veintisiete:

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Luego de una lluviosa noche como las que solía escuchar en mi casa, acostado en mi cama, en mi pueblo, siempre tenía el cuerpo deseoso de sacarlo. No obstante en este lugar no hay mucha emoción en salir y la gente prefería no hacer ruido, hasta no hablar. Pero yo no era parte de ellos. Así que agarré unas botas que le compré al viejo en cuatro cuotas semanales, forradas de una piel similar a la de ternera, un abrigo hecho con piel de ternera que le pertenecía a mi abuelo y mi sombrero. Salí y fui al pasto, muy dentro de este, ya que Jeonghan, con atuendos similares, solamente que sin sombrero y sin poseer el porte necesario para ajustar toda la ropa que tenía puesta, ya se hallaba ahí junto a Aristóteles y la bandada.

-¿No te parece esta la mañana más hermosa que hayamos vivido acá hasta el momento? -me preguntó mientras miraba el cielo.

-Tienes toda la razón.

-Aristóteles también piensa lo mismo. No ha parado de relinchar de alegría.

Miré al caballo y se me acercó para que le hiciera cariño. En eso Jeonghan miró algo metros más alejados de nosotros; lo supuse por la seriedad de su mirada. Su mirada es generalmente coqueta y risueña, así que algo fascinante le hizo reducir esa dosis de ternura por un instante. Fue hacia donde estaba observando y se agachó para tomarlo en sus manos. Mientras eso ocurría yo no me turbaba ni movía del lugar como si el calor más refrescante de todos me cayera encima, cuando lo miraba tocar un poco de pasto con sus manos, o cuando una mariposa aterrizó en su dedo y le expuso una sonrisa demasiado ancha para el insecto que se incorporó nuevamente al aire. Giré para revisar a Aristóteles, pero Jeonghan me llamó mientras regresaba conmigo.

-Mira lo que encontré -dijo con sus manos ocultas detrás de su espalda.

-¿Qué es?

Tenía una hermosa Mugunghwa en sus manos, poco recurrente en mi pueblo. La colocó en el ribete de mi abrigo y me besó la nariz antes de reunirse con Aristóteles y parte de la bandada. Los besos, ahora, solo se acostaban en la nariz y no eran muchos. Supongo que él está enterado de lo vulnerable que era mi fuerza ante su cariño, pero no creo que entienda lo mucho que me esmero en retener en algún postigo de mi corazón las tantas cosas que vienen a mí cuando se me acerca o me ve. Fui con él, pero desde el cielo mi atención fue arrebatada debido a que el pajarito mensajero regresaba de su trabajo con una carta entre sus patas. Tan pronto como la arrojó en mis manos saqué unas semillas de mi bolsillo que aún conservaba en cualquier abrigo que tenía y las arrojé a un lado, mientras que arrojé otras pocas al otro extremo para el resto de la bandada que muy celosa es.

-¿Cómo no te aburres de las mismas semillas? -le preguntó Jeonghan cuando se acercó a la ave. La ave le responde-. Oye, no seas insolente. Solo es una pregunta.

-Jeonghan, no creo que la dieta de las aves sea tan variada como la nuestra.

-Pues Aristóteles sí come otras cosas además de bichos y semillas. No es tan aburrido a la hora de la merienda.

-Jeonghan, tú solo le das azúcar y fruta. Algún día de estos Aristóteles estará tan gordo que no podrá cabalgar.

-¡No está gordo! Solo mira lo feliz que es comiendo pasto.

El caballo se percató de que era nuestro tema de conversación, se acercó y nos exigió caricias a ambos.

Entramos a la casa luego de que las nubes aumentasen su velocidad y me senté al frente de la mesa para leer la carta de Dino.

La Voluntad De ORFEO • JeongCheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora