cincuenta y siete:

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Jihoon había cargado las pistolas de todos con las últimas balas que le quedaban, todas robadas de las pistolas de los soldados asesinados alrededor del pueblo. Nos entregó a todos las funciones que cumpliríamos en esta misión definitiva. Mientras Junhui y Minghào se preocupaban de los lares y de la seguridad de todos desde los tejados, y Hansol y Sofía avisaban a todos los pueblerinos que hallasen que se realizará una ruta de escape, Jeonghan y yo fuimos asignados para alimentar y cuidar a los caballos. Jihoon nos entregó dos pistolas más que también se había robado de los soldados enlodados en la muerte (como gran parte de lo que se había entregado últimamente) y se armó de valor para estudiar la rutina de marcha de los soldados, con algunas observaciones de Junhui apuntadas en su libreta en mano.

Era tarde, era el punto más débil del sol, desde los ángulos más brillantes, cuando su calor se asfixiaba, una rotación natural de la tierra lo ocultaba y privaba de su función acá para que la cumpliera en la otra mitad. La piel de los caballos siempre se enrojecía hasta asemejarse a sangre descompuesta o pétalos de una rosa deprimida.

Jeonghan no hizo fuego ni me dejó hacerlo. "El fuego es un signo de vida, pues nunca se origina de manera inexplicable. Eso llamará la atención y atentará contra nuestra seguridad", me dijo cuando detuvo mi brazo que buscaba algún encendedor en el saco con ropa que Jihoon nos había preparado. Retornó con los caballos, pero ya no les hablaba con mimos ni pomposidad. Aristóteles estaba notablemente estresado y fui a consentirlo, pero a Jeonghan no le llamó la atención. "Él sólo está concentrado", le susurré con un beso en su hocico, pero me veía tan preocupado y silencioso, como si hubiera cometido algún mal o como si supiese algo que no podía comunicar.

La mayoría de los caballos ya estaban vestidos con mantas perforadas en las esquinas para introducir sogas delgadas y así amarrarlas por sus lomos y cuellos. Solo faltaba Aristóteles, pero este rechazaba a Jeonghan y en vez de comunicarse como lo hacía hace meses, le gritaba y le ordenaba tranquilidad.

—Lo estás lastimando —le dije sin esperar un cambio de modo en su trato.

—Eso no es importante cuando se trata de la seguridad.

—Es tu caballo, Jeonghan...

—Te dije que nada de eso es importante cuando lo que importa más es la seguridad. —realizó el nudo rápidamente, lastimando ligeramente a Aristóteles.

—¡No seas tirano!

—¡No te metas!

Tiró las sogas restantes a un lado y fue hacia los sacos con ropa para abrigarse con trajes más gruesos, hechos con pieles de vacas y lana de oveja. Pero yo ya había sentido todo el frío del atardecer con su trato tan displicente hacia mí y los caballos. Llegué a verle la mirada que envejecía por la ansiedad, su pelo que se partía por el ajetreo y su cuerpo que se cohibía por la fatiga. Le vi parte de su fuerza deshincharse en sus manos, en sus pasos, en su respiración tan poco natural y en su trato tan indiferente con lo que no fuese él. "¿Qué te ha pasado, Jeonghan? Mi Jeonghan... ¿Por qué te dañas y permites que me dañe por quererte con tan mal sabor?", pensé con melancolía. Me era idéntico a un viejo en el sentido de hartarse de la elegancia y priorizar la crudeza de la supervivencia. Pero no comprendía por qué ahora y no antes.

Él estaba de pie, debajo de la luna pero sin esperar el día. No dormía como yo lo hacía, que agotado me sentía. Pero solo de ojos porque de oídos seguía atento. Él no hablaba, solo esperaba a que algo lo descongele de su penumbra perturbación, de su temor. Cuando un arbusto movía sus hojas, él lo apuntaba con una de las pistolas que tenía, pero siempre la bajaba cuando entendía que no podía matar al viento que corría.

Yo pensaba que el plan de Jihoon se haría durante el amanecer, ya que conocía el desierto en la noche y visible no es. Le quería decir a Jeonghan que mejor iba a buscarlo, que me estaba preocupando por Jihoon, por su posible estado actual. Tal vez fue capturado o asesinado. Cualquiera era una ruptura del futuro. Pero cuando me levanté y comencé a avanzar hacia el barranco, él me frenó, agarró mi chaqueta y me trajo hacia él. "Si Jihoon dijo que nos quedemos acá, nos quedaremos acá". Me Intentó arrastrar como un saco raído pero, por más obnubilado que me dejase su agresividad, seguía siendo más pesado que él.

La Voluntad De ORFEO • JeongCheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora