El temblor de piernas al regresar al asentamiento se vio opacado por el repicar de los tambores. El gentío comenzó a agolparse alrededor de la gran hoguera, a la espera de la asamblea pública, y la ansiedad de confiarle a mis mandos lo visto en el bosque me nublaba el juicio.
—¿Cómo se encuentra Métisse?
Ahogué un grito cuando Namid apareció a mi lado. Ni tan siquiera le había oído llegar, distraída, y se sorprendió.
—¿Estás bien? —bajó más el tono de su voz.
Apartado el susto inicial, aquella forma que había tenido de acercarse sin más, como el amigo de antaño, me fascinó. Al segundo, recordé a Halona y la mentira se ciñó sobre mis hombros. La planicie ya estaba a rebosar.
—Sí, estoy inquieta por lo que pueda suponer la asamblea pública —me serené—. Mira quién está ahí.
Ishkode estaba a escasos pasos de nosotros, acompañado de su futura esposa y Onawa. Namid, contento en su moderación, llegó hasta ella antes de que finalizaran su corto trayecto, y la tomó de las manos. Métisse, poco acostumbrada a las muestras de afecto, al igual que su pareja, y menos de alguien como Namid, quien se había convertido en una persona conocida por su frialdad con sus semejantes, se quedó quieta. La curandera estaba pasmada.
—Felicidades —susurró—. Si no estás cansada, querría mostrarte al jinete de sangre de la criatura después. Deben conocerse pronto. Los cielos ya lo han dispuesto, es un buen augurio.
El amor me ahogaba, no en el garganta, en el vientre. Los vítores eran ineludibles, dado que los cinco estaban aproximándose al fuego.
—Miigwech, Namid —le devolvió el apretón de manos ella, conmovida.
Onawa me miró, triste, y yo miré a Ishkode. Hacía años que no había ni una pizca de agradecimiento sentido hacia su hermano pequeño en su mirada. Aquella vez lo hubo inmenso, incluso culpable.
—¡Hermanos y hermanas!
El llamamiento de Nahuel nos devolvió a la realidad: los líderes estaban de pie, en el centro, y Wanageeska se había hecho a un lado, cuchicheando para sí mientras se tocaba las trenzas y era protegida por Zaltana. Algo confundida por las emociones, divisé a Wenonah, Dibikad y Makwa no muy lejos, enfrente de Halona, que se había mantenido en un segundo plano, como era habitual, escondida entre las faldas de la muchedumbre hurón y los niños. Ajay, por su parte, no se ocultaba en absoluto: capitaneaba su facción con la cabeza tan alta que era obvio que estaba fanfarroneando.
—Al mohawk ya no le hace falta pintarse la cara de rojo, con esa napia partida se le reconoce a leguas de distancia —apostilló Ishkode en su rueda de reconocimiento.
—Cariño, compórtate.
"Maldito cobarde", maldije, observándole.
—Si me disculpáis, será mejor que acuda donde está mi esposa.
Namid, fingiéndose sin prisas, se esfumó para colocarse en el lugar que le correspondía. El amor sí se ahogó en la garganta, no en el vientre, pero aparté la vista y encerré el dolor para que durarse unos escasos instantes y me permitiera concentrarme. No quería verles. Ninguno pronunció palabra, cauteloso, pero noté que Ishkode los analizaba al dedillo, serio. Ignoré deliberadamente los chismorreos.
—¡Hermanos y hermanas, lamentamos la espera! —el gentío fue acallándose para escuchar—. Ha sido un consejo harto largo, hemos conversado sobre multitud de asuntos que nos preocupan y que deben de ser anunciados. Como bien sabéis, serán sometidos a votación. Algunos, por su importancia, deberán ser ratificados por los votos de los cinco, ya que son los representantes de sus tribus correspondientes, con la gran sachem como intermediadora, mientras que otros serán expuestos a votación pública, no por tribus, sino por votación individual. En el caso de las tribus con representantes de varios clanes en el campamento, los hurones y los iroquois, debéis recordar que, por encima de vuestros clanes, está vuestro líder, que fue ungido en tierra y en fuego por los ancestros y que elegisteis —Ishkode y yo intercambiamos miradas: Nahuel había dado un paso al frente tratando sin rodeos las insubordinaciones de mando en su propia tribu—. Conspirar contra un miembro de los cinco se castiga con la pena de muerte.
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Waaseyaa (III): Despierta en llamas
Historical Fiction"El tiempo de los vivos se dilata en el cielo y el cielo es eterno. A los ojos de los ancestros, nuestras acciones son como el mísero aleteo de una mosca. Una década siempre es ayer. El mañana una repetición enunciada ante la pira. Las llamas me...