doce:

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Él escapó de mi alrededor y como buen perdedor que me considero, también corro, pero para detenerlo y cobrar justicia. Aunque tampoco podía indignarme demasiado, porque no tenía una idea concreta en la cabeza. Se burla de mí cada que puede, mirando hacia atrás y riendo exageradamente, y yo caigo en su intención.

Lo vi doblar en dirección a su pradera y desaparecer. Hice lo mismo y supuse que me esperaría en el verdoso y brillante centro, pero solo se quedó en otra seca parcela de hierba, porque la pradera quedó atrás: la pradera ha desaparecido. Nuevamente Zeus me deja azorado y Jeonghan pretende que hacer desaparecer un plano entero es humanamente posible. Él olvida que este mundo es para humanos y que yo soy un humano. Jeonghan esquiva todos los arbustos secos como un bailarín o un diente de león, pero yo lo persigo con miedo.

Miré a mis espaldas para verificar si había gente merodeando, pero las únicas almas que pisan este suelo se acercan al bosque. Jeonghan llega primero y después yo. Me adentro un poco y me encuentro con Aristóteles y la bandada; todos me saludan y yo quisiera hacerlo con el mismo cariño, pero francamente no estaba preparado para todo lo que vi. Jeonghan se sube al caballo y me extiende la mano.

-Ten mi mano, iremos de paseo.

-¿No vas a decirme que ha pasado con tu pradera?

-¿Tú nunca aprendes?

-¡No, no lo hago! Dime lo que ha pasado antes de creer que estoy soñando.

-Ya lo sabrás. Ahora -hace que el caballo se acerque a mí y se estira para alcanzarme- súbete, o te dejaremos plantado.

Aristóteles me sonrió en lo posible para un caballo y Jeonghan ya comenzaba a enfadarse. No tuve un argumento para negarle más allá de que sea un ser para nada común, pero yo admití eso y no quiero defraudar mi palabra. Por eso y más, tomé su mano y subí con facilidad a sus espaldas. "¡Andando!", expresó Jeonghan y Aristóteles obedeció, iniciando lento y cuidadoso. Quería informarle a Jeonghan que había un barranco después de atravesar el bosque y que desde eso hay un río, y después de ese río está la nada misma.

-¿Estás nervioso, Seungcheol?

-¿Me dirás qué Zeus hizo algo? Dime algo, por favor. No quiero morir a manos de un engaño tuyo.

-Creo que no tenemos tiempo para charlar acerca de eso. ¡Sujetate fuerte! -dijo tirando de la soga que maneja a Aristóteles.

-¡¿Por qué estamos yendo más rápido?! -me aferré a él con un miedo real.

-¡No preguntes, solo aférrate!

Gritaba con decisión como si otra alma le diera vida a su cuerpo, algo que no me sorprendería viniendo de él. Lo que sí me está sorprendiendo y no con buenas emociones, es la prisa que Aristóteles implementa en su galope, como si fuera a atacar a algún enemigo o estuviera compitiendo con una destreza implacable contra las ramas de los árboles y las plantas venenosas. La rapidez y su relincho, sumada a la fortaleza de Jeonghan, no hicieron más que sobresaltarme. La luz que alumbra a la salida del bosque me anuncia la muerte inmediata, ¡a menos que este tipo pueda hacernos volar o Aristóteles resulte ser un unicornio!

-¡¿Listo, Seungcheol?!

-¡NO!

-¡ALLÁ VAMOS!

La luz del cielo atravesó mis ojos cerrados y dejamos de correr sobre una superficie. Ahora el aire y la imaginación son parte de un mismo propósito y las escaleras al cielo se proyectan ahí... Mis ojos vieron una hermosa pradera, más grande que la anterior, más verde que la anterior y más iluminada que la anterior. Me quería desmayar, esto no puede estar pasando así de la nada. ¡Esto es espléndido y horrorizante a la vez!

La Voluntad De ORFEO • JeongCheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora