sesenta y dos:

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Mi nublado sentido de la orientación no había madurado lo suficiente como para arrancar yo solo de mi entorno. Eran incontables las vueltas y deseos de despertar en la mañana de algún día muy pasado que he dado, no tanto como los dolores que sigo aguantando después del miedo tan tétrico que viví. Podía mirar las estrellas y aunque hace tiempo tenían un significado milagroso, ahora presentía que caerían sobre mis ojos... "No tengo familia".

Me detuve en un callejón sin salida, uno que no conocía y, con la noche tan honda que yacía encima del pueblo, me rendí. Pero no sabía de qué, porque arranqué de la avenida sin un propósito real. Pensé que se iría construyendo mientras corría, pero ahora que me hallaba agotado no había propósito por el cuál ocultarme. ¿Qué había hecho para merecer esto? Mientras esa respuesta seguía sin palabras, el viento helado entraba por mi nariz y me hacía estornudar con ferocidad. Quise morderme la boca y obstruir mi nariz para no inquietar el oído de algún soldado.

Fui a sentarme al extremo, echado sobre la pared, muy fría como un glaciar, a esperar a que los soldados se rindan antes que yo y así arrancar de la mentira y la muerte que hostiga al resto de pueblerinos. O tal vez sea hallado vivo, adormecido por el frío, y asesinado sin notarlo. Sería la mejor forma de morir ya sabiendo lo que me esperaba quedar vivo. Experimenté espasmos de frío en la espalda y rápidamente se expandió en mi cuerpo como se expande el humo provocado por una fogata. Lo que daría por una fogata ahora mismo.

No iba a llorar otra vez; no quería, no solucionaría el dolor que me aflige. Pero retener las lágrimas era peor. Asimilar mi vida ahora requería aceptar que tuve una familia de mentira, que yo fui su juguete, que la casa en la que crecí fue construida para encerrarme y fabricar cada uno de los integrantes y acontecimientos que me llevaron a creer que todo sea verdadero. Era mejor pensarlo así.

"¿Qué les ocurrió a mis papás?". Me preguntaba si tenía hermanos y abuelos de verdad, gente a la cual llegar.

Pero cuando más divagaba en lo que significaba tener una familia, más me oprimía mis recuerdos. Porque me era insuficiente saber la realidad de mi existencia frente a lo que es mi existencia. Porque cerraba mis ojos y los veía a ellos en cada espacio de oscuridad. La oscuridad en mis descansos no existía pero ahora no había sueños sino material real que me jala del presente para presenciar como testigo lo que hizo de esa mentira una vida para mí.

Y volví a llorar, pero resolví morder mi brazo para tragarme el ruido y el sollozo. Después me arrepentí al notar el ardor, el dolor y el frío en una sola combinación. Resolví esta vez en arrinconarme y cubrirme con la oscuridad que, estando en todos los lugares, era más protectora en los rincones. A la vez reiteraba las mismas divagaciones y más enfermo me sentía, solo que esta enfermedad no tiene tratamiento más que ser fuerte, y eso es algo que, por experiencia, sé que no soy. No soy fuerte y no conozco caminos para hacerme más poderoso, porque el que conocía resultó ser engañoso.

"Quiero a mis papás, a los de verdad". Ya las lágrimas no sabían a nada cuando las probaba con la lengua. Es muy exótico llorar por un dolor que ha mutado en el último instante, por algo que no es culpa de uno. ¿Para qué nacer si no estarás con quienes te hicieron? ¿Por qué no me llevaron? Igualmente hubiera preferido morir en los brazos de mi madre en vez de enfrentar lo que de culpa no tengo. Morir en la verdad es mejor, es más sano, más reparador y uno fallece sin deber explicaciones a nadie, y también no las recibe. Uno muere con paz y agradecimiento, pero me tocó seguir viviendo con el pavor más adiestrado que nunca.

Arriba de mí, como si existiese color capaz de penetrar la oscuridad y la noche en pleno apogeo, acercándose como un trovador volador, un pajarito descendió en mis pies con algo agarrado en su pico. Caminó tan tranquilo como si no fuese mayor fuerza el trasiego. En mis manos tomé lo que el ave me entregó y antes de regresar a los aires, me cantó y me rascó la cabeza, tal vez por instinto o porque entendía parte de las expresiones humanas. Se fue igual de aliviado que antes y volví a la soledad. Tomé con ambas manos el sombrero cuyo aroma no fue modificado ni por viento ni lluvia, ni frío ni calor. Ese olor a mi vida, lo que me llevaba otra vez adónde no quería retornar, pero entraba contra todo deseo de desaparecer el cariño. Los deseos no bastan.

La Voluntad De ORFEO • JeongCheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora