cuatro:

85 18 16
                                    

La última semana estuve con Jeonghan más tiempo de lo poco acostumbrado, pues tenía la curiosidad más palpitante que nunca. Siempre decía que iría a la biblioteca, cuando, en realidad, caminaba junto a él por los rincones más frescos del pueblo. Un día me preguntó por qué las personas usaban carretas, animales de carga y a dónde iban, a lo que respondí que era para hacer entregas. Al ser un pueblo pequeño, todos vendemos para todos y nos ayudamos entre sí.

En una hermosa tarde nublada, lo invité a una colina que se ubicaba justo atrás del pueblo, precisamente atrás de la iglesia. Cuando llegamos a la cumbre, se asombró por el pueblo tan pequeño, pero hermoso que tenía a sus pies, de esos que con sólo dos pasos ya conoces las mentiras y culpas de cada habitante.

-¡Muchas gracias! Me encanta esta vista.

-Espero que puedas empezar a reconocer partes del pueblo y no perderte.

-Eso espero también. -me pegó una mirada de gratitud-. Estoy un poco aburrido.

-¿No te divierte esta vista?

-Mejor vayamos a jugar, ¿sí?

-¿A qué quieres jugar?

-¡Vamos a echar bromas a los pájaros!

Debido a su comportamiento y a los acontecimientos más milagrosos, no le había mencionado nada a mi abuelo ni a Dino sobre su existencia. De paso, tampoco se enterarían, pues mi abuelo siempre dormía o trabajaba, y Dino pasaba parte del día en la escuela. Tampoco se enteraba ni por mis gritos ni corridas, ya que sabían que yo jugaba muy a menudo con los animales, en especial con las cabras y becerros.

Pero me preocupa que las personas del pueblo lo tuvieran en la mira, aunque muy pocos me veían junto a él caminando por las calles. Para muchos, Jeonghan era sólo otro joven que no habían visto nunca, así como lo podría ser yo, Mingyu, Jisoo o Wonwoo, o cualquiera. Ni mi abuelo ni Dino ni nadie se acercaba a la pradera, sólo yo, o eso pasaba desde hace cierto tiempo, desde que el trabajo fue mi deber principal, desde los doce años. Nadie ponía un pie porque no tenían razón, y porque habían más lugares verdes para estar, y agregando la existencia de un barranco mágico de varios metros.

Después de mostrarle otro enfoque del pueblo, Jeonghan toma súbitamente mi mano y me llevó a su campo de manera apresurada, entrando desde el extremo oeste de la pradera. Nos tiramos en el hermoso césped que se conserva tal y como lo conocí, y vimos como unos pájaros venían a nosotros. Jeonghan, como siempre, los tenía en sus manos y les hablaba, como si ellos entendieran todo.

-¿Cómo puedes entenderlos? -le pregunté.

-Yo no los entiendo, ellos me entienden a mí.

-¿No sería lo mismo...?

-...y, como última lección, no debes defecar en los rostros del resto. Para eso tienes sus piernas o sus brazos, ¿entendido? -le hablaba al pájaro que tenía abrazado en su mano izquierda.

El ave movía la cabeza y silbaba como si respondiera.

-¿Por qué hablas sobre eso con los pájaros...?

-¡¿CÓMO QUE PAREZCO UNA JIRAFA?!

Jeonghan le empezó a reclamar al pequeño. El ave parecía reírse, a asentir alegremente a las preguntas y, cuando Jeonghan lo soltó, este se ubicó el su antebrazo, apuntando con sus alas. En vez de dejarlo volar, Jeonghan seguía discutiendo con él, como si verdaderamente pudiera hablar.

-¡YA TE DIJE QUE SER ALTO NO TIENE NADA DE MALO, Y TODO PORQUE ERES LA MÁS PEQUEÑA DE TU GRUPO! -el pájaro respondió, deducí-. ¡¿Ah?! ¡Oye, no seas...!

Captar el sentido de humor de Jeonghan se volvió todo un dilema, pero era agradable. Terminé riendo en mi mente frente a tal escena.

Cada noche, desde la ventana de la cocina, miraba la pradera, esperando por su despedida de buenas noches. A veces pasaba y a veces no, pero es cuestión de tiempo. Con estos últimos pasos antes de dormir, decidí dejar de tener tanta desconfianza con Jeonghan, pues en estos días desde que lo conocí nada malo había sucedido, todo lo contrario; eran buenos días, una compañía extraña y algo qué investigar, aunque eso último lo empecé a dejar atrás.

La Voluntad De ORFEO • JeongCheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora