sesenta y siete:

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Con una ligereza sobrenatural, el japonés que le apretaba los huesos a Dino aterrizó a la quietud. Finalmente se decidió en gruñir, en manifestar su vida con inhalaciones habladas como un conjuro, presuntamente muy propias de él, pues Dino jamás había escuchado a alguien vivir de semejante forma tan tenebrosa. "¡Bájalo o te mataré!", gritó furioso el intruso que tenía la osadía de desafiarlo... Una furia conocida, algo que taladra al japonés pero que mientras más profundo perforaba su orgullo más incisivo se reponía, como si su maldad fuese lo vital en su sangre. Gélido y humeante, rotó tres veces, sacando todo lo que fuese obstáculo en su cara, revelando un gesto de comprometedora ambición, como si estuviera preparándose para atacar. Ahí lo vi... "¡Seungcheol!" era lo que Dino quería gritar cuando un parpadeó húmedo supo que ese cuerpo y esa postura era de su hermano cada vez que su vida requería de cualidades físicas. Llevaba fierros enormes en ambas manos haciendo la labor de espadas. Los pesqueros se ubicaron para defenderlo, con sus redes, arpones y demás artefactos propios de ellos. Todos estaban molestos, en especial Seungcheol.

Cuando los pesqueros caminaron con ademán de muerte, el japonés, más listo que malo, se les acercó también, como un engreído que conoce los límites de los demás, pero desconoce de los suyos. Intrépidos, los pesqueros corrieron abriendo la red que había degollado a tantos peces, intuyendo que la cabeza del japonés sería parecida a la de un pez. Pero Dino seguía bajo su poder. Era como si ninguno pudiese verlo, nublados por el odio hacia los japoneses. Dino, bajo el instinto de supervivencia, sacrificó su indolencia y abrió la boca, levantando su cabeza, adivinando que el japonés había concentrado su fuerza en su mente y no en sus brazos, y mordió su codo, y gritó cuando la mano cobró facultades propias de un cerebro y trató de romperle la dentadura, volviendo a apretar su cabeza contra el huesudo corte del japonés. Uno de los pesqueros se adelantó y, viendo que el extraño sujeto solo veía por la espalda cuando era perceptible, alzó un arpón y se lo clavó en la pantorrilla derecha. La carne gritó y, luego de retirar el arpón, el japonés se balanceó, pronosticando una caída irreversible. Pero así como un árbol sin savia, la carne no derramó ninguna gota de sangre, como si estuviera seca por dentro; como si su cuerpo fuese pura sangre sólida.

No hubo caída, y el japonés, más áspero que antes, se posicionó esbelto sobre su pierna libre de dolor, mientras dejaba a la otra aliviarse. Parecía, juzgando por su resuello, que el dolor nunca le retrocedía las misiones.

Seungcheol intentó llegar hasta Dino, pero ninguno de los pesqueros se lo permitía, y Dino, llorando y temblando de frío, rogaba por silencio aunque nunca lo expresaba. Se sentía traidor y culpable del calvario.

—¡Ríndete! —lo cogió del brazo y lo sacudió, sorprendido de lo liviano que era.

—No —dijo con una profundidad digna de un cuerpo sin órganos, pura cavidad.

De su bolsillo sacó una pistola demasiado pequeña como para no confundirla con una de juguete. Uno de los pesqueros parecía burlarse de tal maniobra pero otro, más escéptico, le dijo que era de verdad y que más les valía cuidarse, que subestimar el tamaño de un arma es una infamia letal.

Lo que nadie vaticinó fue la audacia del japonés. Él sí calculó las futuras movidas de los pesqueros y Seungcheol, y sintiendo el agotamiento de Dino, lo tiró a sus pies y lo apuntó con el arma. Dino apenas hablaba, realmente parecía un cadáver. Seungcheol nuevamente trató de romper los brazos de los pesqueros, sin forma de mermar su cólera, tras ver a Dino con la vida drenada y a segundos, presumiblemente, de fallecer. Dino no abría los ojos por voluntad, y también se había mutilado la audición, todo para no percibir ningún lamento a su alrededor. El pasmo que vivió le era muchísimo para su edad. Pero por dentro seguía trabajando sin descanso y se le afligía la poca esperanza que tenía de resistir hasta el amanecer, consumido por el frío y la rigidez.

La Voluntad De ORFEO • JeongCheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora