veinticinco:

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Escribí la segunda carta para Dino y la enrollé como en la primera vez, la amarré con la misma lana roja y se la entregué al mismo pájaro de la bandada, quien me esperaba de pie en la ventaja, rascando su plumaje con su pico, debajo de las alas y sacudiendo su cabeza. La agarró y se despidió dando una vuelta alrededor de mí. A veces sentía que podía hablar con los pájaros.

-¡YA LLEGAMOS! -Jeonghan abrió la puerta bruscamente.

-Mierda -dije sobresaltado..

Jeonghan se había mejorado hace unos pocos días, dos días después de la incidencia.

-No seas grosero -dijo entrando con Aristóteles, sujetándolo de sus riendas con su mano izquierda y sujetando una canasta nueva que le compramos al viejo con la derecha.

-¿Qué tal el agua y el pasto?

-Fresco y dulce, justo como le gustan. Pero eso no fue todo. ¡Adivina quién pescó cuatro enormes peces de río para el almuerzo!

-¡¿Peces de río?! -corrí para agarrar la canasta y olerlos-. Sí son de río; bueno, aquí hay un río. ¡Hace mucho que no como peces de río!

-Yo los cocinaré -me quitó el canastillo-. Como nada me ha salido horrible, tengo la confianza necesaria para preparar el almuerzo.

Aquella felicidad algo arrogante me despistó de su nulo conocimiento en la cocina, pero no podía quejarme, ya que yo no quería cocinar y ya estaba aburrido de comer lo que el viejo ofrecía casi a diario. Así que para sentirme útil, fui al río con dos cubetas, ya que desde esa tarde no ha caído agua. Las colmé de agua y ahí mismo en la orilla sumergí mi cabeza. Debajo del agua sentía que mis preocupaciones flotaban, se despegaban de mí, y un pez se las vendría a tragar. Desde esa noche Jeonghan no se me ha hecho tan común; nunca lo fue, pero la palabra común está a leguas de su nombre. Pensaba en qué había sucedido con su luz, si el paso por este suelo le había atenuado su extrema diferenciación de la demás población. Tampoco se me ha ido su espalda en mi camisa.

Cuando lo ayudé a retirar mi camisa de su rodilla, sus piernas estaban destapadas de cualquier prenda y reaccioné ante su silueta tan delicada como la de una dama. Nunca he visto a una mujer desnuda aunque lo he deseado por muchas noches. Pero me sentía errático suponiendo que Jeonghan era una, porque también vacilaba en que no era una mujer ni se comportaba como una.

Esos temores se hinchan hasta que no lograba contener más la respiración.

Había llegado y él ya estaba sirviendo la comida en los platos que, sí, le compramos al viejo. Tal vez deberían asumir que toda la losa y cubiertos se las compramos al viejo.

-¿Quieres más? -me preguntó.

-¡Sí! -agarré el trozo del plato más grande que dejamos en medio del cobertor-. ¿De verdad no quieres más pescado? Solo has comido un trozo y yo voy por el cuarto.

-Es que...

-Es que... -me eché un poco a la boca.

-No me gustó.

Casi me echo de espalda

-¡Pero si tú lo preparaste!

-No dije que todo me quedase bien. Pero me alegro hallar algo que no volveré a cocinar jamás. Me quedaré con las ranas asadas.

No agregué nada y él tampoco.

[...]

Las entregas nos exigieron el doble de trote desde que Diciembre empezó hace tres días. La gente, tal vez por apuros importantes o por un placer extravagante de vernos suspirar con los labios entreabiertos, pedía mucho y nos ofrecían hasta el doble por demorar una cantidad de tiempo determinada. No solo trabajamos las piernas, también nuestro reloj cerebral, y con aquello nuestros cofres de madera comenzaron a rellenarse como un pavo para una numerosa familia.

La Voluntad De ORFEO • JeongCheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora