Dakwanjige - Él da un bocado

413 73 95
                                    


Siempre me enorgullecía de tener una respuesta en la boca, un mordisco. No la tuve en aquel entonces. Namid me mantuvo la mirada, tajante, franco, y no pude mantenérsela.

—Es hora de los entrenamientos.

Susurré aquello, con la cabeza gacha, y desaparecí de allí. No me siguió, pero no por orgullo, sino porque había captado el miedo de mi consciencia.

—Maldita sea, Catherine —rechiné los dientes, ya en la explanada repleta de guerreros roncando.

"Morirás si vacilas. Volverán a atraparte para hacerte daño. ¿Y cómo resucitarás entonces? Ningún muerto vuelve dos veces, solo una, hasta que es liberado".

Entré en la tienda de las mujeres para coger la daga que utilizaría en los combates del día. Valérie estaba llevándole unas gachas frías a la boca a la embarazada. Las otras dos mujeres dormían.

—Lamento haberos sobresaltado —me disculpé con ellas al aparecer sin previo aviso. Estaban en guardia—. ¿Se encuentra bien?

—La criatura da muchas patadas. Por lo menos ha parado de vomitar. Las gachas le sientan bien —respondió Valérie.

Procuré mirarla con cariño, aunque en aquel momento no hubiera ni rastro de él.

—Este calor tampoco favorecerá a que te encuentres mejor. En mi macuto tengo algo de raíz de bardana. Te ayudará.

¿Por qué una mujer encinta poseía un brillo angelical, como si su fuerza destacara sus mejores atributos? Jeanne también la había tenido.

—La tengo en algún sitio —rebusqué entre mis escasas pertenencias. Conforme lo hacía, dos pistolas de corto alcance y la daga quedaron expuestas—. ¡Aquí está! Una infusión de estas hierbas te dejará como nueva, créeme.

Sus miradas se desviaban hacia el contenido expuesto del macuto.

—Tienes más armas que ropa —susurró en voz alta, casi sin darse cuenta.

—Kachine, no seas entrometida —la regañó Valérie.

—¿De qué me serviría la ropa? —me limité a decir.

Ellas no la tenían de igual forma, ni suficiente alimento. A decir verdad, la misión constataría que no había ni un solo poblado que tuviera sustento.

—Toma, Kachine —le tendí la bolsita de tela—. ¿Sabrás preparársela? —le pregunté a Valérie.

—S-sí.

La aceptó.

—Kachine es un nombre precioso. La Bailarina Sagrada.

Los ojos se me fueron a su vientre. No hube de buscar el amor, ni resistirlo, irrumpió por el cráneo.

—Mantendré guardadas las armas, lo último que deseo es incomodaros.

A pesar de mis esfuerzos, se había dado cuenta de los segundos de más que me había costado dejar de escudriñar su estómago.

—Te equivocas, guerrera Waaseyaa: lo que deseamos es que nos proporciones armas para poder defendernos.



***



Los entrenamientos se sucedieron con más vigor del habitual. Los quince guerreros se unieron. Dibikad estaba pletórico tras haber derribado a Enapay y yo le sonreí, orgullosa, con el pie sobre el pecho de un Motega que acababa de ser vencido. Su respiración agitada elevaba la planta hacia arriba y hacia abajo. Namid, quien jamás participaba en aquellas sesiones al alba convocadas por la dueña de su cicatriz, analizaba todo con el ceño fruncido. Las cuatro mujeres estaban boquiabiertas, pero ni una sola se atrevió a situarse al lado del que era su nuevo jefe. Estaba imponente, más aún por la seriedad con la que parecía estar juzgando que le hubiera hecho moler el polvo al hurón. Así era un verdadero mordisco, no el que había pretendido propinarle durante nuestra última conversación. Era una mordedura sin palabras, directa a la manzana del pecado.

Waaseyaa (III): Despierta en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora