Capítulo 30

28 3 9
                                    

Capítulo 30



Aida no se olvidaba de ese grito que corrió montaña abajo. Lo conocía bien. No se separó de la ventana hasta bien entrada la noche, esperando ver a la señora o lo que fuese aquello pasar nuevamente por debajo de la farola.
De puro agotamiento se echó sobre la cama percibiendo aún el olor de David entre las sabanas. Se abrazó a ellas, dejando que el sueño se apoderase de ella irremediablemente.
No tardó en viajar a ese otro mundo donde la felicidad transcurre sin percatarse de que todo puede cambiar. El cerebro tiene esos caprichos de pasar de un sueño agradable a una pesadilla atroz en décimas de segundo.

Aida se veía radiante junto a David. Se volvían a acariciar la piel desnuda antes de pasar a un juego de pasión que se les daba tan bien.

Sintió los labios de David humedecer los suyos mientras las manos recorrían la espalda descendiendo hasta el comienzo de las nalgas de la inspectora. David era todo un experto en recorrer su cuerpo a base de besos suaves dejando que su lengua se posase en las zonas erógenas provocándole espasmos de placer ante el esmero de su compañero.

El inspector la volvía a echar sobre la cómoda cama, recorriéndola despacio mientras recibía su sabor con cada beso, seguido de la lengua húmeda. El recorrido erótico hizo estremecerse a la inspectora apoyando su mano sobre la cabeza del inspector para que no se detuviese y completase el recorrido hasta donde ella lo necesitaba.
David jugaba con ella volviendo a ascender sin el impedimento de Aida, volviendo a comenzar el descenso por su cuerpo nuevamente desde sus labios.
El juego que proponía el inspector era excitante. Notaba como se le erizaba su piel sin retirar la mano de la parte superior de la cabeza del inspector.
Esta vez, volviendo a deslizarse por los pechos deteniéndose en no dejar un resquicio de los pezones rosados de la inspectora sin estimular. Parecía que llevaría el recorrido indiscutiblemente hasta la zona entre sus piernas.

Al descender nuevamente hasta su ombligo, el inspector trató de seguir jugando con ella para que luego estallase en un placer sin igual. Pero Aida está vez estaba preparada y no lo permitió. Hizo presión sobre su cabeza con ambas manos, no dejándole ni tan siquiera comenzar el nuevo ascenso.

David alzó los ojos, separándose por primera vez del cuerpo de la inspectora, aceptando la fuerza que ejercía Aida sobre su cabeza. Se dejó llevar continuando el descenso irremediable al lugar que le quería tener la inspectora.
Su lengua trazó el recorrido entre el ombligo y el clítoris sin llegar a completarlo del todo. Se quedó a unos milímetros del fino y delicado lugar de placer alzando nuevamente la mirada a su compañera.

— ¿Esto es lo que quieres zorra?. — La voz que recibieron los oídos de Aida no correspondía con el timbre de voz de David.

Aida cerró los dedos sobre los mechones de pelo que se desprendían de la cabeza que se encontraba entre sus piernas, arrancándose del cuello cabelludo mechones sucios para deslizarse entre sus dedos hasta caer sobre la cama y su vientre.

Aida trató de fugarse de su captor sin éxito.

Lo que parecían los brazos del inspector aferrados a la cara exterior de sus muslos, pasaron a ser dos pinzas verdosas acabadas en filo atravesando sus piernas, cerrándose por el otro lado de los muslos como garfios.
Aida estaba atrapada intentando zafarse de su captor sin éxito. La tenía completamente trinchada con aquellos brazos como arpones bien fijados a su presa.

La inspectora se balanceaba de un lado al otro de la cama arrastrando el poco pelo de aquella cosa junto con pedazos de carne arrugada del cuero cabelludo. Aquel ser solo se balanceaba ante las embestidas de la inspectora, sintiendo la lengua flácida y babeante golpear a ambos lados de sus muslos entre risas y palabras ininteligibles para la inspectora.

La cajaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora