Capítulo 33

28 3 4
                                    

Capítulo 33


Debajo del manzano los restos orgánicos no daban lugar a especulaciones. Allí se habían cometido los crímenes o al menos el segundo de ellos. Las niñas seguían atentas a los dos inspectores desde que llegaron a aquel lugar sin pronunciar ni un palabra.

El teléfono de David les sacó de las miles de pruebas que se depositaban ante ellos.

— ¿David?. — La voz de su compañero de promoción le sacó de la encrucijada en la que aún se encontraba su mente.
— ¿Quien eres?. — Dijo mirando a su compañera.
— Soy Alberto Goenetxea. — Se presentó sin dejar que el inspector contestase. — Estoy en la comisaria de Ondarroa. — David permaneció en silencio esperando que concluyese lo que tenía que decir.
— Hemos recibido una llamada inusual. Pero antes de avisar a la comisaria de Eibar, quiero que seas tu el primero en saberlo. En la llamada nos han comunicado algo sorprendente en la zona de las barracas de Mutriku. Hay un cuerpo descuartizado sobre uno de los bancos del parque superior. Se lo que me vas a preguntar. Y creo que si. La llamada parece real.

David colgó el teléfono sin despedirse, cogiendo a Aida por el brazo tirando de ella.

— ¿Pero que haces?. — Preguntó extrañada la inspectora soltándose del inspector con un leve tirón.
— Tenemos que bajar al pueblo. Ha aparecido un nuevo cadáver.

Las palabras del inspector cogieron desprevenida a Aida mirando todo lo que faltaba por catalogar.

— No te preocupes. Enviaremos alguna dotación para que custodie esta zona hasta que puedan llegar los de la científica. Pero lo que nos espera, a parte de exculparte, te sorprenderá.

Los veinte minutos que les llevaron hasta el coche caminando de regreso fueron suficientes para que las sirenas de las dotaciones de policía y ambulancia retumbaran por las montañas según descendían.
No iban a ser los primeros en llegar junto al nuevo cadáver. Eso estaba claro. A pesar de ello, caminaron a un buen ritmo.

Desde la posición del vehículo hasta el parque en la zona superior del pueblo les separó escasos dos minutos.
Allí se reunían los coches patrulla junto con una ambulancia, atendiendo a una persona en la entrada de las barracas.

Los inspectores avanzaron con el rotativo azul por la cuesta que desembocaba en la plaza principal del pueblo, dejando el vehículo junto al kiosko mientras dos compañeros de la Ertzaintza separaban a los curiosos detrás de la cinta policial en un perímetro mas que generoso.

Nada más apearse del coche, uno de los agentes acudió hasta ellos para ponerles en antecedentes.

— ¿Y bien?. — Preguntó David al policía que se aproximó.
— Es algo que no tiene explicación posible inspector. — Se excusó el Ertzaintza. — Deben verlo con sus propios ojos para comprender a que me refiero.

Los acompañó delante del kiosko salvando un pequeño muro con facilidad. Ante ellos un bulto permanecía tapado con una sabana completamente roja.
Desde el banco con lo que se suponía que era el cadáver, hasta el kiosko, un río de sangre que empezaba a secarse seguía el pequeño desnivel del pequeño parque.

Delante del banco, un par de objetos estaban ocultos por un par de lonas, como otro par hacían lo mismo en los costados del banco.

— ¿Y eso?. — Se interesó Aida señalando a los objetos en cuatro direcciones diferentes.
— Eso es lo que entenderán cuando lo vean. — Dijo aproximándose a las partes diferenciadas por las lonas.

Delante de ellos, en primera instancia, elevó la primera lona en la dirección donde los curiosos no pudiesen ver.
Al principio no se formaron una imagen clara de que se trataba aquello que se presentaba ante ellos. Era una especie de pata de jamón completamente retorcida y quebrada por diferentes sitios. Hasta que posaron sus miradas en las zapatillas completamente cubiertas de sangre.

— ¡Pero que cojones! . — Se sorprendió David.

El policía levantó la segunda de las lonas descubriendo nuevamente una pierna completamente destrozada en diferentes direcciones como la anterior. Pero en esta, algo descansaba junto a ella.
La cabeza decapitada de lo que parecía un niño con una expresión de terror.

— ¡No me jodas!. — Dijo el inspector volviendo la mirada a la sabana que descansaba sobre el banco.

De la parte inferior, gotas de sangre caían sin remedio, siguiendo las leyes de la gravedad cada vez con menos fluidez. Los inspectores sabían que era lo que se iban a encontrar debajo de aquella sabana completamente blanca.

— ¿Supongo que debajo de las lonas a los lados son los brazos?. — Aida realizó una pregunta retórica.
— Supone usted bien inspectora. — Contestó el policía. — Y eso es el tronco. ¿No es así?. — El policía volvió a contestar afirmativamente con la cabeza mientras David descubría el cuerpo.

— ¡La madre que me parió!. — ¿Pero nadie ha llegado a ver nada?.
— Si. La chica que está en la ambulancia. — Dijo el policía sin posar la mirada en el cuerpo desmembrado del joven.

Los inspectores se aproximaron a la ambulancia junto a las pequeñas cabinas azules de la empresa telefónica. Al lado de ellas, la ambulancia solitaria esperaba a lo que decidiese el facultativo en su interior.

— ¿Podemos hablar con ella?. — Preguntó David al sanitario en la puerta trasera de la furgoneta.
— Está en estado de shock. Pero déjeme un segundo. Lo consulto con la médico. — Se excusó introduciéndose en su interior para volver a aparecer unos segundos después.
— Le han suministrado un calmante. Pero la doctora les permite unos minutos. Procuren no alterarla.
— Hola yo soy el inspector David y ella es Aida. — Se presentó el inspector ante la doctora y la atenta mirada de la chica tumbada en la camilla. — ¿Que es lo que ocurrió?. — Preguntó sin cortapisas ante el poco tiempo que se les permitía.

La chica tragó saliva, mientras la doctora le acariciaba el brazo.

— Ese chico llegó y se sentó en el banco con una bolsa de pipas. Es un pequeño muy conflictivo, como su padre. — La chica hizo una pausa tragando nuevamente saliva. — Como su difunto padre. — matizó.

— Su padre murió hace unos días en la plaza del pueblo aplastado como una albóndiga. — Los inspectores comprendieron a quien se refería dejándola continuar con el relato. — Se quedó mirándome fijamente. No era la primera vez que sustraía algún artículo del kiosko y intenté seguirle con la mirada a pesar que me sentía amenazada.

Pero aquella mirada no iba dirigida ni a mi, ni al kiosko. Aquella mirada estaba perdida en algún lugar lejos del parque. Elevó los brazos y vi como se empezaban a retorcerse en diferentes direcciones. Luego perdí el conocimiento.

La chica estaba a punto de romper nuevamente a llorar. Se contuvo bebiendo un poco de agua de una botella que le ofreció la doctora.

— Al despertarme, el revuelo delante del kiosko era enorme. Había gente vomitando completamente pálidos. Los feriantes ayudaron a tapar los restos del joven y yo solo vi aquella cantidad de sangre correr desde el banco frente al kiosko hasta mi. En ese momento volví a perder el conocimiento hasta que desperté en el interior de esta ambulancia.
— ¿Está diciendo que el chico estaba solo ante usted y comenzó a despedazarse por arte de magia?. — David no lo podía creer.
— Eso es lo que le digo. — No se que es lo que ocurrió ni como. O si esto es una obra divina. Pero ese niño comenzó a retorcerse el solo sobre el banco. Llámelo justicia divina. Llámelo como quiera. Pero es lo que ocurrió. — La joven comenzaba a alterarse.

— Déjenla por favor. — Dijo la médico invitándoles a salir de la ambulancia.

En el parque, a la espera de la científica no había mucho más que hacer. Junto al cuerpo, un busto fantasmal del joven descansaba con la cabeza a un lado sobre la madera observando el ajetreo de policías entorno a el.
Aida lo vio con claridad, aproximándose con dedicación hasta el joven.

— ¿Que te ha ocurrido?. — Le preguntó sorprendiendo a Alex.
— ¡Es que no lo ves estúpida!. Me han separado a cachitos. — La actitud del crio no sorprendió a la inspectora.
— Eso ya lo veo alcornoque. ¿Pero quien fue?. — Aida volvió a insistir junto a un David en silencio no viendo más que la sabana ensangrentada al lado de la inspectora.
— No lo sé. Algo en mi comenzó a deslizarse por mi interior hasta que me partió en cachos.

Aida no entendía esta nueva situación volviendo a intentar repetir la pregunta.

— ¡Que no lo sé pedazo de guarra!. — La contestación de Alex cambió el rostro de Aida dejando atrás el espectro de aquel crío.

La cajaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora