Omisad - Su vientre

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Dado que era la segunda al mando, tenía vetada la participación a la urgente reunión entre los cinco jefes. Sin embargo, Namid ocupaba el mismo puesto que yo y, al tiempo que salía del tipi, él me siguió. No había dejado de temblar. En el exterior, uno al lado del otro, sin rozarnos, buscó mi mirada con amabilidad entrenada, como si supiera que debía mantener las formas, a pesar de lo que arremolinaba su corazón.

—¿Habéis podido disfrutar del viaje?

Rompió la quietud, dejando de caminar para que pudiéramos conversar sin aproximarnos al gentío que, unos metros más allá, ya estaba celebrando y cocinando. Sentí que, estando rodeados y probablemente observados, quería pasar tiempo con él a solas por encima de cualquier otra cosa.

—Son parajes muy bonitos. No los habías visto antes, ¿verdad?

"Y la mitad son tuyos porque estás casado con la heredera", pensé sin poder evitarlo.

—Sí. Viajar con tu hermano siempre es entretenido.

Divisé a Wenonah, junto con Onawa y Métisse, corriendo hacia mí. Namid también se percató y, angustiado porque el momento de intimidad se acabara, dijo a trompicones:

—Estás..., estás... Tienes buen aspecto.

Sonrojada, nos sobrevino un incómodo silencio. Era cierto que había cambiado en todos los sentidos. Odiaba tener que resignarme al hecho de que, sin importar que mi cuerpo no fuera un manojo de huesos, sino que estuviera fuerte y preparado para la batalla, que mi mente estuviera entrenada para matar y conspirar, que tuviera una misión que diera aliento al sin sentido de mi vida, las huellas que él había marcado en mi ser no pudieran ser borradas. Aquel pedazo era suyo. Era inalterable.

—Gracias —musité, entre turbada y encerrada en mis confusos pensamientos—. Tenías razón: esta cicatriz es la única que ha sido permanente.

No sé por qué comenté aquello. En cierto modo era una forma de recordar nuestra última conversación, pero en otro era un mensaje velado sin mala intención. Al oírlo, Namid se tensó. Sus pupilas pasajeras recorrieron el trazo, desde el nacimiento de los rizos, deteniéndose en el lateral de la ceja derecha, hasta la parte superior del pómulo. ¿Pretendía besarla?

—¡¡Waaseyaa!!

Métisse se lanzó a mis brazos con efusividad, obviando a Namid, y mis tres amigas se agolparon a mi alrededor, emocionadas y dicharacheras. Estaban demasiado excitadas para darse cuenta.

—¡Estás estupenda! —me tomó la cara entre las manos. Advertí que se había cortado el pelo. La había echado de menos—. Vamos, te enseñaré tu tienda. Estarás agotada.

Hubiera anhelado alargar mi encuentro con Namid, no quería despedirme de él. Solapado por el entusiasmo de las chicas, se me quedó mirando con aquella pesada nostalgia, creyendo que estaba de más en nuestro grupo.

—¡Tenemos tantas cosas que contarte!

Por encima de sus atenciones, seguí con la mirada cómo se apartaba con discreción. ¿Había olvidado que jamás le desplazaría por nadie? ¿Estábamos en posición de continuar con aquella dinámica? "Espera, por favor, no te vayas", pedí en mi mente conforme se iba, serio, ocultando la decepción de la que había sido desheredado con su matrimonio. No podía ejercer ningún trato preferente conmigo, ya que sus responsabilidades personales bifurcaban en Halona, no en mí. Se había convertido en un amigo más, uno que tendría que ponerse a la cola para saludarme, como todos los demás.


***


Waaseyaa (III): Despierta en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora