veintiuno:

52 9 5
                                    

La mañana de hoy no estuvo tan nublada como las anteriores, el amanecer sí parecía uno auténtico. No sé ustedes, pero me gusta el calor. Mi piel, al contacto con el sol, se alegra, las arrugas sonríen. Por eso, cuando estoy alegre, tarareo un poco cuando camino. Fui por el pan y fui atendida por Seungcheol quien no dejaba de bostezar; siempre me pareció tierno. Luego llegué al puerto para pagar por el pescado que había encargado con anticipación ayer, y así pude llevarlo conmigo a casa. Me tocó uno pesado y carnoso. Lo abrí y le quité el esqueleto. Por alguna habilidad que nunca supe de dónde obtuve, podía sacar las espinas sin pincharme los dedos con ninguna.

Dejé el pescado sobre una tabla que había limpiado y lijado previamente, bebí un té de hierbas desintoxicantes, preparé fuego en la pequeña estufa de hierro que tenía a una esquina de mi habitación, tosté pan y derretí queso en una sartén y me lo serví. Prosigo en quitar el polvo de todos los libros, como todos los días, con una brocha de arqueología. Ahora era más importante, ya que el forro de los libros de La Orden de un rojo intenso al vivo estilo de la sangre era una distinción entre lo poco que me han dejado conservar.

Poco leí de esos libros, porque esas pocas páginas me gritaban los miedos más traumatizantes que cualquier joven podría experimentar. Sé japonés muy fluido. Mi padrastro era un japonés asqueroso y vicioso, uno que pocas veces se duchaba y muchas veces se desquitaba conmigo, pero lo ignoraba cuando no había sangre de por medio. Para eso, salía de casa a los callejones, ya que a mi madre no le importaba lo que yo estuviera haciendo o cómo me hallaba. Ella estaba locamente enamorada de ese nefasto ser que fue un soldado japonés, pero fue despedido por su ineptitud. Ni idea qué le veía. Tampoco sabía nada de mi padre, ella nunca me dijo algo.

Durante cada huida iba a una librería desaliñada tanto por fuera como por dentro. El toldo de la entrada tenía agujeros y la puerta no podía cerrarse. Los libros en ese lugar eran acumulados por los soldados en sacos cosecheros, y algunos terminaban en bolsas de basura entre los callejones. De vez en cuando robaba algunos y me los llevaba a mi habitación para leerlos. Si yo sé leer fue por un talento, ya que mi madre apenas me ayudaba a comprender el significado del simbolismo. Nunca fui a la escuela porque no había, así que todo lo aprendí leyendo de esos libros. Algunos los pude conservar hasta el día de hoy y otros se desintegraron con agua de las goteras, o mi padrastro los echó al fuego.

De ese asco que le tenía surgió un deseo de escribir y poder explorar mi propia vida de formas tan creativas. De hecho, estuve a no mucho de completar una historia similar, pero mi padrastro encontró el cuaderno que estaba usando para crear mi historia y me violó. El maldito no me embarazó, olía asqueroso y se reía como un muerto lo haría. Solo le hacía falta la caída de su mandíbula para sentirme aterrada de saber que existe. Debido a eso todo lo que escribía lo escondía en la librería. Pensé en vender algunos cuentos cortos, pero pocos fueron intercambiados por pocas monedas y renuncié rápidamente a mi aspiración. No dejé de escribir, pero la depresión llegó a mi vida cuando el hambre, la inmundicia de mi padrastro y la ceguera de mi madre era lo que me criaba.

Poco tiempo después mi padrastro falleció. La última vez que lo vi estaba teniendo sexo con mi madre en el sillón de la sala, mientras le gritaba y la golpeaba, y mi madre lloraba, pero no hablaba. Tal vez la estaba violando, aunque poco me importó, ya que no me escuchó cuando le dije que ese hombre quería darme un hijo suyo con sus mismos dientes afilados y amarillos, cabello seco como el pelaje de un animal sucio y cuerpo delgado y feo. Murió de un infarto.

Mi madre falleció por desnutrición, ya que había abrazado la cerveza y el vinagre tras la muerte de su pareja. Muchas veces le exigí control, pero no hizo caso y dejó de importarme. Lloré cuando la encontré sin vida en su cama, pero la sentí como tristeza heredada.

La Voluntad De ORFEO • JeongCheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora