia con esos, llamémosle espíritus o aparecidos que solo ella veía, Aida trataba de ser selectiva.
No posó la mirada en el fantasma del difunto, simplemente se limitó a mirar en todas direcciones. Pero aquel hombre con ese brillo especial que tienen los que acaban de morir, la miraba con sus ojos grises fijamente.Aida dio la espalda a la línea de contención, volviendo a lo que trataba de hacer su jefe.
— Parece que lo haya aplastado un camión a cien kilómetros por hora. Y si no fuese porque la fachada está en perfecto estado, juraría que eso es lo que habría ocurrido.
Aida se adelantó un paso haciendo una observación a su jefe.
Junto al cadáver, lo que parecía la parte de abajo de una copa de vino, sobresalía del cuerpo.
— Es parte de los cristales que hay por todos lados. La tendría en la mano cuando lo que fuese lo redujo a esto. — Dijo señalando la masa de carne.Esperaron que llegase el forense para ver si daba algo de luz a lo que pudo ocurrir. En ese momento, Aida sintió un frío en la nuca seguido de una voz con un fino eco.
— Tú puedes verme. ¿Verdad putita?. — La voz de otro tiempo sonó clara y alta.
*************
Garbiñe, la madre de Alicia, sentía un impulso sobrenatural para hacer girar aquella palanca dorada. Algo le pedía a gritos que lo hiciese queriendo descubrir lo que escondía dentro de ella. Sus dedos, apretando el metal, no se podían contener más. Quería hacerlo, pero otra parte de su cerebro le indicaba que era una mala idea.
Sin saber porqué, Garbiñe, recordó las palabras de su hija en la cocina cuando perdió la caja al abrazarse después de dos años a Nerea.Volvió a ver la cara de su hija el día que Nerea se presentó en casa. Recordó cuando entró nuevamente en la cocina, después de ir con Nerea a la habitación, recorriendo con la mirada nerviosa cada centímetro de suelo.
Por su mente pasaban las imágenes como una película a cámara rápida y vio como Alicia se detuvo de vuelta a la habitación, después de recoger la caja que descansaba sobre el microondas, girándose y decirle con mirada expectante si la había usado.En aquel entones la respuesta fue no. Pero ahora... Ahora algo arrastraba por encima de su piel sus dedos.
En su cabeza, comenzó a sonar una melodía que no creía haber oido nunca. La melodía, tocada por una orquesta bien afinada, vencía a la parte de su cabeza que indicaba precaución.
— ¿Pero precaución por qué?. — Dijo en voz alta sentándose en la cama de su hija. — Si es solo una caja de música.
Lo decidió en ese mismo momento y giró una primera vuelta.
Una segunda; mientras en sus pensamientos pensaba que su marido estaba a punto de atracar y tenía el marmitako en el fuego,Tres vueltas.
La música impregnó cada esquina de la habitación. Se sorprendió al escucharla, siendo la misma melodía que hace un momento sonaba dentro de ella.
La tapa se abrió por completo, mientras la tira metálica con los agujeros pasaba por el motor en el centro.Cuando acabó, Garbiñe fue a cerrar la tapa sorprendiéndose con la numeración que comenzaba a salir del interior por la voz dulce de una niña.
Cuando acabó, la tapa volvió a su posición natural.Se dijo a si misma, que preguntaría a su hija sobre esos números, levantándose de la cama volviendo a la cocina.
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La caja
Mystery / ThrillerUn hombre extraño aparece en la vida de la pequeña Alicia. En una mano porta una pequeña caja de música con una manivela y un único botón. ¿Será capaz de sobrevivir a la presión que está por descubrir su cerebro de niña?. Precuela de la próxima obra...