treinta y cuatro:

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Apenas el sol se encendió sobre el cielo con tonos rojizos y amarillos, pero sin ser totalmente anaranjado, las orquestas de disparos hacia el cielo comenzó. Debido al boche, Jihoon se levantó corriendo, frustrado, pero eso le dió motivación para adelantar preparativos para la fuga. Yo me levanté a la media hora y lo ayudé con el delicado tema de los libros y revistas. Jihoon tenía una torre de estos escondida en un hueco que le hizo a la pared, detrás de un cuadro.

-Esto es más caro que el oxígeno -me dijo mientras abría uno de los libros-. Hay desde cartas de infiltrados en La Orden hasta recetas de última urgencia. Sin esto no hubiese sobrevivido a nada.

-Son muchos.

-Sí, pero son importantes.

Los echó todos en un mismo saco.

En la última hora de preparación, por eso de las siete, cuando el sol ya estaba completo, aunque seguía tímido con su grandeza, nos quedamos apoyando la protección de los caballos. Los alimentamos con bastante fruta y heno y Jihoon, solo y sin ayuda, les cambió las riendas y las probó, jalando de ellas para confirmar que su resistencia no fallaría ante calor ni frío.

-Iré por el último saco que queda. Ustedes alístense, porque el frío no tendrá misericordia de nosotros.

-Claro -le dije con una sonrisa-, ve con calma.

Ya a solas, Jeonghan sacó uno de los abrigos que tenía guardado en el saco de las prendas gruesas y se lo colocó, pero dándome la espalda. De hecho, no me ha visto fuera de choques involuntarios o necesarios. Me había estado esquivando desde la mañana. No despertó cuando yo lo hice, y lo había intentado hacer besándolo por todo su largo, de frente a rodillas, pero nada. Ni el frío que debió sufrir cuando lo destapé y lo acaricié, desnudo, lo molestó. Bajó varios minutos después, vestido de forma muy recatada. Pero ya estábamos solos. Ya que tenía que abrigarme, fui a su lado para agacharme, tomar el saco más estético que había y ponérmelo. Ahí seguía la Mugunghwa que Jeonghan me regaló hace un par de semanas.

-Mira, Jeonghan.

Él volteó la cabeza y, al mirar la flor, no gestionó más que una sonrisa muy sintética para mi gusto.

-La Mugunghwa sigue intacta.

-Sí.

No estaba en el momento más seco de mi vida como para recibir los restos de su cariño. No iba a tolerar esa resequedad de sus palabras. Lo abracé por detrás y presioné su cintura con mis manos. Mis dedos comenzaron a rascar su abdomen y mi mentón fue a descansar sobre su hombro. Jeonghan estaba helado y con su corazón cada vez más alborotado como el mío.

-Escondí el saco con libros de Jihoon en otro lugar -le susurré-. Tenemos mucho tiempo a solas, Jeonghan. Oh, Jeonghan -besé su cuello-, dime algo, por favor. No puedes estar mudo toda la vida. Explícame sobre lo que has dicho anoche. ¿Estabas casado? ¿Eso te impide amarme?

-Seungcheol, estoy cansado.

-No me llames así, por favor. Usa el apodo que me has regalado ayer: "Cheol". Quiero escucharlo de tu boca.

-Cheol -susurró apretado y nervioso.

-Así, con tu adorable voz. Quiero verte a los ojos y escuchar tu dulce voz.

Lo giré por los hombros y lo acerqué a mí rostro desde su nuca. Lo besé las veces que él me permitió. Luego trató de liberarse pero no lo dejé apartarse de mi lado. Desde la última noche que sentía unas ganas de replicar lo sucedido en los días, pero vestidos. Tiempo más adelante, Jihoon regresó. Ya había soltado a Jeonghan cuando, antes de dejar de ser solamente dos en el establo, lo había desnudado un poco para besarle el torso y el trapecio.

La Voluntad De ORFEO • JeongCheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora