Las lluvias finalmente cesaron tres días después desde la primera noche. Ahora el barranco era una pista lodosa y los estorbos de la avenida se convirtieron en lagunas para millones de seres imperceptibles para los ojos cualquiera. Todas las cubetas colmadas de agua pura, fría y fresca, y el pasto, flores, y cualquier cosa que dependiese de la tierra, ahogadas jubilosamente. Por tres días dormí en la cama de la biblioteca. Por tres días me enderecé como una aguja. Por tres días apenas comí y bebí.
Al cuarto, cuando nada caía en el techo, me senté de costado y esperé a que alguien pasase y me revisara. Fue Jeonghan la única persona que en esos tres días había pasado y el cuarto no fue de soslayo. Ahora, más abrigado que nunca, me traía un caldo de verduras en un pocillo de greda que, nuevamente, los muchachos se habían robado de las casas abandonadas. Pero las particularidades del presente se pegaban como musgo en él, como fango en la ropa que caía. Debido al largo de su cabello, comenzó a amarrarlo con ramas maleables que se aferraban a sus hojas y flores, dejando un par de mechones en los laterales de su frente cuyas líneas del ceño finalmente se notaron. Ahora echaba su cabeza hacía atrás y el cuello se contraía para revelar detalles masculinos que nunca conocí. Y parte de su torso había ampliado el espacio que usaba para usarse.
Se sentó a mi lado, pero esa sorpresiva impresión nueva me hizo creer torpemente que había estado echado por tres años y no tres días.
—Ten —me ofreció el caldo—, que te hará bien.
—Gracias.
Al recibirlo sin darle importancia a su ademán, se acercó para corroborar que mi salud era adecuada para estar despierto. Se sentó de rodillas en la cama, a mi lado, y como un roedor metió sus dedos en mi cabello y en los alrededores de mi cabeza, y los quitó cuando el impacto de su tacto me había anonadado tanto como el de una bala. Yemas callosas y una cintura más endurecida, una pelvis gorda, una simpleza para realizar las acciones más detallistas y un desinterés drástico en su atención por mí, como si eso que tanto recordaba pero dejaba quemar como carta en el fuego también tuviera el mismo sentido en él, algo tan fútil pero a tajadas y no evolucionado. Y como mi orgullo y arrogancia era de lo poco que conservaba intacto, jamás tuve la valentía de mencionar siquiera una huella del tema, pues lo hallaba innecesariamente amargo.
Ahora su cara me era un reflejo tan humano, todo lo que él contradecía naturalmente.
—Jihoon y yo estuvimos alimentando a los caballos y poniéndoles ropa. Dice que lo mejor será escapar de acá tan rápido como se nos dé la oportunidad.
—¿Quieren que huyamos de acá sin planificarlo? —pregunté intranquilo—. No está bien. ¡Hay gente que también necesita huir de acá!
—Jihoon está articulando un plan. Por favor, no estés así de alterado por lo que acabo de decir. Créeme que todo saldrá bien. Ahora, si no es mucha molestia, bebe el caldo, que Sofía y Minghào fueron en busca de frutas que están creciendo nuevamente en unos pocos árboles sobrevivientes. Hansol y Junhui no han dejado de trazar mapas en unas hojas en blanco que hallaron por ahí. Jihoon y yo estábamos hablando con unos pueblerinos que podemos salvar de acá.
Bebía caldo mientras lo miraba, porque lo que decía no me implicaba relevancia. El caldo sabía a ningún sabor intenso pero se sentía tibio como un té. De repente dejé de beber y me enteré de la manera más desmañada que lo había terminado. Jeonghan me retiró el pocillo y con su pulgar mucho más áspero, o áspero propiamente dicho, retiró también el sobrante que se resbalaba desde mi boca hasta mi mentón, sin nada de la meticulosa paciencia que lo caracterizaba. “Ya veo que no estás en tu mejor ánimo”. Me abrazó y me llevó a reposar entre su hombro y su pecho cuya agitación jamás sentí. Pero por mi cuerpo fluía una sustancia que turbaba mi sangre. “No conozco a este sujeto”, pensaba con rumores estridentes en todo mi cuerpo pero que jamás lo sacudían. Estaba horripilado, como si reposase encima de una roca glacial en medio de la nada.
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La Voluntad De ORFEO • JeongCheol
Fanfiction[En emisión] Cuando pasan las primaveras entre los lugares más templados, la paz vuelve a la soberanía, como siempre debió ser. Podrán pasar años, pero no será posible olvidar lo que fue a primera vista, la primera primavera. Cada mañana se iba a bu...