cincuenta y nueve:

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Quería obedecer al deber de ser abierto a comprender la mirada de Jihoon como una charla muda cuyas palabras ya fueron entendidas previamente. Él volvió a su prudente silencio, aguantó la poca respiración que extendió y retomó con una voz más mansa y tranquila:

—Tú debes conocer a Jeonghan mejor que yo y has de recordar algún momento memorable. Yo sigo desconociendo cómo llegó a ti, de dónde vino y cómo creció. Soy ajeno a eso que es fundamental para descifrar el alma de quién sea. Pero una cosa sé mejor que tú. —me miró con una molesta pena—. No me importa las penas ajenas, pero sí me importa la gente que estimo y lo que les afecta profundamente, y lo que le duele a Jeonghan no tiene fondo.

El silencio me tomó los labios y los juntó por otro buen rato. Jihoon era capaz de atravesarlos y oír mis frágiles palabras tras los dientes. Pero el silencio jamás fue el mejor abogado, y atendiendo a la indignación de Jihoon, respiré con un sismo en mi pecho para asentir a que lo estaba escuchando.

—¿Qué sabes? —le pregunté afligido.

—Todo.

Su tono era más duro que recibir uno de los disparos que los soldados propiciaban. Había un filo cuando hablaba y me veía con desdén pero misericordia a la vez, un desagrado cariñoso.

—¿Cómo pudiste dejarlo así de enfermo, Seungcheol? ¿Qué clase de persona hiere a otra con tanta insensibilidad y lo transforma en un ser apocado de sus emociones, lo endurece sin remordimiento y lo deja a la suerte de otros? Su corazón parece que se descompone cuando el pensamiento lo regresa a los sentimientos que se mueren con él —levantó su voz inclinándose a un grito.

—No sé qué responderte… Estoy asumiendo la culpa, pero sé que eso es insuficiente.

—Él yace en la desolación cuando piensa en eso que tanto atesoraba y que compartía contigo. No puedo tolerar tu crueldad.

—Lo que atesoramos no debería importarte —me defendí indignado—. ¡A nadie, en realidad! ¡No sabes nada y te atreves a sentenciarme!

—Tal vez no sepa gran parte del asunto, pero sé cuando alguien sufre por eso que no se cura con ningún remedio, sé cuando una parte es deleznable e indiferente ante el sufrimiento, y sé lo mucho que Jeonghan ha padecido ese suplicio. Por eso siento compasión por él; porque quien miente con las palabras no puede mentir ni con la mirada ni la respiración; porque quien sufre una traición al corazón no tiene armas ni razones para arrostrar la humillación; porque quien llora escondido no puede avanzar sin desconfiar de los demás. El que está verdaderamente arrepentido no huye ni oculta su falta de dignidad con pretextos ni se aprovecha de ninguna situación de debilidad. ¿Quién eres para indignarte por mi intervención cuando solo estoy defendiendo a quien fue herido como si lo hubiesen asesinado?

Con suma hostilidad hacia mí, se levantó y en la oscuridad frondosa desapareció. Dejó un rastro de malestar en el aire y lo seguí con el olfato. Lo hallé junto a los caballos tratando de apaciguar su estrés.

—¿Me odias por eso? —le pregunté indeciso en el tono y en el vigor de mi voz, mientras reducía la distancia—. Dime, por favor, si me detestas por esto.

—No —dijo secamente—, pero tampoco soy indiferente a tu sinvergüenzura.

—Ayúdame —pedí en voz baja.

—¿Qué? —se giró atónito por lo que escuchó.

—No sé nada del amor. Sé lo que se siente y qué se hace cuando se rebasa el límite de la intimidad y del afecto, pero no sé nada, nada acerca de cómo vivirlo y cómo reparar las infamias. Jihoon —resistí en sucumbir a la vulnerabilidad—, amo a ese hombre y no quiero que nada ni nadie me inspire temor por hacerlo... Ayúdame a enmendar mis graves equivocaciones y recuperar lo que añoro.

La Voluntad De ORFEO • JeongCheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora